Son los años cuarenta. Arturo trabaja como cocinero en un restaurante de Nueva York. Flora y él, están enamorados. Pero el tío de ella quiere casarla con un joven proveniente de una familia de mafiosos. Arturo se alista en el ejército norteamericano para desembarcar en la costa siciliana y así poder pedir la mano de su novia al padre, que vive en Crisafullo.
A la guerra por amor sería un título más eficaz para el segundo largometraje dirigido, coescrito y protagonizado por Pif, abreviatura de Pierfrancesco Diliberto, profesional forjado en programas de variedades y series de la RAI o MTV, entre otros canales catódicos. Podemos buscar parecidos en este realizador, tan mediático en Italia, con inquietudes creativas que se desbordan al cine. Jugando a la incógnita, quizás podríamos pensar en un famoso cómico, actor, cantante, presentador de televisión y socio de un grupo mediático importante, director también de dos films de distinta suerte. Planteado queda el misterio porque ahora se trata de abordar una comedia como Amor a la siciliana, una licencia comercial que traiciona ese In guerra per amore original. La película resulta una obra con una exposición visual de caligrafía correcta. Los ‹travellings›, panorámicas y movimientos de cámara justificados, las escalas de planos son las adecuadas, el ritmo no suele decaer por lo que se ven bien sus cien minutos, sin mayores distracciones. Hasta la presente línea todo resulta tan agradable como convencional, que lejos de ser malas apreciaciones, son lo mejor que se puede tratar a un film dirigido a un público amplio. Sin embargo, en este otro juego de buscar referencias con el que nos entretenemos en programas sobre cine, informativos, revistas especializadas y otras redes, el largo demuestra elementos más interesantes en su realización, sean conscientes por sus responsables, o adquiridos según el bagaje de películas que tengamos en nuestra maleta emocional, cada espectador.
Más allá de la divertida coincidencia entre el miembro más cosmopolita del clan Aragón y Pif, similitudes que se extienden a las herramientas emocionales como actor limitadas en su gestualidad, aunque se trate de dos hombres de aspecto simpático y cierta fotogenia. El caso es que la función de actor le viene un poco grande a Pierfrancesco, pero al menos tiene la humildad de delegar los momentos más complicados a un grupo de actores y actrices que resultan más convincentes que el protagonista. En cuestión de su labor como coguionista, colabora junto a Michele Astori y Marco Martani. Los tres entregan un guión que no resulta coherente en su totalidad. Proporcionan, sin embargo, una estructura que resulta entretenida, a pesar de las licencias argumentales que confunden un poco al espectador en su vaivén desde la comedia romántica hasta el drama de denuncia. Nada que no arreglen algunas situaciones divertidas o cambios de plano como el del bombardeo en el túnel con los cascotes que caen del techo, sucedido por las patatas que vierte un cocinero desde una cesta hasta la cazuela. También el duelo entre dos ancianos al salir a la calle, portando ella una figura de la Virgen y él una efigie de Mussolini. Además del dúo de pícaros desafortunados que forman Saro, un invidente, con su inseparable Mimmo, un cojo, amigos supervivientes durante la larga hambruna de la Segunda Guerra Mundial.
La película resulta más interesante y efectiva en su primera hora, que salta de sonrisa discreta hasta un tono más alocado durante la llegada a Sicilia. Pese a la repetición de dos o chistes que hubieran funcionado mejor en menos ocasiones, el conjunto se sigue con algunas risas, la burla sobre los fascismos, el contraste del carácter italiano frente al norteamericano y algunas ideas visuales como el burro volando, tal vez algo forzado. Más lograda está la noche americana con que se fotografían las secuencias de los bombardeos en el pueblo de la costa. O las intervenciones de los ya mencionados Saro y Mimmo, mientras vigilan la llegada del ejército aliado. O cuando encuentran los cadáveres de los soldados estadounidenses en una fosa.
Amor a la siciliana es una cinta cómoda de ver, siempre que no haya expectativas trascendentales por parte del espectador. Hubiera mantenido mejor el tipo si no quebrase su tono humorístico, casi delirante en algunas escenas, rompiendo el género hacia el drama total. Resultaría más ligera sin una banda sonora musical que invade demasiado la imagen. Encuentra buenos referentes en películas de los años sesenta como ¿Qué hiciste en la guerra, papi? o ¡Que vienen los rusos!, sin alcanzar el nivel de Blake Edwards y Norman Jewison. El fallo es que también usa modelos más trágicos como Mediterráneo de Gabriele Salvatores o La vida es bella, de Roberto Benigni. Una falta de enfoque que despista con las alusiones a Lucky Luciano y esa visión sobre la fuerza de una Mafia, cuyo poder opera por encima de guerras mundiales, políticos y otros infortunios.