No cabe duda de que, a estas alturas, lanzar una precuela de La semilla del Diablo tiene su dosis de riesgo. Ya no tanto por la distancia temporal entre las dos producciones, sino porque intentar crear un ‹background› a una historia que ya se explicaba perfectamente por sí misma es una apuesta cuanto menos arriesgada ya que este es el típico caso de mucho que perder y casi nada que ganar, a menos que se optara por transitar vías completamente diferentes a las del clásico de Polanski, es decir, jugársela a un todo o nada por la vía de la innovación, ya sea en cuanto a lo visual o o mediante subtextos y relecturas de su mitología.
Por desgracia Apartment 7A opta por lo fácil, por lanzar una propuesta ciertamente conservadora en cuanto a lo visual e incluso en su mensaje. Cierto es que se pueden sacar lecturas en clave feminismo del siglo XXI, pero no es menos cierto, y ahí radica también gran parte de su grandeza, que la original ya contenía esa posible lectura, lo que hacía de aquella una avanzada a su tiempo y de esta precuela una simple revisión que suena más a eco, a subrayado.
Hay un temor reverencial que sobrevuela todo el metraje, como si su directora, Natalie Erika James, estuviera más pendiente de no traicionar a Polanski que de construir una visión personal al respecto. En este sentido obtenemos un film plano, predecible, interesante a ratos pero ausente de ese aura maligna que impregnaba a su predecesora. Lo que queda es una película con aspecto de ‹tv movie›, prudente en su desarrollo y sin ninguna capacidad de sorpresa o de generar auténtico terror.
Sin embargo no todo son malas noticias. Hay que destacar su voluntad de entretenimiento moderado que consigue sobradamente gracias sobre todo a un cuidado por la coherencia interna, por su mimo en el detalle de puesta en escena y, sobre todo, por una Julia Garner que consigue aguantar todo el peso dramático de manera convincente. Con todo ello se consigue una narración impoluta: cierto es también que sus lecturas resultan diáfanas, tanto que, y aquí es donde todo pierde su encanto, acaba por mostrar una ceremonia del obvio más que un juego intrigante.
Si ya sabemos cuál es el objetivo y desenlace, qué menos que explorar recovecos ocultos en lo psicológico o motivaciones que vayan más allá del precio dispuesto a pagar por el éxito o de los abusos de poder de lo patriarcal ante un proceso de dificultad de su protagonista femenina.
En definitiva, estamos ante una película que se puede contemplar con curiosidad al principio, con cierto interés casi antropológico para acabar en un mero pasatiempo de tarde televisiva. Algo que podría parecer no del todo negativo en el sentido de que no se “han cargado” la memoria de La semilla del Diablo pero que en el fondo es lo peor que le podría pasar a la obra. Posiblemente hubiéramos preferido ver algo más arriesgado; ya puestos a ser imperfecta, como mínimo con un poco de pasión, de impacto ni que sea por la vía de la desacralización.