Cuando a mediados de los 90 conocimos a Jesse y Celine, la inocencia e ilusión de una edad tan tierna como la que tenían por aquel entonces sus actores protagonistas, Julie Delpy y Ethan Hawke, se podía respirar en el celuloide. Diez años más tarde, y con ellos la llegada a la llamada crisis de los 30 dotaba de una inseguridad que oscilaba entre miedos e inquietudes a una pareja que, como el buen vino, mejoraba con el tiempo. Antes del anochecer no es más que la consecución lógica de ese camino recorrido ya durante casi dos décadas para desembocar en un acercamiento maduro e intenso, que denota la evolución de una relación sin que le pese el marco en que se desarrolla encontrando sostén en las vicisitudes entre uno y otro, en los problemas de pareja.
No por ello Linklater procede a enarbolar un discurso más sombrío, más bien al contrario: sabe encontrar el balance ideal entre esas desavenencias y una chispa que permanece intacta dotando al conjunto de esa habitual comunión entre personajes y espectador. Es quizá ahí donde el cineasta halla la principal baza de una saga que bien podría haber quedado agotada con aquel magnífico fundido a negro que nos regalaba Antes del atardecer, y que sin embargo encuentra fuerzas renovadas en una estimulante mezcla de lo que antaño fueron Jesse y Celine, y lo que son a día de hoy.
La acertada e intensa introducción que esboza el autor de Slacker, y que nos enmarca en esta ocasión en Grecia tras los encuentros en Viena y París, dilucida rápidamente la situación que quedara suspendida hace 9 años en la anterior entrega para empezar a dibujar con pulso firme las inquietudes volcadas por Linklater en este nuevo fresco donde la familia intercede por primera vez para perturbar las vacaciones de la pareja en un idílico entorno que nunca se transforma en lo contrario, y solo sirve como marco para acoger sus reflexiones y, porque no decirlo, discusiones. Y es que con Antes del anochecer se llega a la conclusión de que las sendas marcadas con anterioridad debían diluirse en cierto modo para dar paso a lo que en realidad nos hace más humanos, más de carne y hueso.
Es, por tanto, Antes del anochecer un paso adelante por parte del trío de guionistas formado por Delpy, Hawke y el propio Linklater, encajando en lo que muchos encontraron un bohemio periplo sin interés una disertación sobre la contrariedad y el inconformismo de una pareja que, hasta ese momento, no parecía haberse percatado de que había más seres a su alrededor. Quizá ese sea el motivo por el que una galería de nuevos personajes se de cita en el film, añadiendo cuestiones interesantes al propio modo de discernir de Celine y Jesse sin necesidad de intuir en ellos una mera comparsa para suscitar un conflicto que ambos protagonistas se valen por si solos para acrecentar con sus dudas, desacuerdos y, en especial, amor.
Porque no nos engañemos, por mucho que el romance que nació y floreció en los anteriores episodios encuentre un punto de fractura necesario en la cinta que nos ocupa, precisamente ese amor es el motor que funciona como eje para comprender que esas dudas y desacuerdos no son más que una extensión de la toma de decisiones (o, por contra, la falta de) que les lleva a querer estar más implicados para con los sentimientos que vierten el uno en el otro. Principal motivo ese por el cual el punto y final (?) a la saga no encuentra un reverso oscuro a lo vivido con anterioridad, sino más bien una complementación de aquella frescura y vitalidad que no desaparece por encontrar su madurez en Antes del anochecer.
Por otro lado, resulta curioso encontrarse con caras como la de Athina Rachel Tsangari (productora de Canino y directora de Attenberg, que aquí ejerce como actriz y productora) y a la vez paradójico por ser el tercer título de la trilogía quizá la más cinematográfica de todas ellas, y es que en ella Linklater acude al corte en no pocas ocasiones y reserva esos deliciosos planos secuencia con los que nos había deleitado en Antes del amanecer y Antes del atardecer para escenas que parecen ejercer la función de conductoras: desgranan el contenido, extirpan las emociones y lo mezclan intencionadamente obteniendo un cóctel que se intercala con agudeza en el conjunto.
El hecho de ser más cinematográfica, no obstante, no resta ni un ápice de efervescencia, naturalidad y dulzura a una propuesta que además encuentra en el florecimiento de un Ethan Hawke magnífico, el ya conocido temple de Delpy y cada espontánea (o así se asemejan en ocasiones) réplica la fórmula perfecta de algo que ni siquiera parece tal, pues Antes del anochecer nos expulsa de una realidad, la nuestra, para sumergirnos en otra donde, ya sea a través de la todavía inocente mirada de Celine o de la maliciosa sonrisa de Jesse, nos continuamos sosteniendo en un relato cuyos personajes encuentran variaciones, pero cuya magia permanece inmutable.
Larga vida a la nueva carne.