Siempre ha habido en el cuento una tendencia a jugar con la dimensionalidad —tanto de personajes y objetos como de lugares—, reforzando así el aspecto fabulador e ilusorio que constituye, precisamente, un tono adecuado para este tipo de relatos. Marco Dutra y Juliana Rojas, que vuelven a unirse tras su debut con la estimulante Trabalhar cansa —aunque ambos habían seguido sendas paralelas en solitario hasta el momento—, representan esa tendencia a través de la cual complementar un universo sirviéndose de los espacios y escenarios que rigen su obra. Así, y más allá de la naturaleza del propio relato implementado en As boas maneiras, encontramos en cada uno de los parajes concurridos por los protagonistas una extraña fisonomía que reafirma la consecución de un fantástico que muta en torno a otras necesidades; entre ellas, se encuentra la del reflejo de una crónica que busca cimentar sus fundamentos en un insólito arco de realidad que se forja con sutileza durante sus primeros compases para desembocar en un trayecto del que se deducen las líneas centrales del film.
Aquello que ambos cineastas vertebran como una fábula, se mueve de este modo en un término donde colindan fantástico y terror dando pie a una composición que se va afianzando con el paso de los minutos; y es que, si bien en un primer momento se muestra cercana a un terreno a través del que destapar su esencia con un tono sutil, que va dejando en la superficie suficientes indicios acerca de la mirada de Dutra y Rojas, no será hasta su ecuador cuando As boas maneiras rompa definitivamente con ese cine vaporoso ya desarrollado en Trabalhar cansa, que aquí vuelve, por momentos, a extender su virtud. Lo que, sin embargo, podría resultar además de una ruptura en cierto modo coherente, la banalización de una perspectiva que se había mostrado tan sugerente hasta el momento, deviene en una fascinante modulación a partir de la cual desarrollar los que, en un final, devendrán en ejes del film. Es mediante esa exposición en torno a lo terrenal confrontada con su enigmático arranque, donde As boas maneiras se siente del todo libre para manifestar un carácter abiertamente onírico y, con ello, abrir una veta que refleja tanto la ternura de un relato donde el amor de una madre se asienta en las mismas entrañas del film, como el romanticismo implícito de los cineastas no sólo tras su propia historia, también derivada de la admiración hacia un género que Dutra y Rojas demuestran saber mimar y conocer.
As boas maneiras desvela una condición de cuento que se impulsa, pues, tanto en las propiedades de su relato como en las claves genéricas que lo sostienen y avivan con constancia. Desde los escenarios —la ya mentada dimensionalidad, su trabajo cromático (destacan esos exteriores que fortalecen aún más, si cabe, sus matices oníricos)—, pasando por una visión tradicional —con la aparición de ese animatrónic, pese a algún momento de naíf 3D hacia su final—, hasta su amalgama temática —más allá del amor de madre, la búsqueda de unas raíces que desvelen la propia idiosincrasia—, exploran las posibilidades de un universo cuya traslación cinematográfica suele ser común, anodina. No es, no obstante, el hecho de desobedecer la senda establecida aquello que dota de cierta personalidad al trabajo de los brasileños, sino más bien su mirada romántica la que termina siendo capaz de enamorar al espectador, tanto por el empuje de un fabuloso relato, como por el entusiasmo vertido en todos y cada uno de sus gestos.
Larga vida a la nueva carne.