El pasado 20 de abril recibíamos la triste noticia del deceso en Palma de Mallorca de Guy Hamilton, cineasta británico nacido en París cuyo nombre siempre estará ligado al mejor cine de James Bond, saga para la cual cinceló cuatro de sus piezas más emblemáticas y alabadas por la crítica: Goldfinger, El hombre del brazo de oro, Vive y deja morir y Diamantes para la eternidad. Pero la trayectoria de Hamilton abarca mucho más terreno del circunscrito al agente con licencia para matar al servicio de su majestad. Así, el autor de La batalla de Inglaterra forjó su aprendizaje en el mundillo cinematrográfico de la mano de un grande, formando parte del equipo habitual del que fue considerado, junto a David Lean, mejor cineasta británico de los cuarenta, este es, Carol Reed. Junto a Reed cosechó grandes éxitos, tomando del mismo ese gusto barroco y algo artificioso por deformar los encuadres y apostar por un montaje frenético donde no había espacios para lo estático. Ello fue fundamental para la carrera de Hamilton, pues de sobra es conocido que el británico se decantaría por especializarse en el género de acción y sobre todo en el thriller de suspense —no exento de ciertas gotas de comedia en la que verter ese fino humor british—, categorías en las que alcanzó un prestigio totalmente merecido.
Debutando en la dirección en los años cincuenta con una pieza de intriga algo desconocida titulada The Ringer, no fue hasta su tercera película cuando se destapó el talento de un cineasta capaz de mezclar con sapiencia y estilo el melodrama social más crítico con ese cine de suspense que dominaba con pericia. Y es que An Inspector Calls no solo se eleva como la mejor película dirigida por Guy Hamilton para un servidor, sino que igualmente nos hallamos ante una de las mejores piezas de cine de suspense made in british realizadas en los años cincuenta. Y he indicado a posta esa etiqueta puesto que si algo caracteriza esta obra es su disfraz absolutamente británico, tanto en lo referente a una puesta en escena de un estilo ciertamente teatral —derivada del origen escénico del texto en el que se basa el guión, nada menos que la pieza homónima escrita por el prestigioso John Boynton Priestley que ha sido también adaptada al cine en ocasiones posteriores— como en lo alusivo a su perfecta disección de personajes, definiendo pues una estructura de suspense ligada más al interés social que ansía desvelar el film que a la intriga como enfoque preferente de la acción —aspecto esencial de las películas originarias de las islas adscritas al género—.
La cinta arranca de un modo muy elegante, con un bonito plano general que permite atisbar el escenario principal donde tendrá lugar el desarrollo de la historia que no es otro que el hogar de la adinerada y esnob familia Birling. Una mesa repleta de manjares denota que se está llevando a cabo una celebración, la del compromiso de la hija menor de la familia llamada Sheila con otro heredero de una acaudalada estirpe británica llamado Gerald. En los primeros compases del film, Hamilton se centrará en retratar los diferentes perfiles de los comensales. Así intuiremos el carácter déspota, avaricioso y engreído del cabeza de familia, el empresario y antiguo juez de distrito Arthur Birling. Igualmente conoceremos a Sybil, la fría y maquiavélica esposa de Arthur que se retratará como una ama de casa sobre-protectora con sus dos hijos que dedica su tiempo de ocio colaborarando con una entidad de caridad para ayudar a mujeres con problemas de exclusión. A diferencia de sus progenitores, los dos hijos del matrimonio parecen tener un enfoque vital totalmente opuesto al de sus padres. De este modo, Sheila se perfilará como una joven dulce y soñadora, si bien algo caprichosa, feliz por su compromiso con su amado Gerald. Y por otro lado Eric se mostrará como un joven irresponsable, borrachín y vividor, eclipsado por las exigencias de sus padres y la falta de libertad que éstos le imponen. Finalmente el último comensal, Gerald, dará la impresión de ser miembro de esa nueva generación de jóvenes de la alta burguesía británica guiados por la sensatez, la inteligencia y el sentido común que muestra cierta distancia hacia el carácter déspota y algo fascista que ostenta su futuro suegro.
Sin embargo la tranquilidad del festejo se verá turbada con la repentina irrupción en el hogar de un extraño personaje que se hace llamar Inspector Poole. Figura que se presentará como un policía que ha acudido a casa de los Birling para recabar información acerca de un extraño suceso acontecido esa noche: la muerte por un supuesto suicidio de una joven llamada Eva Smith. El carácter seco, altivo y directo de Poole permitirá conocer las circunstancias que rodearon al suceso objeto de investigación a través de la reconstrucción de los hechos que tuvieron lugar en el pasado entre los invitados al banquete y la misteriosa Eva Smith, una antigua empleada de la empresa Birling que fue despedida por su carácter supuestamente contestatario, hecho acarreó una serie de vicisitudes y desgracias, todas ellas ligadas con actos perpetrados por la familia Birling, que la guiaron a tomar la terrible decisión de quitarse la vida.
Para aquellos que no hayan visto la película, y no conozcan la pieza teatral escrita por Priestley no voy a desmenuzar más el argumento. Porque sin duda las diferentes sorpresas que explotan a medida que avanza el discurrir de la trama, así como el perfecto engarce de las mismas, son los mejores ingredientes que permiten sazonar An Inspector Calls como uno de los mejores policíacos de la historia del cine británico. Un punto magistral que exhibe el film es su respeto a la obra original. Guy Hamilton, desechó así edificar una cinta trepidante y de puro suspense, optando por desacelerar el ritmo habitual de sus films para moldear una película que funciona con la argucia narrativa del flash back, adquiriendo así el grabado de una especie de reconstrucción del atestado policial que trata de escribir el misterioso Inspector Poole, una figura que se beneficia de la gélida y espectral interpretación del magnífico Alastair Sim en un papel sin duda para enmarcar y poner como ejemplo en las escuelas de actores.
Otro de los aspectos memorables del film es su talante claustrofóbico muy emparentado con el cine de terror gótico de las islas. La casa pintada como escenario principal y casi único de la historia se presenta como una especie de cárcel que encierra la hipocresía, el egoísmo y la total falta de escrúpulos de esas clases pudientes y puritanas adalides de las virtudes y exentas de vicios. Una burguesía que será radiografiada bajo el nombre de los Birling como una clase putrefacta, ansiosa de poder caiga quien caiga y moralmente detestable. La puesta en escena empleada por Hamilton hace gala de un estilo preciso y milimétrico, situando la cámara siempre en el sitio oportuno para desvelar las interioridades de sus personajes así como los secretos que esconden, permitiendo así el lucimiento de unos intérpretes que dan el do de pecho en sus respectivos roles y entre los que destaca un bisoño Bryan Forbes en el papel del inconsciente Eric.
An Inspector Calls adopta pues la forma de una especie de sainete social con tintes de cine negro que demuestra las funestas consecuencias que nuestros actos conscientes pueden acarrear en nuestros semejantes, lanzando una aguda y afilada crítica en contra de la avaricia y la falta de sentimientos presentes en las familias de las altas esferas británicas, estirpes únicamente interesadas en su propio bienestar aunque ello provoque la caída a los infiernos de los integrantes de la parte más débil de la sociedad. Y lo que realmente me fascina del mismo es sin duda la forma en como Hamilton introduce a esa china en el zapato de los Birling que adopta el rostro del Inspector Poole. Éste aparecerá en escena casi de casualidad, como un fantasma que se introduce en nuestra mente en una noche de pesadilla, del cual no podemos desembarazarnos. Poole es sin duda la voz de la conciencia. Un ente que no sabemos si realmente es un policía que trata de desenmascarar un posible asesinato, o si en realidad se trata de un desconocido que ha decidido jugar una partida de ajedrez diabólica y peligrosa con aquellos para los que la vida de los demás no es más que una partida de póker sin importancia. Una presencia inquietante y amenazadora que será rubricada con un final digno de las mejores novelas de misterio que muestra el verdadero sentido de una cinta que no dejará a nadie indiferente. No hay mejor manera de homenajear a Hamilton que volviendo a rescatar del olvido una película merecedora de los calificativos más grandiosos.
Todo modo de amor al cine.