Una madre intentando atender sus obligaciones laborales, dos retoños haciendo y deshaciendo a su antojo, generando un desconcierto patente y un teléfono que no para de sonar. Una escena cotidiana que a través del prisma de Anahí Berneri deviene en un clima angosto cuyo contexto se antoja, por momentos, irrespirable. Es el arranque de Por tu culpa, tercer largometraje de la cineasta argentina y primero en visitar el Zinemaldia —donde este año triunfaría con Alanis, ahora de estreno—, toda una declaración de intenciones por parte de su autora, que transporta a un abrasivo terreno dramático aquello que, en otra coyuntura, no sería más que una mera anécdota, pero en sus manos no únicamente toma forma en un estimulante ejercicio formal, además se detiene en una realidad incómoda que se antoja necesario rubricar.
Berneri busca en ese escenario materno, cuya caótica representación otorga señales de hacia donde virará el periplo emprendido por Julieta, madre de dos hijos y mujer separada, un fehaciente reflejo de una sociedad que ha sido abducida por sus propios males y no encuentra ni siquiera en su rincón más íntimo aquello a que sostenerse. El entorno social —tanto personal como laboral o externo— influye de ese modo en una relación que deja de ser recíproca y alimenta así una desazón propiciada por vínculos cada vez más extraños —como ese sostenido con su hijo mayor Valentín, que incluso llega a insultar a Julieta en algún momento— y momentos de angustia al verse rebasada ante situaciones que deberían ser comunes.
La cámara de la autora de Aire libre sostiene todo ese discurso en torno a la fisicidad de un plano que se torna por instantes agresivo, y que desfigura su concepción como tal, viéndose apoyado por un montaje donde las constantes reflejadas a través de la imagen se intensifican. Berneri arma así un film áspero en su superficie, pero igualmente crudo en un subtexto que se regenera mediante lo visual. De todo ello se deduce una sensación de impotencia, prácticamente de imposibilidad por sostener preceptos básicos que permitan a Julieta tomar el mando de una situación ante la que se desata una resistencia cuasi natural. La protagonista se parapeta así en un terreno donde surgen el temor y las dudas en torno a que cualquier otra figura le pueda arrebatar su responsabilidad —ya sean sus seres más cercanos, o ese médico al que mira con recelo—, por más que en ocasiones se vea superada por la misma.
El gran mérito de Berneri, en ese aspecto, es el de no juzgar en ningún momento a sus personajes. Por tu culpa juega con el suficiente grado de ambigüedad como para que aprehendamos un discurso cuyas intenciones resultan lo suficientemente concisas. Pero dentro de ese engranaje, se sostienen las claves de un personaje femenino que no lo es de modo casual, y a partir de la reveladora interpretación de Erica Rivas —por sugerir en cada detalle más que evidenciar— y de un transcurso capaz de separar esa culpa a la que alude el título de una impotencia que parece imposible someter, el film va más allá de una posición que no coartan sus constantes.
Por tu culpa se muestra como un cine con conciencia —por su compromiso y, ante todo, por su irreductible libro de estilo—, presto a la reflexión y a acatar la incomodidad como algo más que un rasgo formal —algo que la argentina logra en sus poco menos de 90 minutos—. Una obra en la cual no hay víctimas ni agresores, más bien la omisión está en todos y cada uno de sus personajes, por más que esa sociedad retratada siga empeñada en señalar en un intento por encontrar causas que están en todos y cada uno de nosotros. Aunque ya se sabe que siempre fue más plácido buscar culpables en el exterior, y ello lo aprovecha Berneri para reproducir un relato certero a través de ese cine repleto de matices que a buen seguro todavía tiene mucho que contar.
Larga vida a la nueva carne.