En Les photos d’Alix (Francia, 1980) Jean Eustache proponía dos elementos dirigidos en un juego de relaciones. Así, mientras por un lado una serie de fotografías realizadas por la colega del director Alix Cléo-Roubaud eran mostradas por la misma, por el otro la artista y un chaval hablan sobre las imágenes para hacer descripción fiel sobre ellas unas veces, ficción otras. No conozco las intenciones del cineasta francés en este cortometraje, pero sí puede decirse que se desprende de todo esto aquello de que la imagen y los objetos materiales que representa pertenecen a la dimensión de la apariencia y no tienen intención ni sentido en sí mismos; mientras que son el discurso humano, su empuje y su manera de conjugar las relaciones entre los elementos los que elevan esa imagen a otro nivel por encima de la materia a secas. Es por este camino por el que puede entenderse Ascent, la última obra de Fiona Tan proyectada en Locarno el pasado año. La artista de Sumatra, que ha tenido su lugar en las salas del Guggenheim de Bilbao hasta hace apenas dos meses, se sumerge en una propuesta que se asemeja en cierta manera a la de Jean Eustache en Les photos d’Alix, solo que de una manera mucho más fría y rígida. En Ascent nos encontramos con una ristra de 4500 fotografías que se suceden de manera lenta y mesurada, revelando todas ellas un monte Fuji desde muy diversos ángulos durante sus últimos 150 años; por el otro lado y de manera simultánea, Fiona Tan hace discurrir dos voces en off que van leyendo las cartas que una mujer y su marido se escribieron y en las que los dos hablan sobre cosas muy diversas. Es decir, se nos está dando la montaña en bruto como la materia que nada dice, así como la palabra que eleva la materia a otro orden. Y es en este sentido en el que Fiona Tan hace de Ascent esa vía de volver al público consciente de que somos nosotros los que producimos el aura de lo que se nos da si atendemos al lenguaje, los que incluso podemos llegar a elevar a alturas insospechadas y a poner en circulación de manera genial toda esa materia si sabemos conjugar sus elementos mediante el arte. Fiona Tan nos da a entender con Ascent que el monte Fuji es si acaso un cuerpo que ni crece ni mengua si atendemos a la imagen por separado, pero que se vuelve “camino arduo” cuando lo describe la voz en off de la banda sonora, que asciende a símbolo o a mito si se hace ficción sobre él o si se le sitúa en relatos mitológicos.
Más allá de revelar un monte Fuji sin intención de mostrarlo como algo bello porque ese no es el tema (las imágenes abarcan tanto fotografías totalmente cutres como profesionales) y de acompañarlo con un discurso sobre él, Ascent va más allá en este juego de referencialidades que dotan de espíritu a las cosas para subir otro escalón y divagar sobre la naturaleza de la fotografía y sus diferencias con las del cine en una especie de llevar todo esto que aquí se ha dicho al terreno de la referencialidad a estas dos expresiones para dotarles de ese aura de la que se viene hablando. Ahora bien, mantener en la voz en off estas partes que hablan de la fotografía y del cine dándoles así cierto sentido mediante esa especie de reflexión poética («el cine es como el fuego…» «la fotografía es como…») que tanto puede llegar a irritar a uno parecen quebrar la limpieza que posee la película para pasar de ese “hacer consciente al espectador” que se dijo arriba a acosarlo con estúpidas metáforas que no llevan a nada. Es decir, que Fiona Tan asciende demasiado con Ascent en poco tiempo y pues eso, que desfallece.