Roald Amundsen es uno de los iconos históricos de la nación noruega. A él pertenece el honor de haber dirigido la primera exploración al Polo Sur, tierra hasta entonces nunca hollada por el ser humano. También surcó el Paso del Noroeste, emplazado en la zona más septentrional del continente americano, otro hito que no había tenido lugar hasta que él lo alcanzó. El gen aventurero, pues, estaba muy presente en su interior, hasta el punto de dedicar toda una vida a esta pasión/profesión, combinando el sentimiento con unas grandes habilidades para llevar a cabo estas empresas.
No es de extrañar, por tanto, que tal personaje disponga ahora de una película que rememore sus emprendimientos. El cineasta Espen Sandberg, codirector de uno de los éxitos recientes de la cinematografía noruega como fue Kon-Tiki (amén de otros títulos más desafortunados como Bandidas o la última de Piratas del Caribe) acomete, esta vez en solitario, la tarea de reflejar en formato audiovisual la historia de este hombre. Amundsen es el título del film que explora, a través de flashbacks, las etapas más importantes de la existencia de una persona que realizó auténticas heroicidades en el plano de las expediciones, pero que poseía un carácter que no le ayudó tanto en el terreno más íntimo.
En efecto, la gran mayoría de genios tiene su lado menos amable y Roald Amundsen no fue una excepción. Con sus compañeros de expedición ejercía labores de jefe, de manera que en ese punto podía ser más comprensible que dejara ver el enorme egocentrismo que afloraba en su interior, pero en el terreno personal fue una de las causas (obviamente, junto a sus prolongadas ausencias) de su incapacidad para conectar con aquellos que le rodeaban. Al menos así lo describe su hermano Leon, que es quien narra su historia a través de un encuentro casual que tiene con la novia de Roald.
Este clásico planteamiento narrativo que Sandberg lleva a cabo en Amundsen encaja bien con las intenciones de la película. El punto clave es que no seamos capaces de discernir con claridad si Roald Amundsen fue un héroe o un villano, un personaje al que querríamos tener cerca o a cierta distancia de nosotros. La respuesta es que, ante todo, Amundsen era una persona, con sus virtudes y defectos que en algunos casos estaban muy marcados y en otros costaba más verlos. Esta reflexión se puede aplicar sin problemas a algunos de los ídolos de la sociedad actual, a veces levantados en hombros sin ejercer méritos verdaderos para merecerlo, en otras ocasiones castigados hasta el límite por acciones que su ego les impidió ver que no eran correctas.
La efectividad de Amundsen a la hora de transmitirnos estas ideas queda bien acompañada por las secuencias de las propias expediciones. Sandberg consigue reflejar la dureza de aquellas valientes cruzadas frente a lo desconocido, pero también las satisfacciones que proporcionaban los éxitos conseguidos. Las imágenes del paso por la Antártida consiguen extrapolarnos el gélido ambiente que allí reinaba. Su factura visual va en consonancia con la propia narrativa de la cinta: sin riesgos ni alardes, pero bien empleada.
Con Amundsen estamos, por tanto, ante un título que representa con bastante destreza las etapas de un hombre poco común tanto en su vida profesional como personal. El film rinde un merecido tributo a uno de los personajes históricos más importantes de una nación, pero lo hace escapando de mitificaciones absurdas y sin agrandar las cosas buenas o las malas que pudo tener este hombre. Es fácil, eso sí, echar en falta algo más de arrojo por parte de Sandberg para convertir esta buena historia en un film que traspasase más barreras de las que suele marcar un biopic muy tradicional, adjetivo con el que se podría calificar sin problemas a Amundsen.