El aterrizaje este fin de semana en la cartelera española del último film del maestro Andrzej Wajda, la soberbia Afterimage, representa una excelente oportunidad para rescatar la que fue su ópera prima en el largometraje. La cinta que abrió su famosa trilogía sobre la guerra y posguerra mundial en Polonia que se completó con Kanal y Cenizas y diamantes. Y es que Generación fue una perfecta presentación de un Wajda que ya destacaba como uno de los mejores alumnos de la La Escuela Nacional de Cine Televisión y Teatro de la ciudad de Lodz, convirtiéndose en el ojito derecho del maestro Aleksander Ford, quien colaboró en la alternativa de su alumno como asistente de dirección jugando un papel esencial en cuanto a asesoramiento y puesta en escena, hecho que se refleja en el aspecto íntimamente soviético que desborda todos y cada uno de los rincones de este ejemplar debut.
En una entrevista concedida por el maestro a Criterion a raíz del lanzamiento del DVD con la versión restaurada de Generación, éste afirmó que la cinta fue rodada en colaboración con Ford. No sintió por tanto que tenía el control de todo lo que estaba realizando. Fue una película adscrita a una época concreta. La de esa Polonia comunista (retratada precisamente por Wajda en su último film) preocupada por establecer un manual de dominio del mundo del arte. Dirigiendo el mismo hacia los parajes del realismo socialista en lugar de a los de la inspiración innata. Ello se nota en la ideología que desprende el guión. Una especie de remake de Roma, ciudad abierta (obra a la que Wajda acudió a lo largo de su carrera en multitud de ocasiones, sin duda la película que le marcó como artista único) contaminada de un aura que pretendía rendir homenaje a los héroes anónimos de la resistencia comunista que plantaron cara a las fuerzas de ocupación nazis. La influencia ejercida por Ford y los mandatarios que vigilaban el desarrollo de la obra, impusieron una cierta querencia maniquea hacia la exaltación del ídolo estalinista mostrando a una juventud vehemente, combativa y finalmente solidaria con el fin común, el de la derrota del enemigo alemán. Quizás un retrato al que le faltaba algo de autocrítica y reflexión, fiel reflejo de su tiempo. Sin embargo ello no fue óbice para que Wajda pusiera sobre la mesa los dogmas que marcarían el resto de su exitosa trayectoria, sembrando una semilla que daría sus frutos. Los del reflejo de la lucha de un grupo resistente en contra de las injusticias y en favor de la libertad. Pues fue esta palabra, libertad, la que confluyó y dio forma a todas y cada una de las películas del genio polaco.
Generación se elevó por tanto como una especie de lanzadera en la que se apoyaría buena parte del cine polaco surgido en los cincuenta. De hecho Generación fue ideada en un principio como vehículo para celebrar el aniversario del nacimiento del Partido Comunista en Polonia. Un cine de memoria histórica. De enaltecimiento de unos jóvenes combatientes que dieron su vida por su patria. Pero lo que me gusta de Generación es su férrea resistencia a caer en este saco roto. Puesto que Wajda inyectó ciertas gotas de patetismo gracias a su apuesta por acometer estas primeras obras de juventud desde una perspectiva irrenunciablemente realista, dando muestras de su amor por exhibir los problemas y complejidades del ser humano, centro y razón de su obra. Una mirada limpia, sabia, reposada, impecable y para nada discursiva que fue capaz de narrar la evolución histórica de su país a lo largo del siglo XX.
A pesar de que su aspecto interno da prueba de que ésta fue una obra de graduación académica (no solo por el hecho de contar en su equipo técnico con los profesionales de la Escuela de Lodz, sino también por incluir en el elenco de actores a varios de los alumnos del centro, entre los que destaca la presencia testimonial del legendario Zbigniew Cybulski que aparecerá unos pocos segundos en el arranque del film interpretando al felón colega del protagonista que huirá como alma que persigue el diablo al comprobar los resultados de un temerario asalto orquestado por su amigo a un vagón de mercancías nazi y sobre todo una de las primeras intervenciones de Roman Polanski otro alumno destacado de la Escuela además de amigo íntimo de Wajda, éste sí en un papel secundario pero importante dando rostro a uno de los miembros de la brigada comunista capitaneada por el intérprete principal) el envoltorio externo de la película no puede ser más poderoso. Tomas elegantes que otorgan una alucinante profundidad a los escenarios en los que tiene lugar la acción, movimientos de cámara que ayudan a situar la misma en el sitio justo para visualizar todos y cada uno de los detalles precisos con los que saborear una geometría sobresaliente y un montaje preciso y estilizado. Sin duda todo un recital de arquitectura formal y sapiencia escenográfica.
El arranque del film no puede ser más emblemático, constituyendo todo un ejercicio de estilo. Una toma en grúa marca de la casa Wajda (los ‹travellings› y movimientos de cámara mediante grúa fueron una de las grandes aportaciones del maestro) que recorrerá el paisaje del suburbio de chabolas situado en las afueras de Varsovia que da cobijo a Stach, el joven protagonista de la trama. Con una elegancia supina y portentosa, la cámara recorrerá lentamente las estancias y recovecos de la barriada. Absorbiendo su alma. Captando los rostros que la moran. Vagabundos que tocan una armónica. Madres que ayudan a sus pequeños a orinar en medio del campo. Pícaros que corretean sin más juguetes que su propio cuerpo. Vecinos que conversan sobre no sabemos qué. Chabolas cuya chimenea escupe un humo tenebroso. Viejos curtidos que galopan a lomos de su cansado burro. Señoras que acaban de salir por la puerta de su destartalada casa. Terrenos despojados de edificios y progreso, demolidos por los mordiscos de la guerra. Para detener la mirada en tres chavales que se hallan jugando con un cuchillo con el único propósito de demostrar quien es el más diestro en el manejo de este arma blanca.
Con un simple gesto Wajda nos ha presentado el escenario de su película. No hace falta más información, todo el secreto ha sido desvelado con un sencillo movimiento de cámara. Nos encontramos en la Varsovia de 1942. Duramente castigada por la Guerra y las tropelías cometidas por el ejército de ocupación. Seguiremos al bisoño Stach, un adolescente que malvive con su madre en un suburbio donde la miseria campa a sus anchas sin ningún control. Huérfano de padre. Rebelde e incauto. Sin dar más pistas su extraña relación con su madre nos hace pensar que no existe ningún tipo de vínculo amoroso entre los dos. El conflicto armado ha destruido cualquier conato de afecto en el corazón de Stach. El odio ha explotado en medio de su alma. Un desprecio que le ha convertido en un aprendiz de partisano, planeando asaltos suicidas al tren que transporta carbón para el regimiento nazi. En uno de estas acometidas uno de sus amigos será abatido por un vigilante enemigo, hecho que conducirá a Stach a replantearse sus inconscientes embestidas.
Y Wajda cogerá el testigo convirtiéndose en un narrador fidedigno de los distintos avatares que sucederán en la vida de Stach. Describiendo su proceso de transformación desde un alocado y vago joven hacia un maduro trabajador en un taller de carpintería que acoge en sus despachos a comunistas y miembros del ejército de liberación polaco (de ideología radicalmente divergente a la socialista). Y Stach hará migas con la parte más débil del equipo. Con el íntegro y humilde carpintero que lucha bajo los designios de la bandera roja cuando abandona su oficio. De este modo nuestro héroe se hará mayor, abrazando las responsabilidades del universo dominado por los adultos. Será conquistado por el discurso revolucionario y beligerante proclamado por una bella adolescente llamada Dorota, miembro de las juventudes comunistas que pelean desde la clandestinidad contra los nazis. Y si bien la inicial militancia de Stach parecerá motivada por los efectos de Cupido, poco a poco el mismo irá tomando conciencia de sus obligaciones como capitán de patrulla, ejecutando actos de sabotaje y terrorismo contra el ejército ocupante. Atrayendo hacia su equipo a tres compañeros de trabajo, entre los que se encuentran el inexperto Mundek (Roman Polanski) y el ambiguo Jacek (Ryszard Kotys), un chico que se declara abiertamente comunista pero que ostenta cierto respeto a comprometerse con la causa desde una perspectiva ejecutiva, por temor a ser hecho preso dejando así sin respaldo a un padre incapacitado y que por tanto necesita de los cuidados de su hijo para poder sobrevivir.
Pero un acontecimiento pondrá en peligro la estabilidad del grupo. El asesinato cometido en un bar colaboracionista de un alto mando nazi, mientras atusaba las piernas de una prostituta, acribillado a balazos por un enajenado Jacek al que la posesión de un arma parece haber transformado en un psicópata incontrolable. Este suceso pondrá contra las cuerdas al equipo liderado por Stach con el asesoramiento doctrinal de Dorota, quienes tendrán que enfrentarse con un enemigo superior desde el punto de vista armamentístico con la única ayuda de su atrevimiento casi suicida. Un arrojo que dará lugar a una persecución por los edificios y tejados de Varsovia de un Jacek acorralado por los nazis al que no le quedará más remedio que cometer un acto desesperado. ¿Podrán los jóvenes partisanos ejecutar los atentados planificados contra el enemigo?
Con ciertos tintes que exaltan la heroicidad de las guerrillas comunistas, la cinta ofrece una enigmática fotografía de una juventud inicialmente carente de ideales que parece deambular por las trincheras de la guerra con una serie de motivaciones no muy bien definidas. Desde el amor platónico que Stach siente por Dorota. La rebeldía de unos niños que juegan a la guerra como otros pueden hacerlo al Scalextric. Pasando por la falta de referentes existentes en una juventud que creció demasiado deprisa. Sin embargo finalmente ésta tomará conciencia de sus objetivos, sirviendo Generación de este modo como claro homenaje a esos guerreros que permitieron guiar a Polonia hacia el sendero de la libertad. Un film que culminará con una de esas escenas terroríficas y simbólicas que dan fe de de las penurias y también de las esperanzas libertadoras que acompañaron a unos luchadores vestidos con biberón en lugar de con uniforme. Una perfecta presentación de uno de los más grandes autores del cine europeo.
Todo modo de amor al cine.