Todo comienza como una típica película de la mafia. Qiao (Zhao Tao) es la novia de Bin (Liao Fan), un gánster que se encuentra en medio de un conflicto con otras bandas locales. Parece que Qiao puede tener su oportunidad de alcanzar cierta relevancia en la organización, pero acaba en prisión al disparar un arma para evitar la muerte de su pareja. Ash is Purest White presenta durante sus primeros minutos un submundo criminal rico y complejo en su ambientación mientras introduce a sus personajes. Pero el punto álgido de este segmento con una coreografía hiperestilizada de su actriz, tomando definitivamente las riendas del relato es el desencadenante del verdadero centro de la trama en la película de Jia Zhang-ke: una tragedia basada en el sufrimiento por su amor que parece marcar el resto de su existencia. Tres segmentos que se mueven sinuosamente entre elementos de distintos géneros van diluyendo la que parecía razón de ser de la narración mientras la mirada de Zhao Tao acapara la cinta en su persecución de respuestas, de su amado y de su redención. Las demostraciones de ingenio del personaje de Tao son fuente de multitud de momentos cómicos que relajan considerablemente la gravedad de las situaciones sin estropear la dimensión dramática global del film —un recurso que aunque inesperado equilibra su aspecto trágico—.
Los largos planos secuencia en los que Zhang-ke confía acertadamente —y especialmente aquellos más centrados directamente en los diálogos—, no sólo permiten mantener y elevar la tensión dramática entre los intérpretes durante minutos sin caer en la sobreactuación o el artificio formal, sino que además son clave para profundizar en esa especie de naturalismo documental que emana de gran parte de sus imágenes. Las elipsis vuelven a ser fundamentales, aunque siendo aquí menos rupturistas con la continuidad que en Mountains May Depart (2015), para marcar una división episódica que permite jugar al director con la transformación que experimentan las provincias chinas, el contexto social y las motivaciones de la protagonista y su evolución desde el año 2001 en que arranca la historia hasta nuestros días a través de la proyección en los cambios del paisaje y el entorno. Estos dos recursos configuran el paso del tiempo como un factor clave al comprender el comportamiento y elaborar una rica perspectiva psicológica sobre Qiao y el sentido de sus acciones, que es lo único que queda por descifrar según avanza el metraje.
El cambio de género y de foco de interés inicial bien podría considerarse una subversión del giro de Alfred Hitchcock en Psycho (1960) guiando al espectador con una mujer que resulta un mero vehículo para encontrar el auténtico protagonista del film. Pero también ese efecto que diluye la narración según se afianza en Zhao Tao viajando por el espacio y el tiempo tiene reminiscencias del estilo de Antonioni en cintas como L’avventura (1960). El amor y su recuerdo o la voluntad de Qiao por encontrar respuestas o volver a resurgir por mérito y derecho propio son lo único que mueve la película y que hace avanzar sus pesquisas sin perder nunca la esperanza en si misma. A la vez, esa indagación es una herramienta para la exploración de sus sentimientos, que escapan a cualquier explicación racional, tal como un avistamiento OVNI. El tiempo se revela como un agente catalizador de gran poder, pero de cuya fuerza tractora todavía hay resquicios del espíritu humano que pueden escapar. Porque todo comienza como una típica película de la mafia, pero puede suceder cualquier cosa en la espera, en la búsqueda y en el encuentro con el presente, el pasado y el futuro que descubrimos en el corazón del otro.
Crítico y periodista cinematográfico.
Creando el podcast Manderley. Hago cosas en Lost & Found.