Ucrania, año 1919. En aquella, por entonces, tranquila y paradisíaca tierra cercana al Mar Negro, los cristianos y judíos, colonos alemanes y campesinos ucranianos convivían en paz en un tiempo libre de conflictos de cualquier tipo. Pero los malvados ateos comunistas bolcheviques revolucionarios del Ejército Rojo llegan para confiscar sus reservas de grano y entonces todo va mal. Por suerte, los terratenientes y campesinos, que sí son creyentes y buenas personas, se unen para defenderse contra el invasor, matando y torturando si hace falta, bajo la dirección de un sacerdote católico que no tiene reparos en alentar la masacre contra soldados —siempre que sean malvados comunistas ateos que, por otro lado, han dado a entender que sólo siguen órdenes y que sus verdaderos enemigos son Trotski y una oficial del ejército, malvada comunista atea y lujuriosa mujer, que gusta de matar—. Al contrario que los amables y humanos lugareños del campo ucraniano, que matan por absoluta necesidad y la legitimación de creer en un dios, cualquier dios, en la unidad de la nación ucraniana recién proclamada su independencia y en la propiedad de la tierra como derecho fundamental. Siento no poder tomarme demasiado en serio la última película del recientemente fallecido Zaza Urushadze, Anton (2019), basada en aspectos biográficos de la vida de la madre de su coguionista Dale Eisler.
Me resulta inaceptable que en pleno siglo XXI alguien pueda hablar de procesos históricos tan complejos como la Revolución Rusa, la guerra civil posterior, la guerra entre Ucrania y la Rusia soviética con el contexto de la Primera Guerra Mundial que lo envuelve todo sin un mínimo de rigurosidad, en términos ofensivamente maniqueos, simplistas y con una perspectiva tan sesgada que deriva en una clara exaltación nacionalista y deshumanización del enemigo basándose en valores supuestamente religiosos, pero que esconden principios reaccionarios y la defensa de ciertos privilegios. Presenciamos aquí una suerte de humanismo casuístico, una idea que en las imágenes de la película se traduce en redimir actos terribles en función de cada personaje y de sus ideas religiosas o políticas, no de querer profundizar en el entendimiento de las posturas de todos ni creer en la salvación universal del espíritu humano. No, los bolcheviques no son humanos, no tienen personalidad, son una masa informe manipulada y sintetizada en dos personajes que se dibujan como perversos y malintencionados en esencia. Esto se opone radicalmente a lo que se propone en el desarrollo de la amistad de los niños y su mirada del mundo que sirve de (falso) eje central de la obra.
Anton es el nombre de un niño cuya historia recuerda un anciano en la primera secuencia del filme. El vínculo con Jakob, el hijo de un comerciante judío del lugar, forma el núcleo moral del relato. Su inocencia y su relación basada en el entendimiento contrasta con el mundo de los adultos repleto de violencia, prejuicios y odio. En teoría. En la práctica el director no se decide a darle a los niños el punto de vista de la narración dejando por el camino una inconsistencia adicional a las ya apuntadas anteriormente. Aunque en momentos clave de la película son testigos involuntarios, en la mayoría ni siquiera están presentes. Los planos largos que definen el estilo de Urushadze cuentan con un forzado desenfoque de la imagen a través de una reducida profundidad de campo, que parece introducir en su fotografía la idea de recuerdo y ensoñación nostálgica, extrayendo los personajes de su entorno e introduciendo otro elemento de contradicción. En realidad la historia de Anton es una excusa para que en determinado momento permita un gesto melodramático que desautorice y deshumanice, todavía más, la figura de Trotski —que aparece recreada en la cinta de tal forma que haría ponerse de su lado al más convencido estalinista—. Al cineasta georgiano lo que de verdad le importa es la lucha para preservar las prácticas religiosas, las costumbres y la identidad nacional contra una amenaza que viene a destruir las bases del sistema socioeconómico imperante y de la familia tradicional. Lo que queda al final son cien minutos de un panfleto de propaganda anticomunista que haría las delicias de Joseph Goebbels.
Crítico y periodista cinematográfico.
Creando el podcast Manderley. Hago cosas en Lost & Found.
Efectivamente…10 min de pelicula y esa fue mi conclusion…un panfleto anticomunista., ese es todo su interes…que malos fueron los comunistas!.Sera por eso que en los listados de ciminales despues de los criminales nazi-alemanes, los siguintes en la lista eran los nazi-ucranianos.
Muy acertada su crítica, enhorabuena.
Un saludo.
Pues aunque no les guste que se recuerde, hechos como los reflejados en la película se produjeron y es bueno que se conozcan. Para eso está también el cine.
La historia está para recordarse, pero cuando se crea un panfleto propagandístico sin rigurosidad alguna y con un punto de vista absolutamente parcial y mediatizado por unas intenciones muy evidentes, el relato pierde cualquier valor.
¿Cúales son esas evidentes intenciones?
Está todo en el texto de la crítica detallado.
Desde que vi por primera vez la película visualice como una de sus «intenciones» la denuncia de un totalitarismo entonces naciente. Un totalitarismo capaz de confiscar toda la cosecha a los que la habían producido sin importarle las consecuencias para ellos. Y mediatizado por comisarios dispuestos a eliminar a todo aquel que cuestionara el nuevo poder. Todo ello sucedió en la Guerra Civil rusa y en posteriores eventos donde ya ni siquiera se podía alegar la existencia de un ejercito blanco que utilizara métodos similares.
La película no puede verse como un estudio histórico sino como un relato personal mediatizado por los propios condicionantes y concepciones de la familia de Dale Eisler.
Ver en la película la mano de Goebbels es un exceso más propio de una propaganda cercana a la de Putin que de una análisis desprejuiciado.
Desde que vi por primera vez la película visualice como una de sus «intenciones» la denuncia de un totalitarismo entonces naciente. Un totalitarismo capaz de confiscar toda la cosecha a los que la habían producido sin importarle las consecuencias para ellos. Y mediatizado por comisarios dispuestos a eliminar a todo aquel que cuestionara el nuevo poder. Todo ello sucedió en la Guerra Civil rusa y en posteriores eventos donde ya ni siquiera se podía alegar la existencia de un ejercito blanco que utilizara métodos similares.
La película no puede verse como un estudio histórico sino como un relato personal mediatizado por los propios condicionantes y concepciones de la familia de Dale Eisler.
Ver en la película la mano de Goebbels es un exceso más propio de una propaganda cercana a la de Putin que de una análisis desprejuiciado.