ärtico (Gabriel Velázquez)

Chándal, deportivas chulas, pelo de punta, piercings, oros, coche tuneado, dudoso gusto musical, lenguaje soez y poco bagaje cultural. Ése es a muy grandes rasgos el perfil de lo que se conoce en España como «cani», un adjetivo al que desgraciadamente muchos jóvenes de España responden desde hace años. Un sector al que muchos desprecian pero por el que también muchos adolescentes se sienten atraídos, y rápidamente imitan su estilo de vida. En ärtico, el salmantino Gabriel Velázquez construye una radiografía sobre una pareja de canis, Simón y Jota, ladrones de profesión. El primero busca mantener a su mujer y a su hijo, no deseados ambos, mientras que el segundo anhela precisamente construir una familia.

Aunque argumentalmente pueda resultar difícil de llamar la atención en un primer momento, lo cierto es que el punto fuerte de ärtico se encuentra en cómo está rodada la cinta. En cada escena se nota que existe mucha pasión por lo que se está haciendo. Visualmente la película es más que notable, la fotografía está muy cuidada y los encuadres están medidos al milímetro. La película se nutre casi exclusivamente de planos generales y descriptivos con apenas movimiento de cámara, lo que deja la sensación de que estamos prácticamente ante una sucesión de postales en movimiento más que de cine en sí mismo.

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Lo realmente meritorio de esto es que es un trabajo puramente personal, los escenarios casi no toman parte en la calidad visual de la obra. De hecho, la mayoría de entornos son la antítesis de la belleza, porque asistimos a un despliegue de casas baratas, edificios urbanos (hospitales, garajes…) y secarrales; sólo durante un par de escenas que transcurren en un parque y un lago podemos valorar lo mucho que hubiera dado de sí esta película de haber sido otra historia la que se hubiera contado, ya que con el paso de los minutos adivinamos que en el aspecto técnico casi no vamos a poder poner pegas a la película.

Pese a que podemos decir que la trama se sostiene bastante bien, no hay ninguna situación demasiado irreal y se evita en todo momento la necesidad de tirar de “topicoína”, al final queda la sensación de que lo que se nos ha contado es una historia bastante prescindible. No por ello debemos eludir que se trata de una digna fotografía sobre cómo vive una buena parte de los jóvenes españoles, pero tampoco aporta nada desconocido a cualquiera que conozca la idiosincrasia de un cani. Por eso, quizá Velázquez tenía que haber dado una vuelta de tuerca más a la historia, ahondar más en la psique de los personajes (aunque la presentación de cada uno con nombre y cita propia bajo un primer plano de su cara es buena) para que al menos pudiéramos sentir un mínimo de empatía por alguno.

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No sería faltar a la verdad, pues, el afirmar que en ärtico el guión al servicio de la técnica. Algo que es cien por cien loable, faltaría más, puesto que el cine al fin y al cabo es la combinación de imagen y sonido. Por ello, la propuesta de Gabriel Velázquez merece su reconocimiento, y no es de extrañar que lo consiguiera en la Berlinale. Ahora bien, es inevitable sentirse un tanto decepcionado al pensar lo que habría dado de sí todo este trabajo si hubiera estado acompañado de un texto más atrayente, unos diálogos igual de concisos pero mucho más potentes, un hilo narrativo más sólido, una película que no sólo funcionase durante su proyección sino también a posteriori. En definitiva, es una película sobre canis en la que sobran los propios canis.

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