Desde citas tan dispares como Locarno y Sundance, aterrizaban en el pasado Americana un buen puñado de perspectivas a las que atender que, si por algo precisamente marcaban la idiosincrasia de un certamen como el de la Ciudad Condal, es por no detenerse ante modas pasajeras ni cine hecho con plantilla —y es que en ocasiones no todo vale en el cine “indie”, que acaba deviniendo en una marca, como acertadamente apuntaba Sean Price Williams en una entrevista sobre el auge de A24—, y es que más allá de si pudimos encontrar o no alguno de estos modelos, que se extienden más lejos de lo que algunos querríamos, en el Americana, cabe destacar cómo se ha convertido en un espacio para hacer confluir películas tan dispares como Rotting in the Sun, Lousy Carter, Fremont o The Sweet East. Porque, en efecto, y aunque partamos de una misma industria, que sedes tan dispares como las citadas arriba, entre tantas otras, sigan acogiendo títulos que se condensan bajo un mismo sello pero, en cambio, no delimitan por ello su carácter, otorga una definición certera de cómo se encuentra el panorama del cine independiente en la actualidad. Y es que si bien su apogeo pasó a mejor historia, no hay nada como continuar ahondando en miradas tan distintas como desacomplejadas que continúan haciendo del independiente algo más que un distintivo. Así, el gran acierto de un festival como el Americana es el de saber condensar esos prismas en un espacio relativamente pequeño donde, paradójicamente, todo cabe; pues lucir un catálogo en el que, lejos de los resultados (cada cual valorará lo que disponga en ese aspecto), caben dinámicas tan distintas, que ya no se dirimen en lo genérico, sino en una disparidad bien entendida que las veces arroja resultados brillantes, pues precisamente en el Americana es donde suelen brillar propuestas que probablemente no hayan tenido la mejor de las suertes en sus recorridos, pero terminan encontrando el espacio adecuado en el que exhibirse.
Además, esta edición el festival presentaba un contrapunto de lo más interesante en su sección Dxcs!? derribando, en cierto modo, los límites que en ocasiones dividen el documental de la ficción, siendo posible encontrar tanto ficciones dentro de esos documentales como mismamente documentales a la vieja usanza en una serie de títulos que abren, si cabe, el panorama —aunque este definitivamente se abrirá en el momento que los festivales dejen de abogar por tener secciones exclusivamente documentales, aunque ese sea otro melón por abrir—. Un hecho que, dicho sea de paso, permite abrir el género a quienes, comúnmente, se muestran escépticos ante el documental o directamente prefieren la ficción, y es que no deja de ser valioso encontrar obras como The Featherweight o Gasoline Rainbow en un terreno que debe seguir siendo explorado empleando herramientas y mecanismos distintos, y fagocitando la realidad desde otro tipo de prismas.
En definitiva, esta nueva edición del Americana ha sido útil para continuar abriendo puertas y, sobre todo, para seguir reivindicando figuras que siempre hay que tener muy en cuenta, como en el caso de Sean Price Williams, y es que desafortunadamente el mundo cinematográfico siempre deja nombres ente bambalinas que hay que rescatar y reivindicar del mejor modo, y el caso del director de fotografía (ahora debutante en solitario en la ficción con la citada The Sweet East) es, sin lugar a dudas, uno de ellos. Quizá, en detrimento, quepa señalar la inclusión de ciertas co-producciones como El sucesor o The Beast (La bestia), cuya inclusión si bien se puede comprender, termina cerrando puertas a títulos puede que más significativos y representativos del cine canadiense y, por ende, con menos repercusión que la obra de cineastas como Bonello o Legrand —como ejemplo cabrían obras como la destacable Riceboy Sleeps o Falcon Lake, ambas presentes en el ‹line up› de la pasada edición—. No obstante, pocos reproches se pueden hacer a una labor que, ante un panorama cada vez más masificado por un cine de autor que acostumbra a encontrar estímulos en otros continentes, sobresale y hay que poner en su justo valor un año más.
Larga vida a la nueva carne.