Colindando entre ficción e (ir)realidad o, para entendernos —pues no deja de ser la propia herramienta la encargada de marcar esos «límites»—, escudriñando la existencia de sus personajes desde la fantasía casual e indivisible de su cine, se encuentra la obra de un autor que siempre concibió un terreno extrañamente ilusorio para explorar sus necesidades. Algo que ya quedaba patente en su primer largometraje, una Mysterious Object at Noon donde precisamente ficción y realidad sí difuminaban sus lindes de forma literal y Weerasethakul ya evidenciaba sus inquietudes —«¿Tiene otra historia que contarnos? Puede ser real o imaginaria.», inquiría el tailandés a uno de sus entrevistados—, cuyo valor se iría expandiendo e incrementando en posteriores films —algo patente en sus últimas Tío Boonmee recuerda sus vidas pasadas o Mekong Hotel, donde esos fantasmas y sueños siempre presentes en el cine del tailandés adoptaban incluso una entidad corpórea o, al menos, tangible en cierto modo—.
Es por ello que quizá Blissfully Yours resulte un caso paradigmático en la filmografía del asiático, y es que si bien en ella encontramos de nuevo esos escarceos metacinematográficos tan comunes para Weerasethakul —hecho que le ha acompañado tanto en sus incursiones dentro del documental (si es que hay modo alguno de delimitar sus propuestas) como de la ficción—, e incluso percibimos cierto halo espectral en ese doble relato armado para la ocasión, nos encontramos ante una representación más cercana al cinéma vérité que a ese personal fantástico enarbolado tanto por el discurso sostenido por el cineasta tailandés como por las imágenes y atmósferas habituales en un cine alejado de toda alusión genérica. Y es que si bien podríamos comprender ante el lienzo trazado por Weerasethakul unas características específicas e incluso definitorias, no resulta difícil hablar asimismo de un género que trace o delimite sus propuestas: son, por tanto, esos márgenes que revoca a través de la imagen como símbolo, no como recurso estilístico, el modo idóneo para entablar un diálogo que se persona más allá de la propia voluntad del cine en sí.
Aquello que sin embargo pudiera resultar un handicap por el hecho de confrontar tonos ante la concepción de una atmósfera, se torna en el cine de Weerasethakul algo mucho mayor: la aceptación (o no) de una manifestación engendrada desde su origen primigenio a través de una perspectiva siempre clara y honesta. Lo que pudiera suponer, así, un simple acto de exaltación del ego propio, se transforma a través de la mirada del cineasta en un acto de entrega, que el espectador decidirá si acatar o no. No resultan casuales pues, estampas como aquella con que daba inicio Tío Boonmee recuerda sus vidas pasadas, donde el espectador lo único que atisbaba a ver era la simple imagen de un ñu pastando en plena campiña, ni mucho menos declaraciones tan veraces y reveladoras como la puesta en escena de Blissfully Yours, donde Weerasethakul, más que reivindicar su condición de autor, lanzaba un claro guiño al espectador sobre, de nuevo, los límites —o, mejor dicho, la carencia de— de un cine que optaba por no detenerse más allá de la mirada del cineasta: su arranque —aquello que, en otras palabras, acontece antes de los créditos—, no es sino una prolongación de lo que en realidad es Blissfully Yours; el autor de Tropical Malady realiza una introducción, sí, pero como si de una extensión del propio film se tratase.
No es hasta bien entrado el segundo tercio de película —o lo que vendría a ser un difuminado segundo acto, donde Weerasethakul vuelve a juguetear derribando preconcepciones y procesos— cuando Blissfully Yours empieza a tomar forma y a entablar su diálogo real. No, ello no significa que hasta entonces la obra no nos haya ofrecido una propuesta más allá del capricho del propio cineasta, más bien nos encontramos ante una reafirmación de lo que su cine es —y sería—: la fractura que propone Weerasethakul no es ni mucho menos casual, y delimita las vías que el autor tomaría a partir de ese momento. De ahí en adelante, Blissfully Yours se descubre como una atrayente composición donde convergen desde el drama más extraño hasta el romance más pristino, todo ello retratado desde una óptica que, como apuntaba, rezuma una honestidad y verismo imponentes: no es difícil encontrar el reflejo de la propia experiencia en unas imágenes que a buen seguro guardan resquicios y significados para perderse en ellas vez tras otra, pero además relatan con una sinceridad brutal aquello que en la superficie pretenden captar las imágenes proyectadas por el tailandés. Posiblemente ese sea el motivo por el que considere Blissfully Yours una de las experiencias más completas, brillantes y sensoriales del cine de Weerasethakul, pues en ella demuestra que más allá de confrontaciones, juegos meta o estructurales y gradaciones tonales hay un verdadero talento para captar sensaciones, y es que como toda su obra, su segundo largometraje no se detiene con el cierre de los títulos de crédito —mucho menos esta, cuyos intertítulos se muestran como otra revelación, si cabe—, pero en ella evidencia además unas aptitudes que descubren por qué es uno de los autores más sugestivos y fascinantes de un presente cuyo futuro es complicado saber que nos revelará en manos de uno de esos pequeños y silenciosos genios contemporáneos a quien el tiempo dará su adecuado valor.
Larga vida a la nueva carne.