Ver una película de Malgorzata Szumowska siempre es interesante. La directora polaca se mueve entre la fina línea que divide lo valiente de lo meramente provocativo. Si su anterior trabajo, Elles, sobre prostitutas adolescentes parisinas (con una Juliette Binoche fantástica en el papel protagonista) buscaba el impacto sobre un tema relativamente tabú, por mucho que acabará siendo una encubierta oda al feminismo, en Amarás al prójimo encontramos un relato sobre algo aun más controvertido: Religión, sexo y homosexualidad.
Por supuesto, con ese preludio uno se espera algo grande. Solo por el morbo que se puede despertar, o por el suficiente cúmulo de elementos interesantes que pueden seguir tantos caminos. Y sin embargo, desde los primeros minutos solo asistiremos a la vida de Andrzej Chyra como párroco de un pequeño pueblo rural en Polonia; un cura progresista que, además de cuidar por la vida espiritual de su comunidad, lleva un centro para jóvenes problemáticos.
Tras una presentación del personaje quizá demasiado larga, que se centra sobre todo en alejarlo de los tópicos sacerdotales y presentarlo como un hombre bueno y normal (Un poco al estilo de Mads Mikkelsen en Las manzanas de Adam) descubrimos un poco cómo es su trabajo con los chavales. Uno de ellos, Lukasz, proveniente de un hogar roto, un poco callado y retraído, parece tener una relación especial con él, muy platónico todo.
El sexo también está presente desde los primeros compases con el único personaje femenino de la historia, una madre que no parará de insinuarse al cura. Pero a partir de aquí, parece cómo si Szumowska se hubiera echado atrás en su intento por provocar. La película avanza por derroteros a veces difíciles de descifrar entre la llegada de un nuevo alumno y lo que supone para el centro, la cotidinidad del padre y un par de tramas de paralelas.
No deja de resultar interesante, y, de hecho, la película deja secuencias muy buenas, cómo por ejemplo ese funeral al ritmo de la canción homónima de Band of Horses. Pero en ningún momento, por decirlo así, se moja. El tema de la homosexualidad flota en el aire, pero no llega a plasmarse en la pantalla hasta muy al final. Recuerda a otras cintas del estilo, como Ausente, de Marco Berger. Un casi, pero no.
Entre drama y drama seguiremos, que eso sí está bien hecho, la evolución del personaje principal, que continúa su proceso de humanización mostrando numerosos vicios y defectos tras su manto protector. Su sexualidad, apenas insinuada, no parece ser uno de ellos hasta que comienzan ciertas sospechas en el pueblo. La escena de su catarsis, que debería ser el punto álgido de la película, es algo parca. En estos momentos, para su desgracia, la película adquiere dimensiones políticas y aprovecha, por qué no, para lanzar unas cuantas pullas a la Iglesia y su manera de atajar los problemas y cubrirse siempre las espaldas.
Desde aquí la película, si bien es cierto que gana algo en intensidad, dinamismo y desarrollo, se va convirtiendo en un mensaje siniestro y oscuro: Una especie de círculo vicioso que se retroalimenta a lo largo del tiempo. Parece que durante todo el film se construye la humanización de un personaje para luego coger todo eso que se ha ido tejiendo a lo largo de los minutos y presentarlo como el mal, el film o lo inevitable.
Al final Amarás al Prójimo, sin dejar de ser interesante en ciertos aspectos, no cumple con las expectativas que podía crear: se convierte en un mero panfleto de la propagación de los males eclesiásticos a través del tiempo. Aunque lleve su idea a término, es el mensaje que transmite el que ayuda a resaltar el limbo en el que acabará sumida.