No debe de ser tarea fácil hacer una película de época. Además del trabajo que hay que realizar en materia de ambientación, decorados, vestuario y todo lo relativo al aspecto visual, llevar a cabo un film de este tipo requiere la necesidad de respetar el «glamour» del género sin hacer que la obra caiga en la intrascendencia. Hemos visto incontables ejemplos de dramas de época con bonita fachada pero vacíos a la hora de transmitir una historia interesante. María Antonieta o la reciente Anna Karenina de Joe Wright son ejemplos inmediatos. Pocos trabajos se acercan a la calidad de la filmografía de James Ivory o de las bien consideradas Las amistades peligrosas, Sentido y sensibilidad, Orgullo y prejuicio, etc., por no hablar de obras maestras como aquella que se sacó de la manga Kubrick con Barry Lyndon.
Debido a esa circunstancia, el intento de Whit Stillman por llevar a su largometraje al terreno de la casi paródica comedia de época merece su reconocimiento. Amor y amistad, basada en una novela de Jane Austen y ambientada a finales del Siglo XVIII, cuenta cómo Susan Vernon acude al hogar familiar de su difunto marido para reestablecer lazos y buscar un nuevo matrimonio. La curiosa personalidad de Vernon, una mujer tan ególatra como atractiva que no esconde sus deseos de prosperar en su economía personal y clase social, rompe por completo la estabilidad de todos los que le rodean. Sus intenciones afectan sobre todo a su propia hija Frederica, que es presionada para buscarse un marido pese a que la joven no parece muy por la labor.
El carácter pijo de la protagonista y el aire tontorrón de algunos secundarios cimenta aquello que Amor y amistad tiene por objetivo: ofrecer un nada serio tejemaneje de relaciones, deseos e intenciones casamenteras en sus diálogos, de manera que es fácil sonreír con varias escenas que vemos en la pantalla. Stillman parece burlarse de las actitudes que esta gente mantenía en su época, cuando respetar las buenas costumbres era una santa obligación que todo el mundo parecía asumir pero que pocos respetaban. El decoro era la teoría; el adulterio, la práctica. Pocos de los personajes que desfilan por la película tienen un espíritu noble, quizá ninguno si exceptuamos a Reginald y a la propia Frederica.
Sin embargo, y pese a todas estas virtudes, Amor y amistad tampoco consigue encandilar lo suficiente como para aseverar que estamos ante una notable película. Entre otras cosas, porque la gracia cómica va perdiendo encanto con el paso de los minutos. Lo que al principio sorprende y hace reír, pasada la hora de metraje llega a cansar. Es en esa parte final cuando todas las cartas se ponen boca arriba: los personajes perfilan su triunfo o fracaso en aquello que habían buscado durante todo el film, aportando al espectador un motivo para seguir con interés el resto de la trama hasta el desenlace. Un interés que se pone a debate al llegar los créditos finales, cuando uno tiene la sensación de haber visto un buen pasatiempo sin algo sólido detrás.
No es nada peyorativa esta última afirmación, por cierto. Que una película basada en un tiempo, lugar y clase social tan lejanos sepa despertar la atención y mantenerla durante 90 minutos es un logro a tener en cuenta. Más aún si, para conseguirlo, se aleja de los tópicos baratos del telefilm. Amor y amistad es una interesante obra lastrada, paradójicamente, por sus propias intenciones. Stillman reproduce parcialmente el estilo descriptivo de Austen con una ambientación bien conseguida, pero sin hacer despegar su película hasta alcanzar un terreno que, además de sorprender y entretener, también pudiera proporcionar algo más fértil al espectador.