La mirada del cineasta serbio Stefan Arsenijević, penúltimo ganador del Cristal de Oro en Karlovy Vary, nos lleva en su segundo largometraje, As Far as I Can Walk (cuyo título original, Strahinja Banović, hace alusión al poema épico medieval en el que se inspira), al campo de refugiados serbio donde se encuentran Samita (también conocido como Strahinja) y su mujer Ababuo, protagonistas de esta suerte de epopeya que dará inicio cuando él se embarque en un viaje a través de la zona serbia de los Balcanes tras la huida de ella con dos refugiados políticos sirios.
Es, de hecho, la aparición de esos dos últimos personajes, aquello que abre nuevas vías que no sólo sirven como una forma de justificar la decisión de Ababuo, esboza además un interesante debate —esa que separa a los refugiados según su condición y les otorga una serie de “privilegios” a raíz de esta— a la par que se establece como un sistema de sobreponer la burocracia a lo humano: un terreno que Arsenijević no evita, pero que sin embargo sirve para contraponer precisamente lo emocional a eso que deshumaniza al individuo, empleándolo como resorte de un procedimiento despersonalizado.
En esa faceta es donde As Far as I Can Walk precisamente sobresale, siendo capaz de otorgar voz a sus personajes —la reacción, por ejemplo, de Ababuo tras la llegada de los refugiados sirios es una declaración de intenciones en tanto, además de disponer una mirada concisa, le confiere cierta dimensionalidad— y de exponerlos como parte central del relato, no como mero sujeto desde el que realizar asociaciones en torno a una discursiva que no haría más que respaldar aquello que se empeña en refrendar el sistema y su fría normativa.
De este modo, seguiremos los pasos de Samita junto a una voz en off que funciona como eje narrativo frente a los planos de infinitos campos o arboledas cuya mirada se pierde en el horizonte, y que se encarga de detallar algunos de los pasajes del citado poema acompañando de esta manera, y no sin cierto interés (trazando un curioso contraste con la Europa actual), el periplo de su protagonista. Es, entre otras cosas, una forma de no restar importancia a lo humano ante una temática que suele priorizar otros aspectos, pero que sin embargo Arsenijević sostiene desde lo terrenal del relato y lo afectivo de sus personajes.
As Far as I Can Walk huye, pues, de esa asociación del cine social como herramienta de disertación inalterable, y compone una obra cuya narrativa pulcra y adusta —más por el carácter de lo que narra que por el tono de la cinta en sí— sirve para alejarnos de la sequedad y aspereza en ocasiones impostadas. Sí, es cierto, materias como la que nos ocupa no pueden escapar inevitablemente de unos matices que, al fin y al cabo, modulan su propia naturaleza, pero del mismo modo es preciso mantener una distancia, ni mucho menos para suavizar los acontecimientos, sino por el mero hecho de dotar de cierta objetividad a lo descrito, sin trampas ni dobles fondos.
La importancia de una voz como la de Stefan Arsenijević no se infiere tanto de su huida frontal y su oposición diametral a disponer asuntos conocidos desde el prisma habitual, más bien de la forma en cómo es capaz de tratar y comprender (que no compadecer) a esos sujetos que, incluso en los momentos más delicados, actúan como lo que son: seres humanos que en algún punto del camino olvidaron su condición de instrumentos del estado para respirar en una paradójica libertad.
Larga vida a la nueva carne.