Una vez finalizada la séptima edición del Americana sería el momento de hacer el balance habitual. Sin embargo hay circunstancias extracinematográficas que hacen de esta edición algo especial. De alguna manera el Americana 2020 ha sido el último gran evento celebrado con normalidad. Cierto es que el Coronavirus ya estaba creando una sensación de preocupación pre-apocalíptica pero, a pesar de ello (o precisamente por ello), el Americana se vivió con una alegría casi desconocida hasta la fecha.
Efectivamente esta ha sido una edición donde se ha respirado un ambiente como de despedida (momentánea), del placer de compartir una sala, de saludar a los amigos y conocer a nuevos cinéfilos. Un ambiente refrendado por el éxito de asistencia y por la potencia de las propuestas. Una edición que, quizás debido a una mirada desde el retrovisor desde el confinamiento, ha parecido anticipar una especie de convulsión de fin de era a través de temáticas y géneros múltiples, pero con un “run run” de fondo que nos habla de épocas pretéritas, sus miedos, sus logros, sus fracasos y también qué esperar después de todo ello.
La celebración de los 80 (y su decadencia cultural) en I Want my MTV, la crisis del modelo social de postal en Swallow o en Greener Grass, el lumpen sometido a presión y la no rendición y esperanza en Give me Liberty, los apocalipsis íntimos en forma de desolación y aislamiento comunitario en Répertoire des villes disparues, de biografía en Honey Boy, la crisis de identidad en Thunder Road o la lucha entre fe, familia y degradación social en Burning Cane y el miedo al extranjero traspolado a los alienígenas en The Vast of Night nos hablan de un mundo en crisis global.
La idea de un sistema que se está aguantando por los pelos y que parece que ante cualquier contratiempo puede caerse a pedazos (como estamos viendo) recorre las imágenes y los imaginarios de los films en la programación, pero tambien (cosa que estamos viendo) hay un cierto halo de esperanza, de confianza en que la misma condición humana que todo lo degrada puede así mismo salvarse.
De este modo, seguramente debido a los acontecimientos inmediatamente posteriores al festival, esta ha sido una edición que nos deja la sensación agridulce de haber disfrutado la que, probablemente, haya sido la mejor edición a nivel meramente cinematográfico pero la más sacudida, ni que sea a nivel soterrado, por una corriente que parecía anticipar este caos que estamos viviendo.
¿Y ahora qué? Pues al igual que el presente el futuro se presenta incierto pero, más allá de el balance propiamente dicho, desde Cine Maldito no queremos tan solo celebrar la enorme calidad de esta edición o la consolidación del festival como uno de los ‹must› anuales sino que, también, mandar un mensaje de esperanza y ánimo y desear volver a reencontrarnos todos en la 8º edición del Americana. Una edición que sin duda será una celebración del cine independiente pero del mismo modo una catarsis, una reivindicación de que seguimos ahí, resistiendo y siempre disfrutando del cine y la buena compañía.