Como un axioma evangelizado por su consistencia y su esquematismo referencial, el género policiaco ha ostentado, desde siempre, unos estilemas procedimentales muy atrayentes en la estética del thriller urbano. Guiado por su discurso, que no discursivo, analítico de corrupción, policías delincuentes y calles ardientes de crimen, drogas y prostitución, el esbozo de los intestinos de una ciudad cubierta de barro que supura dolor y agonía en el lapso nocturno ha perpetrado, en el mejor de sus paradigmas, una estimulante unidad entre lo conceptual y lo formal. En el cine español de los últimos años parece entenderse bastante bien este planteamiento, y el filme de Joan Cutrina, Alpha, continúa por esa buena senda.
Arraigado en los bajos fondos y los estercoleros morales que moran por el asfalto húmedo y las alcantarillas humeantes, el relato destripa la sordidez de un mundo, plagado de rostros reconocibles que rechazan el cliché expresivo, donde las distinción de bandos y de filias se muestra certeramente desdibujada. Entre la línea incierta que cruza los falsos héroes y los justicieros al margen de la ley, Cutrina traza un estilo férreo y hiperactivo en su realización, logrando un ritmo endiablado que no decae ni tan siquiera en sus pasajes de contrapeso melancólico y sentimental.
El barcelonés asegura servirse, como fuentes de inspiración, del cine moderno italiano (Tornatore) y los thrillers de los maestros americanos, Martin Scorsese y Michael Mann. Ciertamente, su ajustado y preciso diseño de producción consigue que Alpha se adueñe de la plasticidad renovada de títulos tan imprescindibles como Mean Streets y Heat, consecutivamente. Su puesta en escena y el despliegue de sus escenas de acción con fuego cruzado denotan solvencia y suficiencia de medios, reforzando su sólida apariencia.
Pese a que su línea argumental se antoje cimentada en una plantilla de previsible causa-efecto, dada la erosión de convencionalismos que a estas alturas tiene adheridos el género, se percibe en sus creadores la náusea por trascender, por preservar lo necesario y deshacerse de lo impostado, y por crear identidad propia a su testimonio, cruzando amplios arcos de transformación en un nutrido reparto que supura la mayor de la voluntades y veracidades interpretativas. Pese a ser eminentemente dramático, su montaje, además, se permite unos recursos expresivos que subrayan felizmente la frescura y rudeza de sus formas.
Una propuesta española, en definitiva, que va por libre y que arrastra tras de sí los ademanes de los mejores patrones plásticos que el thriller policiaco nos ha podido ofrecer, fundamentalmente en las más exitosas series de televisión de los últimos años en dicho género: The Wire y Breaking Bad. Por momentos, Alpha se siente deudora y adaptadora, más que continuista, de estas referencias, tanto en cuanto su potencial material es ajeno y se esfuerza por hacerlo propio. En ciertos pasajes dramáticos asoma la impostura y la pose, pues su ambición totalizadora y la densidad de su diversidad temática adoptan un plantel caleidoscópico en su pretensión de plasmar el confuso reflejo de la sociedad del fracaso.
Pese a cumplir con un clásico esquema de confrontación entre policías y maleantes, Alpha triunfa en la ruptura de dicho maniqueísmo mostrando la convivencia entre héroes y villanos entreverados, donde la bondad y la maldad coexisten en la misma persona según los impulsos y las situaciones a las que se vea sometido. Una indistinción borrosa por la que asoma el panorama político del país, que entretiene a pesar de su pesimismo y ofrece una denuncia imperecedera sobre los prismas camaleónicos que ofrece la naturaleza humana cuando ostenta el poder y la fortuna. Ética y estética que se dan de la mano en una balanza que sostiene, a partes iguales, la carne cruda y los intestinos de nuestras vidas y de las gentes que viven, y que malviven, en la oscuridad y la confusión de la noche.