Boris Barnet fue uno de los principales poetas del cine soviético. Su firma se halla estampada en dos de las mejores y más influyentes películas del cine mudo de aquella geografía, tales son, la primaria La muchacha de la sombrerera y la simpática, moderna y reivindicativa La casa de la plaza Trubnaya. Su relevancia alcanzó cotas grandiosas. Conocido es que Barnet fue uno de los cineastas favoritos de Andrei Tarkovsky. Quizás porque su grafía no estaba adulterada de ese realismo socialista que todo lo devoraba. Igualmente por su eclecticismo y buen gusto para tejer comedias sofisticadas repletas de ironía gracias a un ácido sentido del humor que el autor de Suburbios no dudaba en utilizar en toda su magnitud.
De hecho, su primera obra sonora (la mencionada Suburbios) supo conjugar con mucho estilo e inteligencia ese tono costumbrista y austero, inherente a un drama bélico, con una brillante y jugosa sátira ideal para derretir las carcajadas del espectador comunista de los años treinta. Con Al borde del mar azul alcanzaría la gloria. Sin duda sigue siendo su obra más popular y admirada por el mundo cinéfilo. La belleza de sus imágenes, el romanticismo que exhala su montaje puramente soviético (con esos planos metralleta como denomina el sabio argentino Copete), el salvajismo de sus secuencias que sacan el mejor partido de los cielos y mares del Este y una letra que para nada resulta distante a la del artista del renacimiento de corta trayectoria Jean Vigo son la mejor carta de presentación para una obra inmune a la obsolescencia.
Los siguientes proyectos de Barnet no fueron moco de pavo. Destacan para mi gusto la pionera pieza de espionaje Agente secreto, la respuesta soviética a la ingente cantidad de producciones hollywoodienses que hacían descansar su guión en este género. La terriblemente tierna y romántica El luchador y el payaso y su película póstuma El apeadero (una extravagante comedia con la que culminaría su consecuente carrera un artista que siempre estuvo dispuesto a moldear sus creaciones desde un enfoque bufonesco, dando fin a su vida colgado de una horca en la habitación del hotel que cobijaba su soledad y depresión).
Y como no, la cinta que me dispongo a reseñar a continuación: la dulce y soberbia Alyonka. Una película que se beneficia de un esbozo especial ya desde sus primeras líneas de arranque. Una apertura espectacular sazonada con la belleza de un travelling en helicóptero que describe la inmensidad de la estepa de Kazajistán donde tendrá lugar el desarrollo de la fábula. Captando el recorrido de los camiones que circulan por los arenosos caminos esculpidos a duras penas por la mano del hombre. Una tierra que parece no tener fin. Que todo lo absorbe con sus colores rojizos como la sangre que circula por nuestras venas. Unos vehículos amenazadores y robustos que transportan las ilusiones de quienes han osado dar rienda suelta a su espíritu de conquista. Una secuencia que encierra una poesía innegable que dará lugar a la presentación de unos personajes que nos enamorarán a medida que seamos conocedores de sus intimidades e inquietudes. Un paisaje exótico, peligroso y misterioso que nos da pie a infiltrarnos en la dureza del extremo oeste que besa la frontera de Europa y Asia.
Con estos mimbres, aptos para hilar una película de propaganda como homenaje a los conquistadores de lo salvaje, Barnet huyó de todo conato adulador o de ofrenda al héroe soviético, construyendo por contra una comedia que bebe de ese humanismo para nada patriótico que acompañó al moscovita a lo largo de su espléndida ocupación. Vistiendo a su manual con un traje ligado a esa comedia popular y costumbrista que tanto amó. Cargando su fuerza hacia parajes donde la emoción y los sentimientos juegan su partida sin ningún rival enfrente. Perfilando unos personajes atacados por sueños que podrían ser los tuyos o los míos. Exhibiendo la dualidad que persigue al ser humano. Esa dicotomía que conecta la realidad y el conformismo con los ideales y la fantasía. Una película que ostenta un alma inmortal. Con el ser humano en el centro del sistema. Con la ideología y lo aparente en el margen. Que habla de sueños y alucinaciones. También de pérdidas y encuentros. De la vida, al fin y al cabo. Con una sapiencia que emociona. Aparentemente desplegada sin ningún tipo de esfuerzo, haciendo gala de unas habilidades solo al alcance de quien conoce su profesión hasta la más mínima coma. Elegante y divertida. Hipnotizando al espectador con la inmersión de una serie de planos alucinantes de los cielos y las tierras kazajas. Incluso creando un espejismo en la escena inicial gracias a un soberbio plano frontal en el que la pequeña Alyonka se va acercando a una caravana de camiones que circula a gran velocidad que por arte de magia se bifurcan en dos senderos encerrando el diminuto y frágil cuerpo de nuestra heroína en una truco óptico que la envuelve sin que seamos conscientes de ello.
Barnet estructuró su narración en base a una ‹road movie› con tintes cómicos, que acabará derivando en una película de episodios costumbrista que permite radiografiar la superficie de los dogmas socialistas que empezaban a ser puestos en duda por una parte de la sociedad de aquellos años. Seguirá los pasos de una serie de personajes que montarán en un camión con destino a la ciudad, dejando atrás a sus familias así como sus esperanzas labradas en los campos y montañas de las tierras vírgenes de Kazajistán. Entre ellos se hallan un grupo muy heterogéneo de talantes. Brillando con luz propia la protagonista que da título al film, una niña de unos diez años sabia, avispada, dulce, curiosa y cariñosa. Rubia como las sílfides del Este. Hermosa y despierta. La causa de su partida será la decisión de sus progenitores de enviarla a una escuela de la ciudad para continuar con su sobresaliente currículo académico. La acompañarán su cascarrabias tía, una mujer de mediana edad que siempre está quejándose de los avatares de la vida. Nunca satisfecha del todo. Asimismo una joven y su hijo recién nacido que acude en busca de su marido. También una atractiva joven, algo despistada e ingenua, que descubriremos se trata de una dentista recién licenciada proveniente de una familia acaudalada que fue a Kazajistán en busca de aventuras, soñando con abrir una clínica propia con la que ejercer su profesión. Una idealista que tras varios tropiezos decidió volver a la ciudad para empezar lo que nunca pudo arrancar en los campos plagados de trabajadores e ingenieros del nuevo mundo. Un tractorista que será recogido por el convoy tras hacer autostop cuyo propósito será retornar a la urbe en busca de su amada que lo abandonó por su temperamento abrupto y tosco, pues el mismo no casaba con la sensibilidad artística y cultural de su novia. Y un veterano trabajador del campo cansado de la dureza de su labor. Seremos testigos de las vivencias de cada uno de estos personajes gracias a unos portentosos flashback que reconstruirán el pasado de cada uno de ellos, convirtiéndose en pequeños esbozos de vida que cubrirán el contexto espiritual del film. Igualmente descubriremos que la mirada gris que escolta el rostro de la tía de Alyonka se debe a la temprana muerte de su hija ahogada en el lago próximo a su residencia. Y nos embelesaremos con esa ingenuidad infantil que resplandece en los ojos azules de nuestra protagonista, a partir de la historia relatada por ella misma, en la que describirá un reto apostado con una compañera de clase consistente en lograr cinco suspensos enervando a su profesor y director de colegio al fallar una tras otra la resolución de un sencillo problema de matemáticas.
La película avanza despacito, siguiendo el viaje en camión de los protagonistas y sus diversas dudas, siendo especialmente importante el extravío del convoy en medio del sofocante desierto merced al talante distraído del conductor. Irrigando el tronco del relato surgirán las pequeñas subtramas evocadas por la dentista, la pequeña Alyonka, el tractorista recogido en autostop y finalmente el de la tía de la chavala. Cuatro flashback cada uno diferente en su tono y forma a los otros, entonados desde una perspectiva eminentemente cómica que a medida que progresen el resto de historias irán empañando su enfoque torciendo su eje hacia un dominio más fatalista y trágico. Las cuatro muy cuidadas desde el punto de vista de su arquitectura visual. Con querencia al dibujo social. Escondiendo su tono crepuscular mediante un postulado que hacía detonar todo su poder en el enredo y la burla limpia de prejuicios.
Haciendo buenos guiños. El más claro a La diligencia de John Ford con esa aparición en medio de la nada del personaje del autoestopista que homenajea con desparpajo y descaro la irrupción del Ringo interpretado por John Wayne en la obra del autor de El sargento negro. Pero también inyectando gotas del propio universo de Barnet. Como esas secuencias aceleradas muy vanguardistas e iconoclastas que el maestro ya había recreado en obras pretéritas como La casa de la plaza Trubnaya o Suburbios. Unos trucos de montaje marca de la casa que denotan la tendencia del maestro por llamar la atención del espectador con trucos y artificios que parecían alejarse del tono trascendente del resto de autores de su generación. Optando por reflejar un mundo onírico que tocaba el absurdo de nuestra existencia, interactuando con la misma con respeto pero sin caer en profundos dogmas filosofales. Captando la naturaleza del entorno con un pincel paisajista donde se advierten los ideales del genio Dovzhenko. Mostrando su amor por los personajes desplazados castigados por el destino. Pues aunque en Alyonka ese aura fatalista de sus mejores dramas parece no hacer apto de presencia, si que se adivina esa ambición de Barnet por adornar su literatura con cierto halo de derrota y resignación, atisbándose su simpatía por los personajes inestables que renuncian a los convencionalismos en aras de saborear el amor.
En este sentido, Barnet forjó un conglomerado de sucesos lanzando un canto en favor del amor y en contra de los designios impuestos por lo calificado como moralmente aceptable. Un film que enaltece al ser humano sobre cualquier tipo de dogma o ideología política. Que combate el aburrimiento vital ligado al trabajo en la estepa con el abrazo de la cultura como fuente de evasión (fantásticas las señales incluidas por Barnet en el episodio protagonizado por el tractorista en el que éste pegará un tiro a un cuadro de Rubens por considerarlo indecente, hecho que acarreará su distanciamiento con su culta y urbanita novia). O esa rebeldía exhibida por la dulce Alyonka, empeñada en ser suspendida por sus profesores, quienes tratarán de hacer imperar sus enseñanzas como medio de opresión frente a la fantasía y juegos infantiles.
Pese a ostentar algún pasaje en el que la aflicción vence a la luz, Alyonka se eleva como una cinta encantadora y vitalista. Cargada de personajes fascinantes y cercanos movidos por una sustancia solo presente en el ser humano. Hombres y mujeres que pelean con esperanza por alcanzar sus propósitos. Presas de situaciones rocambolescas cuando no desternillantes y por tanto divertidas. Moldeada con ese optimismo presente en casi toda la obra de Barnet. Un poeta del costumbrismo. Un juglar cuyas obras absorbían una libertad impropia de un capítulo producido en la Unión Soviética. Exenta de dogmas y normas. Desprovista de ataduras y obstáculos. Repleta de autonomía y franqueza. Osada como un alma que vuela por esos cielos enrojecidos por el sol. Pues Alyonka emerge como una oda en favor de la gente corriente. Que desmitifica el espíritu pionero y conquistador de esas interminables estepas.
El foco de Barnet delimita lo que desea retratar. No se mueve nervioso buscando un dinamismo artificial. Queda quieto y tranquilo. Moviéndose despacito cuando así lo exige el guión. Prefiriendo encapsular con su ojo privilegiado unos esplendorosos planos medios de los paisajes y la psicología de sus intérpretes. Reluciendo lo primitivo frente al progreso. Colmando de rojos y amarillos unas luces que resplandecen en el rostro y la sonrisa no salpicada de responsabilidades ni tristezas de la bellísima Alyonka. Dialogando con el espectador con unas imágenes sencillas que saben integrar en su interior esos sentimientos encerrados en los abismos del alma. Prestando atención al inmenso horizonte. Un confín desconocido y misterioso. Un espacio repleto de posibilidades en el que el azar juega una partida muy importante. Un destino que se revela como incierto para los protagonistas, pero que será encauzado al llegar al punto de parada.
Sin duda Alyonka es una de las más grandes obras del cine soviético y uno de los más hermosos poemas telegrafiados por un rapsoda ecléctico que no hizo ascos ni a la comedia ni al drama. Pues como buen cronista de su época, Barnet sabía que la vida solo podría ser consumida desde el disparate que contagia nuestro sino.
Todo modo de amor al cine.