El prólogo de Asedio ya nos hace presagiar que, si bien Miguel Ángel Vivas regresa a la que podríamos denominar su zona de confort —esa en la que ha trazado algunas de sus piezas más destacadas como son Secuestrados o la magnífica Tu hijo, probablemente uno de los mejores thrillers patrios de los últimos años—, el cineasta andaluz sigue siendo una de esas voces inquietas y perseverantes del panorama que no rechazan la búsqueda de nuevas vías en torno a las que continuar explorando las posibilidades de un género en constante transformación por más que en ocasiones no lo parezca, debido a una deriva ciertamente más conformista que parece haber anidado en algunos sectores.
Así, y lejos del citado prólogo, Asedio ya sorprende a raíz de unos minutos iniciales que se instauran con extrañeza (en especial por su dispositivo formal) en el marco de un cine social que, de un modo u otro, estará presente a lo largo de todo el metraje, asentándose asimismo en un terreno dramático que el realizador dibuja desde una patente cotidianeidad: su esclarecedora secuencia inicial, que acto seguido muda a las entrañas de una discoteca —momento en el que Vivas empieza a trazar las derivas visuales de un film en constante desarrollo—, pronto nos traslada a la cruenta realidad de la protagonista, Dani, en una escena que incluso se antoja impropia de un ejercicio como el que delinea el cineasta.
En ese sentido, el nuevo largometraje de Vivas revela una madurez que va más allá de cualquier mixtura o automatismo en la creación y gestión de atmósferas, se resuelve en un aspecto formal en el que no sólo no parecen caber limitaciones, y además se extiende con una personalidad arrolladora, capaz de actuar por sí solo como modulador de un tono que quizá deviene uno de los principales ‹handicaps› del film en la consecución de un relato que apela a los engranajes de una realidad patente, pero encuentra asimismo derivaciones en un misticismo que tiende a la hiperbolización de ese entorno trazado, eso sí, cuidadosamente, desde la construcción de espacios y el esbozo de algunos rasgos que determinan en buena parte la dimensionalidad de la propuesta.
En ese ámbito, se podría decir que la búsqueda de un contexto específico ya desde sus primeros minutos choca con la introducción de algunos elementos que, aunque facilitan la consecución de alguna que otra barroca atmósfera y complementan su decidida apuesta por un género mutante, en constante estado de suspensión y transformación, suscitan estridencias que dificultan una inmersión más profunda que, como ya demostró Vivas en la citada Tu hijo, deviene clave en un cine capaz de aunar una tensión desbordante junto a una visión árida de la realidad. Algo que en Asedio vuelve a lograr parcialmente, sobre todo por el carácter de una composición que en ningún momento parece tener claras sus prioridades, y que combina tanto su parte discursiva como ciertas abstracciones que deforman la perspectiva a la par que incurren en una desorientación parcial.
Puede que ello no sea sino parte de un efecto buscado en la disposición de ese universo que muestra marcos tan dispares, pero a su vez desequilibra un conjunto cuya cohesión se ve vulnerada más allá del funcionamiento de algún arco dramático que, si bien sirve para dibujar estampas de lo más potentes, no termina de sentirse del todo sólido. Todo esto no opaca las posibilidades de un film ciertamente sugestivo que sí funciona en los momentos clave, incluso cuando su declaración de intenciones se torna tan frontal como manifiesta, en especial a través de esa conversación que sostiene Dani a escasos minutos de su culmen, y que pese a ser fallido en algún aspecto, dispone a su autor como uno de esos nombres capaces de encontrar los estímulos necesarios como para que una nueva muesca en su cinturón no devenga ese sempiterno ‹déjà vu› que nos sobreviene en no pocas ocasiones cuando volvemos a un terreno como el del thriller.
Larga vida a la nueva carne.