Estaba dando vueltas a todo lo que esconde una película dirigida por Amy Seimetz. No es solo una carga emocional explosiva que desnuda su mente de un modo asombroso, convirtiendo sus sentimientos en una especie de acantilado abrupto al que asomarse con miedo y curiosidad. También existe esa parte en la que el indie y el ‹mumblecore› se convirtieron en una nueva ráfaga de autores que se complementan en cada película. Y me he dado cuenta de algo: necesitamos el árbol genealógico del cine indie americano de la última década para poder analizar milimétricamente cada una de sus películas.
Amy Seimetz está ahora mismo en boca de todos. Dicen de su última película, She Dies Tomorrow, que consigue condensar esa ansiedad que nos persigue gracias a la pandemia mundial que nos acecha día y noche desde hace unos meses. A la prensa (tanto como al público) le encanta la idea de film premonitorio y definitivo, y la capacidad que tiene la directora de plasmar sus propio pánico puntual invita a obligarle a llevar esa etiqueta de por vida.
Hay algo en particular que me fascina de She Dies Tomorrow, y es cómo su protagonista Kate Lyn Sheil se fusiona con la música, la luz y la tragedia hasta casi asfixiarnos visualmente para, un instante después, romper con esa imagen y pasar a otra cosa distinta, como si no consiguiera descomponerse del todo: no muere, no desaparece, no hay un fin planificado para ese momento exacto. Es simplemente magnífico poder ver en un rostro la sublimación de lo exagerado e impertinente que es el drama personal cuando deseas aferrarte a él y al tiempo quieres olvidarlo.
Es algo que enlaza a la perfección con la ópera prima de Seimetz, la cercanía armónica y facial de Kate Lyn Sheil, también protagonista de Sun Don’t Shine, a la que la cámara se aproxima sin tapujos para mostrarnos sus pensamientos entrecortados, su drama inocuo, su miedo o ausencia de él. Sus pensamientos quedan plasmados con total sinceridad cada vez que la pantalla se centra en su mirada, rompiendo la barrera de algo que simula ser tan íntimo, entrando sin invitación en la vida secreta de dos amantes a través de ella, siempre ella.
Parece una necesidad para Amy Seimetz construir sus personajes desde lo más mínimo y expresivo antes de desarrollar cualquier historia —y no voy a obviar la posibilidad de decir que sabe deconstruir magistralmente un personaje femenino.—. Para Sun Don’t Shine se conforma con la confrontación física como un modo de avanzar el drama en el que nos quiere sumergir, un pequeño aviso del forcejeo al que se van a someter las psiques de Crystal y Leo, un Kentucker Audley con el que también ha contado en su último trabajo. Ambos muestran antes de sugerir, en una historia que va solidificando sus bases mientras ellos avanzan físicamente. ¿A nadie han acusado nunca de empezar siempre la casa por la ventana? Pues ella sabe muy bien manejarse en esos términos para recrear el suspense dentro de una historia que simplemente viviría del drama si no fuese así. Aunque necesitemos consolidar un porqué de su forma de actuar, el ritmo de la película es siniestro y bello a un mismo tiempo. Sus juegos de luz y su ansia por ponerse siempre encima de sus protagonistas, su forma de demostrarnos tanto la mirada de frente, como lo que observan de lejos, nos compromete más con las sensaciones, no tan enigmáticas, que procesan en este descarriado duelo y pasión que viven, que con aquello que les hace sentir de esa forma concreta en cada momento.
Así que Sun Don’t Shine no difiere mucho de lo que llaman algunos un “ejercicio de estilo” y que yo catalogaría de una ‹road movie› cercana a los ideales historiadores de amantes que huyen y enfangan su futuro, pero que sabe manejar la intensidad infinita de dos personajes muy bien construidos y desquiciados que funcionan como entes únicos y solitarios que dominan sus expresiones y sensaciones incapaces de interiorizar, y que chocan cuando interactúan entre ellos, rompiendo cualquier posible equilibrio. Su desarrollo está lleno de baches, pero no por ello olvida dejar constancia de su gusto por el retrato, en un juego solidario de luminosidad y cercanía, casi bucólico, siempre intrusivo, empastado con una música envolvente y fluida.
Destaca el desarrollo de Kate Lyn Sheil. Es salvaje y sumisa, sus entrecortados y chillones gritos susurrados son arrebatadores e incómodos, y conociendo lo personalísima que es la historia de She Dies Tomorrow, nos hace pensar que es un reflejo distorsionado de la Amy Seimetz de 2011. O tal vez una historia premonitoria, conociendo su proximidad y distancia sentimental de un Shane Carruth que también participó en la película, como lo hicieron AJ Bowen, David Lowery, el Larry Fessenden productor y otros tantos de la ‹crew› del indie moderno que suelen mezclar sus habilidades en las películas de unos y otros, siendo una multitud abarrotada que sabe reafirmarse con voz propia cuando les toca actuar como individuos. Los del árbol genealógico pendiente de estudio.
Sun Don’t Shine, título paradójico donde los haya, también esconde pequeños soliloquios revulsivos que rompen su estructura, testimonios que dan forma a la historia o que simplemente relajan o tensan el ahora con la apariencia de un pasado inconexo. Esto solo deja constancia del fanatismo de Seimetz por los estímulos, impulsos, detalles. Amy Seimetz y los silencios, la verborrea incontenible. Seimetz es fiel a la reflexión a partir de la intimidad, sin mucho que decir y demasiado en lo que ahondar, y es lo que hace de esta actriz, guionista y realizadora algo indispensable en lo que centrarse por un unos instantes de nuestras inconstantes vidas.