Trece años después de que Chaplin materializara la alienación laboral en su célebre analogía con un corral de gallinas (Tiempos Modernos) y 4 años antes de que H. G. Clouzot lo elevara a niveles de fatalidad (El salario del miedo) Fregonese y sus guionistas Israel Chal de Cruz, Rodolfo Calcagno y Tulio Demicheli encubren bajo la forma del policial una visión políticamente siniestra y mordaz sobre el trabajo humano. En Apenas un delincuente José Morán (Jorge Salcedo) relega seis años de libertad por cometer una estafa a cambio de obtener la fortuna que robó una vez cumplida la pena. El castigo no contempla la suma defraudada por lo que se apropia de un monto que le costaría 166 años conseguir trabajando (dado que «su salario nunca cambia»).
Por supuesto, ante la premisa no conviene universalizar como tales los desalmados efectos del trabajo pero, con respecto a esto, no es un dato menor el punto de vista al inicio de la película: la voz en off a modo de fábula nos lo presenta como un caso ejemplar de la deshumanización laboral. Es decir, la película nos enuncia cómo un hombre se metamorfosea en una rata (no literalmente como Kafka) antes que la singularidad propia del protagonista José Morán. Podría ser él como otra persona. No menos importante es, entonces, la escena inicial que le añade la estructura trágica del final estrepitoso y la maravillosa secuencia que radiografía la prisa de la ciudad. Primero nos anticipan el final y luego lo respaldan brindando la causa, el germen urbano que irá proliferando en Morán. Detalles de bocinas, planos aberrados, planos cenitales en donde Fregonese materializa la prisa y el desenfreno que persiste con la cámara en movimiento que sigue a Morán. Si podría decirse que al comienzo la película hace un travelling in narrativo de un plano generalísimo de la ciudad hasta culminar en el protagonista, quizás también podría decirse que el film en su totalidad constituye lo opuesto: un travelling out simbólico cuyas dimensiones sociológicas nos conducen de la singularidad del personaje a una visión más genérica de la sociedad. Vale la aclaración decir que Apenas un delincuente no es una crítica al capitalismo ni al mundo laboral como El apartamento no lo es tampoco (o lo son apenas). Los antagonistas u obstáculos no son las trabas burocráticas, los conflictos sindicales, la corrupción o el abuso jerárquico de los patrones/jefes. La película protagonizada por Jorge Salcedo es un policial y sus condiciones laborales solo son el desencadenante que contextualiza el devenir de José Morán.
Más allá de cualquier interpretación la introducción es magnífica simbólica y rítmicamente. Tras sucesivos planos del gentío porteño aparece por fin José Morán, a quien la cámara lo acompaña (en una distancia prudencial) durante su andar presuroso. Pero Morán es El Elegido, Fregonese lo selecciona por entre el tumulto audiovisual y congela la imagen. El procedimiento empleado por Mankiewicz en Eva al Desnudo de detener la imagen para introducir un flashback, que le valió elogios y cahierismos, ya había sido utilizado por Fregonese el año anterior aunque, claro, en el culo del mundo. Volviendo a la escena de Apenas un delincuente con el congelamiento de la imagen en el plano sonoro solo es audible la mortuoria voz en off y la música: «veamos a uno de ellos, es José Morán, tiene 28 años y es el más impaciente de todos, por su cuidada elegancia no parece un modesto empleado de 250 pesos mensuales». José Morán, el hombre agitado, un malherido más en la epidemia de la optimización capitalista, víctima a regañadientes de la impasibilidad del tiempo, de pronto, contra su lógica, es momificado mediante la fijación de una fotografía [1]. Pero el irreversible final ya nos fue revelado. Y ahí sí, una vez planteada la mirada autoral, que comience la función, que comience el policial. «Entremos en su vida. Para él, el dinero lo es todo, la llave maestra que le abrirá la puerta de todos sus sueños». El plano de José en el centro de la mesa jugando a las cartas reencuadrado por la referencia de dos hombres de sobretodo solo es interrumpido por su antagonista simbólico: el plano detalle de un reloj.
Apenas un delincuente es la última película argentina de Fregonese previo a su periplo hollywoodense. Desconozco si fue a causa de esto que lo convocaron pero sería coherente que lo convocaran por ella dada la factura narrativa y visual que prodiga la película. Sin el expresionismo lumínico propio del cine negro hollywoodense o alguna de las películas fotografiadas por Ricardo Younis en nuestro país, sí Fregonese y Roque Giacovino (director de fotografía) se preocupan por hacer de la profundidad de campo [2] y los planos contrapicados una marca de estilo que determina el tono del film. Lejos de la belleza fotogénica que en cualquier caso pudiera ser gratuita o insuficiente, cada una de estas herramientas opera en el sentido mismo de cada escena. Los planos generalísimos en la cárcel y los contrapicados en interiores (herederos, en este caso sí, de El ciudadano) son elementos constitutivos de la poética de Fregonese. Según la escena, el plano o el punto en el que esté transitando el metraje, el espacio aplasta, empequeñece o sofoca a Morán. En este último caso es la presencia de un grupo de personajes que lo asolan, donde se juega también con la direccionalidad de las miradas y posturales de los actores para aislarlo frente a su entorno.
Dos escenas durante la primera mitad del film traducen la esencia de la película. La primera que implica el primer punto de giro de guion que es cuando Morán decide cometer la estafa. Vemos al jefe en su despacho hablando por teléfono y a Morán ingresar y posicionarse a su lado para que le firme los cheques, el cual éste hace sin darle importancia. Este plano conjunto en contrapicado solo es interrumpido por un plano detalle que es cuando Morán le ofrece el cheque “maldito” para volver al plano conjunto, un poco más cerrado y más contrapicado, donde el jefe cuelga la llamada. Este duda un segundo, la música se intensifica y en el mismo plano detalle del cheque estampa la firma. Acto seguido un plano general de la oficina da respiro al espacio y al espectador. Morán sale de la oficina y se acerca a su escritorio. La intensidad dramática de esta escena es superlativa aun a pesar de que Fregonese no masacró la escena en múltiples planos sino tan solo fue progresivamente encerrándonos en el círculo dramático de la escena.
La otra escena también es un alarde de la sobriedad en la puesta en escena. Con Morán ya en la cárcel vemos a su hermana que desde el balcón de su casa observa a un tren que desplaza a izquierda de cuadro. La cámara panea con el movimiento y mientras este se pierde en el fondo del cuadro queda en el centro de la imagen un potrero donde unos chicos juegan al futbol. La voz en off del hermano habla de su padre difunto. Unos movimientos ondulantes como si de una cortina se tratase empiezan a deformar la imagen y en el mismo sector donde está la cancha ahora hay una calesita pero el tren continúa pasando por detrás. Tras una hermosa escena donde vemos a José, sus dos hermanos y a su padre de niños y vislumbramos el egoísmo prepotente del protagonista, Fregonese vuelve a introducir el plano general donde persiste la voz en off del hermano. Nuevamente un tren aparece por detrás de la calesita pero desplazándose esta vez hacia derecha y vuelve incorporar la deformación de la imagen para volver al potrero. El plano es otro pero el tren está ahí para unirlos y volver a panear a derecha cerrando la circularidad de la secuencia. La inteligencia para narrar un acontecimiento del pasado empleando herramientas formales es magistral.
Podría citar más secuencias pero sería redundar sobre lo mismo: Fregonese es un cineasta que para arribar a la intensificación dramática de una escena no se basta con la dirección actoral y un gran talento para la composición del encuadre, sino que construye un soporte propicio para esto trabajando el ritmo. Cada escena está compuesta con una conciencia plena en el tiempo de cada plano, los tamaños de los mismos, sus movimientos internos y en el plano sonoro la pertinencia de del acento musical y la excelente modulación de la voz en off.
Apenas un delincuente es un prodigio narrativo que potencia un guion que sabe eludir con elegancia todos los clichés del género. La sordidez atmosférica se sostiene en el verosímil de un personaje que se enfrenta constantemente con grandes dilemas pero que actúa con la consecuencia propia del porteño arribista. Y como es propio del género y de un cineasta con una poética casi sinfónica, el relato confluye ascendentemente al clímax siendo este resuelto con la suficiencia formal que la película requiere. Morán inconsciente en el suelo mientras el dinero se incinera a su lado es un plano que influye tanto en el plano cognitivo como en el perceptivo e incluso, quizás el más influyente, en el plano ideológico.
1 También en la primera escena realiza lo mismo con la transmisión —sin suturas— de la foto del accidente a la tapa de un diario, pero no tiene la doble lectura que sí tiene la segunda vez.
2 (que todos los niveles del plano desde el más cercano de cámara al más lejano estén en foco)