Resulta extrañamente común ver cómo el cine chino vuelve con naturalidad sobre los pasos del gigante asiático, ya sea por regresar a esos cambios sociales y culturales que ha ido experimentando con el paso de los años, o por encontrar en dicho retorno la senda adecuada desde la cual radiografiar el estado del país. Un ejemplo paradigmático sería el de Jia Zhangke, habitual cronista de una Historia a la que no ha dudado en retornar en no pocas ocasiones, con cuya obra encuentra concomitancias el nuevo largometraje de Liu Jian tras Have a Nice Day, en la que además el experimentado cineasta asiático pone su voz —junto a otros como Bi Gan o Huang Bo—.
Para ello, y alejándose de los parámetros ‹noir› que regían su anterior trabajo —que no debut, pues recordemos que antes de la citada Have a Nice Day el realizador ya dado sus primeros pasos con Piercing I—, Art College 1994 nos sitúa, como su propio título indica, en la China de los años 90 donde seguiremos los pasos de cinco personajes, todos ellos estudiantes en el mismo campus, aunque tres de ellos dedicados al mundo de la pintura y dos de ellas al de la música. Liu Jian encuentra en ese ambiente el nexo idóneo desde el que conectar un film cuyo debe quizá sea, como ya sucedía en Have a Nice Day, sea que sus personajes continúan funcionando como meras herramientas al servicio de una discursiva fértil y expansiva que no deja de cuestionar ese entorno descrito así como de trazar paralelismos que de algún modo enriquecen el relato. Puesto que si bien en Art College 1994 podemos encontrar secuencias que plasman con verdad el devenir de algunos de esos personajes, así como una realidad siempre sofocante, embebida por esa tradición que se cierne incluso sobre un entorno tan alejado de preceptos como el del arte, la crónica propuesta por el director chino nunca funciona de una forma unitaria en dicho aspecto, sintiéndose más esos sucesos como momentos valle dentro de la narración que otra cosa.
Está claro, no obstante, que la búsqueda de Liu Jian, aunque termine dando pinceladas sobre una situación que describe muy bien su último acto —basta con observar los destinos de sus personajes centrales para constatar cómo ese manto restrictivo socava sus posibilidades—, obtiene su reflejo en esos constantes y extensos diálogos donde se establece un debate en torno a la concepción del arte, su razón de ser, su naturaleza e incluso sus contradicciones, capaces de terminar ahogando su razón primigenia. Es, de hecho, la respuesta de ‘Rabbit’ a su compañero cuando este le pregunte quién decide qué es o no arte, dando por sentado que debe ser el propio artista, aquello que arroja todavía más alicientes a esa reflexión que intenta recoger y extender su autor a través de un dispositivo tan sencillo como eficaz.
Sabiendo sostener esa capacidad discursiva que ya se encontraba en su anterior film, aunque trenzada de un modo muy distinto, con Art College 1994 estamos, sin embargo, ante una obra que da un paso adelante en lo visual: la, en ocasiones, simplicidad de los escenarios de aquella Have a Nice Day, que de algún modo acentuaban la crudeza de un marco descarnado, da paso a una puesta en escena en la que no sólo hay una cierta devoción por el detalle —reflejado en esas referencias culturales y pop que ya se podían encontrar en su anterior trabajo—, además se percibe dicha construcción como un todo que dote de una dimensionalidad específica a ese particular ambiente. Dicho contexto, en el que Liu Jian vuelve vez tras otra a los mismos lugares, conecta directamente con esa sensación constante de progreso estancado, donde todo debe estar supeditado a unas normas, y en el que la tradición termina permeando sobre esa posible evolución que buscan sus protagonistas en aras de un consecuente crecimiento.
Lejos de lo que pudiera parecer, estamos ante una obra que si bien sustrae conclusiones que no se antojan precisamente alentadoras, huye de cualquier atisbo de pesimismo, dibujando en la constitución de ese arte que va y viene, que está presente con constancia en el relato, la forma de sentirse vivos de sus protagonistas, de derribar tabúes y, ante todo, de establecer un diálogo fomentado por unos lindes que complementan y enriquecen su esencia. Todo ello en un film que puede que se sienta un tanto prolongado, y un tanto más complementario de lo que cabría esperar, pero cuanto menos sirve para tejer fecundas reflexiones a la par que continúa realizando una radiografía a tener en cuenta.
Larga vida a la nueva carne.