En un ejercicio de recorrer esos parajes ajenos a la civilización, donde los sucesos que acontecen apenas ejercen impacto en esos motores para la civilización ubicados en las grandes urbes, Denis Côté se introduce en el núcleo aislado y hermético de un pequeño pueblo sobre el que se presentan una serie de vicisitudes sensitivas de una tragedia. Un joven pierde la vida en esta localidad con tan sólo 215 habitantes censados, creando un halo de misticismo y decadencia que comprende a varios espectros de la reducida población. Desde el hermano de la víctima, la alcaldesa del pueblo y otros diferentes oriundos del lugar, sobre ellos suceden una serie de consideraciones y recepciones a la tragedia que sucumben a un hecho extraño e insólito: las paulatinas apariciones de unas misteriosas efigies entre la ya nebulosa estampa de la zona, una localidad donde el clima reviste de un quimérico retrato de soledad y aislamiento.
Con estructura coral, el cineasta plantea en esta Répertoire des villes disparues una calculada y convergente personalidad fílmica a su obra: estética de película de género como sujeción a un drama decadente y de abstractas inspiraciones, cuyo principal resorte es la ambientación desolada y decrépita de este pequeño pueblo fantasmal, triste y aislado, que no necesita a priori ningún elemento ajeno para sucumbir a la propia degeneración escénica del espacio. Un ejercicio atmosférico en el que misterio y drama se fusionan en base al hecho detonante, que el cineasta nos presenta a modo de prólogo: un accidente automovilístico en una localidad donde nunca pasa nada, y que trastocará la vida de cada uno de sus habitantes. Si bien Côté es directo a la hora de mostrar las dos dimensiones fílmicas que pretende explorar, una más ligada a las aristas del cine de terror y otra más próxima al drama rural en una atmósfera gélidamente condensada, la obra pretende explorar un estudio del miedo en una circunspección de personajes variada, con un punto de unión en esos momentos de impacto para la narrativa como son las apariciones espectrales. Una herramienta en la que director rehúsa de otorgar artificio, sino más bien emplea como directa metáfora rural, utilizando su presencia como una cicatrización de los temores emotivos pasados y una afirmación de los terrores presentes. Ante todo, y ejecutando para ello la condensación atmosférica de necesario exceso, se perciben como necesarias las maneras de Côtè para plasmar una calculada arquitectura del espacio: desde lo más orográfico en su continente, hasta ese contenido de reforzado por la lúgubre emotividad en sus habitantes. El triste lance automovilístico es una simple excusa para dibujar una realidad acerca del pasado y presente de la localidad, donde se carbura hacia los miedos irracionales que se presentan en forma de inquietantes figuras abstractas; estas no son un símbolo para el terror, no sucumbiendo para el impacto artificioso, sino que se plantean como un utensilio para confluir las realidades de esta pequeña región canadiense.
El trastorno de la muerte del joven es esa carta que derrumba el castillo de naipes como menciona uno de los personajes del film. Y ese castillo es la cotidianidad y tranquilidad de un lugar donde nada ocurre, sacando a relucir una serie de miserias. Si bien el cineasta parte de esta idea para un díptico tonal que funciona en su unidad, aunque no acabe de balancearse en un sentido prioritario: ni se deja llevar por las ramas de impacto escénico para el terror en esos preciosos momentos donde requiere sus tropos, ni tampoco se interesa en ahondar de una manera excelsamente dramática en las recepciones de su coral reparto. No obstante, el film sí que apuesta por una naturaleza personal, como un logrado ejercicio de combustión escénica que acierta en su pretensión de siniestro calado de la emotividad, con un imaginario audiovisual que aúpa el sello perturbador de la propuesta. Una obra simple en premisa pero compleja en su desarrollo escénico, que sirve tanto para la ejecución de un retrato social de esos lugares inhóspitos y desconocidos como para la reflexión de esos recovecos dramáticos vagamente explorados en otras circunstancias.