En la sociedad hiperconectada contemporánea —gracias a la utilización de herramientas que hasta hace tan sólo unos pocos años parecían asunto de la ciencia ficción— tenemos una percepción de las distancias muy diferente a la de personas que vivieron tan sólo unas décadas atrás. Las hemos incorporado a nuestro día a día con normalidad y comprendemos, por ejemplo, qué implica buscar algo en el globo terráqueo de Google Earth desde una perspectiva en la que los continentes, los países, las ciudades y la calle de un barrio de tu misma localidad se encuentran a un click de separación para explorar delante de una pantalla en todo momento. Esto utiliza de punto de partida Melisa Liebenthal en Aquí y allá para realizar un estudio de sus orígenes siguiendo el hilo de migraciones de su familia desde la Alemania nazi a Argentina, pasando por la China de Mao. Una serie de conexiones entre puntos tan alejados en el tiempo y en el espacio que parecen imposible de unir para completar el relato que forma la identidad de su directora.
A partir de las búsquedas en esta plataforma de cartografía mundial se permite construir poco a poco la narrativa que une cada punto en el planeta, que mantienen un vínculo real o virtual con la autora en el momento. Sin embargo, un cierto sentido irónico de la imposibilidad de alcanzar una auténtica visión de conjunto se mantiene presente en el cortometraje, consciente de la dificultad de asimilar las repercusiones de las distancias geográficas y en el contexto histórico concreto del transcurso de las épocas que intenta detallar en su desarrollo discursivo. Desde un mismo espacio el salto de lo virtual a lo tangible se realiza en una fantástica transición de la imagen digital a la fotografía impresa y analógica —que aún asumimos de una veracidad mayor que la proporcionada por los medios digitales—, a la representación directa de una realidad recreada e inaccesible incluso usando información obtenida de satélites. Esta realidad que se intenta capturar es mucho más de lo que Liebenthal puede alcanzar a explicar al espectador y, consciente del problema, ella nos interpela, señala puntos concretos de mapas y fotografías que cambia manualmente. El gesto físico transforma el montaje de las imágenes y las convierte en un álbum o una presentación más cercanos a la dimensión humana de la narración, de la historia oral que se transmite para conservar como memoria de manera tradicional entre generaciones.
En el proceso se revela una deconstrucción —una descomposición de los elementos que forman el origen de la realizadora— difícil de mantener unida más que en el plano de la voluntad de explicar algo que otorgue sentido a quién es ella misma. ¿Importa realmente de dónde vinieron sus abuelos, dónde se conocieran sus padres o las influencias culturales y políticas que dieron paso a su unión? La contradicción parece evidente. Esos orígenes son importantes en tanto en cuanto mediatizaron el pasado de sus progenitores y forman parte de su existencia, pero no la definen ‹per se›. Se desenvuelve así una búsqueda del sentido de pertenencia rodada desde un estudio de París de una mujer nacida en Buenos Aires y con pasaporte alemán, que en todo momento juega con la ambigüedad de la idea de hogar y procedencia. El lenguaje utilizado, que emplea también en el título de la obra, deja clara siempre desde un honesto ejercicio de subjetividad esa ambivalencia de reconocer múltiples lugares como propios y al mismo tiempo ajenos considerando el tiempo y la distancia. Una separación que desaparece en las imágenes digitales que utiliza y que manipula en soporte físico. Dos tipos diferentes de cercanía, de aproximación a lugares y tiempos remotos que en el imaginario personal y colectivo mantienen resonancias históricas en cuya descontextualización quizá se pueda encontrar algo de verdad.
Crítico y periodista cinematográfico.
Creando el podcast Manderley. Hago cosas en Lost & Found.