Amal (Jawad Rhalib)

La secuencia de apertura del nuevo largometraje de ficción de Jawad Rhalib, en la que Monia, una de las alumnas de la protagonista del film, Amal (interpretada por Lubna Azabal), parece curar sus heridas, desliza una mirada que su autor perpetuará a lo largo del mismo: la de dicho personaje como víctima, como epicentro de una serie de maltratos, insultos y vejaciones por haber renunciado a su fe poniendo sobre el tapete una homosexualidad inaceptable para algunos de sus compañeros. Un posicionamiento que se antoja obvio en la superficie (como no podría ser de otro modo), pero que sin embargo lleva a tomar a su autor decisiones cuanto menos dudosas a nivel de escritura: y es que resulta difícil, cuando no imposible, encontrar grises en el film del marroquí, ese inevitable punto medio que nos lleve a ampliar la perspectiva de un mundo en el que por suerte no todo es blanco o negro. No, no estamos hablando aquí sobre una ambivalencia inexistente cuando se trata de respetar los derechos de los demás, en especial si entramos en el ámbito de aquello que cada uno decide para sí mismo, sino más bien acerca de una suerte de escala que nos permita otorgar una dimensión distinta a lo relatado: poder comprender lo que subyace bajo el texto desde un prisma que no se ciña a marcos concretos —aunque existan y haya la necesidad de retratarlos también, como es evidente— y aporte, por otro lado, una visión más rica en matices. Amal no sólo no termina por conseguir esto —si bien en ocasiones introduce algún que otro personaje instaurado en ese espectro intermedio, pero de forma casi residual—, sino además termina incurriendo en una caricatura que resta gravedad a lo narrado, empleando un espejo deformante que puede expulsar fácilmente al espectador del film.

No estamos, pues, ante un problema acerca de convenir si los estereotipos expuestos realmente existen o no —ya sabemos lo lejos que puede llegar en ocasiones el extremismo—, sino más bien ante el hecho de que su representación termine deviniendo tan esperpéntica que con ello se vulnere el tono del film, transitando sendas que nos alejan en parte de su condición de cine social para devenir por momentos algo más cercano al panfleto, bienintencionado sí, pero panfleto al fin y al cabo. Algo que, por otro lado, no desarma la tesis del film, pero cuanto menos la debilita sin necesidad de ejecutar golpes de efecto, más allá de su cierre. Y es que no puede haber nada más nocivo para una propuesta de estas características que el hecho de perder esa verosimilitud que sí parecen anticipar sus minutos iniciales, volviendo en su contra un alegato que no por cierto es válido en su forma.

Lejos del modo en cómo construye paulatinamente dicha disertación, Amal posee virtudes que de algún modo palian los desaciertos de su fondo: una narrativa enérgica y convencida que, aunque se deja llevar de modo demasiado evidente por algunos de los tropos del cine social más acomodaticio (esto es: cámara en mano, aparente parquedad en lo visual, austeridad en lo meramente formal…), conduce con decisión cada nuevo movimiento; un libreto que articula cada pasaje dotando de una cohesión y uniformidad muy convenientes al conjunto; un elenco comprometido con lo descrito —aunque a ratos pese en demasía la transparencia con que se mueven algunos de los personajes—; e incluso una propensión dramática que mayormente huye de tremendismos pese al tema tratado.

No estamos, en ese aspecto, ante una obra fallida ni mucho menos, sino ante una que intenta por todos los medios que su discursiva se mantenga a flote y se reafirme con constancia a cada paso, llegando a causar el efecto contrario, y haciendo que la denuncia a la que quiere dar vigencia y potestad no termine llegando a donde debería. Algo que si bien no la convierte en un mal film ni mucho menos, agrava los defectos del mismo en tanto su condición, y uno de sus principales valores, se siente cuestionada con tan poco.

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *