Castillos en el aire
En 1966, Robert Bresson estrenó Al azar de Baltasar, una cinta en la que radiografiaba el lado más oscuro del ser humano, colocando la cámara frente a la mirada inocente de un burro que, desde su nacimiento hasta su muerte, sufría constantes abusos y agresiones por parte de sus distintos dueños. La violencia ejercida sobre los animales le servía al autor de El diablo probablemente como punto de partida desde el cual trazar un fresco de desigualdades e injusticias que compartían la misma raíz: el sistema en su totalidad. Bresson, por tanto, componía, a través de sus habituales imágenes cargadas de ascetismo, un alegato en favor de los derechos de los animales que, al mismo tiempo, funcionaba como refutación de la crueldad y el egoísmo, entre otras muchas cosas.
Animal/Humano, la nueva película de Alessandro Pugno, es, a grandes rasgos, la antítesis de la cinta mencionada arriba. La película cuenta la historia de Matteo (Guillermo Bedward), un joven italiano que, siendo apenas un niño, ya había decidido que quería ser torero. Cuando cumple la mayoría de edad, se traslada a España y se inscribe en una escuela de tauromaquia, donde se hace amigo de un chaval que está ahí por obligación, dado que tanto su padre como su abuelo han sido toreros y no le han dejado más opción que la de seguir con la tradición familiar.
Con estos mimbres, el director diseña una retórica metafísica con ínfulas de trascendencia tan barroca como fácil de derribar, dado que está construida, como suele suceder con la metafísica, sobre la nada; es pura abstracción desligada de la historia material, que diría Marx. Alessandro Pugno, por decirlo de forma clara, levanta un castillo de símbolos, reflejos y reflexiones bastante vacuas con la intención no sólo justificar, sino de otorgarle un carácter divino a la tauromaquia. Su intención no es denunciar el sufrimiento y asesinato del animal, sino observar con fascinación la verborrea grandilocuente que envuelve esta práctica. Según el propio realizador, «el animal nace sin saber el propósito instrumental para el cual ha nacido. O sea, hacer la parte del monstruo. Pero ¿hasta qué punto el humano, por sus vivencias y su pasado, era tan libre de hacer lo que finalmente ha llegado a hacer?». Como si de una tragedia griega se tratase, los personajes se dirigen, movidos por el destino, hacia un final desolador con olor a muerte.
El problema es que el director no cae en la cuenta de que sus personajes viven en una sociedad capitalista y heteropatriarcal que le otorga un carácter épico a la violencia y a la muerte; que funciona según la premisa de que tanto los animales como el medioambiente están al servicio de los seres humanos; y que establece en la mente de los más pequeños, a través del proceso de socialización por el que pasa cualquier persona desde que nace, las estructuras mentales —Bourdieu— que, por un lado, permiten su supervivencia; y, por otro, lo cubren con el velo ilusorio de lo natural para protegerlo de las críticas. Es cierto, por tanto, que los protagonistas de Animal/Humano no toman sus decisiones con total y plena libertad, pero los mecanismos coercitivos que dirigen sus acciones nada tienen que ver con el destino; más bien, forman parte del propio sistema que la cinta legitima.
Además, Alessandro Pugno adopta un punto de vista cuanto menos desconcertante a la hora de filmar las escenas en las que retrata los comportamientos machistas y homófobos que se dan dentro del mundo de la tauromaquia. Por poner sólo un ejemplo: a mitad de película, un joven de familia burguesa y adinerada le confiesa entre lágrimas a Matteo —que proviene de un hogar de clase trabajadora—, que no quiere ser torero ni mucho menos participar en la corrida que su padre le ha pagado. El protagonista, enfadado, le recrimina su comportamiento por desaprovechar una oportunidad que él no ha tenido ni, intuye, va a tener. El director, que hasta el momento no había hecho ningún apunte ni crítica en lo que a las clases sociales se refiere (ni tiene mucha intención de profundizar en el tema), lejos de retratar el joven antitaurino como un adolescente atado y asfixiado por una tradición absurda que se ve obligado a asesinar a un animal en contra de su voluntad, le presenta como un niño mimado y cobarde incapaz de enfrentarse a la vida. Que este mismo joven termine suicidándose y Matteo venza sus dificultades y acabe protagonizando su propia corrida es la forma que tiene el realizador de decir que los que se salen de los patrones de la masculina hegemónica (opresiva y tóxica) son los débiles que pierden, mientras que los verdaderos hombres, los rudos y fuertes, los que no le temen a nada, son los que ganan y triunfan. Juzguen ustedes mismos.
Animal/Humano, pese a su intención de funcionar como un profundo ejercicio de exploración tanto del ser humano como de su relación con la naturaleza en general y con los animales en particular, termina siendo una justificación del maltrato animal que blanquea comportamientos y actitudes del siglo pasado. Todo lo contrario que Al azar Baltasar.