«Y tú juraste estar conmigo hasta el fin de los días al borde de este abismo y bailando,
juraste estar conmigo al borde del sadismo y bailando»
—Tanatorios, Hazte Lapón—
Ayer hablábamos del amor y su ausencia en Le Tout Nouveau Testament apelando precisamente a la necesidad de recuperarlo para una mayor higiene de la humanidad. En este sentido estaríamos hablando de proyecciones cinematográficas de deseo positivo. Sin embargo el amor (porque de alguna manera es un tema omnipresente en lo que llevamos de festival) tiene otra cara no tan agradable, no como sentimiento per se sino por las consecuencias que de él se deriva.
Anomalisa es precisamente un tratado sobre ello y lo hace desde un minimalismo y una desnudez delicada, suave. No nos dejemos engañar por las apariencias, porque lo que nos cuenta la película no deja de ser al fin y al cabo un bofetón catedralicio, envuelto en travellings de seda, eso sí, lo que no quita que el impacto resultante sea brutal.
Charlie Kaufman convierte a su última película en una investigación del alma humana a través de la alienación que pueden suponer las malas elecciones sentimentales o los errores cometidos en nuestras decisiones amorosas. En el fondo estamos ante un film interesado en el enfrentamiento dicotómico entre el raciocinio y el corazón.
Por ello la elección de la animación stop motion no resulta baladí. De alguna manera en la lentitud de los movimientos de los personajes y en su aspecto casi clónico entendemos el estado de ánimo de los mismos y su situación de soledad rodeada de multitudes. De la misma manera los bucles situacionales, el contexto hotelero donde sucede la acción cumplen a la perfección como descripción de la pesadilla situacional kafkiana de su protagonista, como si viviera «El Proceso» en su versión sentimental.
Anomalisa traslada la confusión y la tristeza generada por la no apreciación y aceptación del amor verdadero a través de personajes con voz y apariencia indistinguible, y solo rescatando al protagonista de ellos distinguiendo a ciertos caracteres con rasgos diferentes. El amor pasado, la esperanza futura y el monolítico e interminable presente vienen marcados también por una climatología que se torna luminosa solo cuando por fin parece haber una decisión positiva.
Pero no nos engañemos, Anomalisa no busca dar mensajes positivos sino plasmar una realidad, la de su protagonista, eminentemente negativa. En el fondo el sol solo brillará para otra persona a la que ha hecho feliz igual que la niebla nocturna de Cincinatti cae permanentemente sobre aquella a quien se ha causado dolor.
Porque en el fondo esta es la historia de un cobarde sentimental, incapaz de asumir sus pecados y capaz de, cuando se le abre una puerta a la esperanza, repetirlos en formato mini en una espiral autodestructiva interminable. Anomalisa no es pues una película terapéutica en modo alguno al reflejar tristeza en cada uno de sus fotogramas. Una tristeza que lo es más si cabe por su cruda imposibilidad de escape. Como si el alma humana no fuera más que las especies en peligro de extinción del zoo de la ciudad, un oso panda que no es un oso, una apariencia, una quimera imposible.