Si hay un rasgo que sobresale en el cine de André Øvredal desde que debutara con Troll Hunter, es su propensión a otorgar una relevancia específica a los escenarios que centran sus relatos, algo que si no se vislumbraba del todo en su ópera prima (especialmente, debido a la condición de ‹found footage› que atesoraba esta), se ha ido transformando en un factor clave para comprender la evolución del noruego. En ese sentido, sería difícil entender las construcciones que realiza el autor de la recién estrenada Historias de miedo para contar en la oscuridad sin advertir una perspectiva que más bien tiende a lo clásico, pero sin la cual no podríamos estar hablando de un artesano en cuya mirada se observa un fabulador capaz de subvertir desde lo narrativo el tejido de sus propios relatos —como sucedía, por ejemplo, en La autopsia de Jane Doe y su larga (y magnífica) secuencia central—.
The Tunnel, cortometraje que llegaría tras Troll Hunter y antes de dar el salto internacional, sostiene del mismo modo su premisa en un único paraje: aunque para la ocasión la versatilidad que provee el escenario consiente a Øvredal una capacidad distinta, el cineasta no coarta una búsqueda que se centraliza, al fin y al cabo, en el elemento que da nombre al título de la pieza que nos ocupa, y aprovecha del mismo modo los exteriores para reforzar una extraña y terrorífica —que ni siquiera tiene la necesidad de consolidar tal condición— parábola futurista.
Así, y asistiendo al periplo de una familia de vuelta a casa en el interior de su automóvil, The Tunnel se construye con temple a través del detalle: desde la perceptible inquietud de los progenitores, a esos exteriores que conceden sosiego a una insólita situación, así como indican la procedencia de esa intranquilidad que se cierne sobre los protagonistas. Más allá de ello, y si bien el trabajo del cineasta provee instantes que se podrían comprender como formulares, muestran al fin y al cabo cierta tendencia al reflejo de ese horror desde una visión más pura que ha terminado por explotar en su último film.
La mirada infantil no se antoja ni mucho menos casual. No hay en tal decisión atisbos de otorgar un desvío argumental: Øvredal no busca sino un modo de redirigir ese carácter de artimaña desde el que activar la naturaleza fabuladora de la que hablaba en un principio. Porque, si bien tanto el espectador como los personajes adultos son conscientes en casi todo momento de hacia qué terreno nos lleva The Tunnel, es sin embargo en la percepción de los pequeños donde el noruego emplea sus aptitudes, tanto en la relación que establece Peter con la niña de un coche adyacente, como por el empeño de sus padres en alterar esa situación.
Sirva The Tunnel como anexo inferior cuasi anecdótico del cine de su autor, pero sin que ello sea un obstáculo como para continuar otorgando forma a un universo que aprovecha cada recoveco en su interior, llegando a hacer de ese automóvil un parapeto —hecho este, reforzado por el uso del sonido—, una simulación a la que adscribir una ficción que quizá no es del todo real; o, en palabras de Stella, protagonista femenino de su recién estrenado trabajo, cómo los relatos son transformados en realidad, convirtiéndonos en lo que somos. Una máxima desde la que seguir percibiendo las directrices de una obra cuyo techo no parece haber quedado limitado ni en su acercamiento más evidente para con la Meca del cine.
Larga vida a la nueva carne.