La esencia espiritual como garantía de unión
El cine portugués contemporáneo vive un exitoso período de reconocimiento con la Historia del cine. Los actuales son unos años creativamente fecundos que instan a los directores a mirarse con sus anteriores hacedores. Análogamente a la cinematografía filipina, las tendencias portuguesas, impelidas por la poesía de Pessoa, el denso acercamiento al tiempo o la omnipresencia de elementos naturales como el mar, exhibe un hermoso respeto hacia la tradición cultural que le ha precedido, reconvirtiéndola desde la originalidad y la sensibilidad.
Alma viva, firmada por la debutante Cristèle Alves, nos ubica en el pto de vista de la pequeña Salomé, quien junto a su familia regresa cada verano a un pueblo enclavado en la localidad de Trás-os-Montes. Allí se regocija con sus parientes, impregnándose de un ambiente festivo que queda plasmado en la pantalla de acuerdo con la idiosincrasia del lugar. No obstante, se produce inesperadamente el fallecimiento de su abuela. Este hecho desencadena una serie de tensiones entre los adultos, los cuales discuten acaloradamente acerca de la herencia y se amedrentan ante los rumores que acechan en la localidad acerca de las prácticas de brujería que les envuelven.
«Los vivos le cierran los ojos a los muertos y los muertos le abren los ojos a los vivos». A partir de esta tesis estimulante, emitida por un personaje no causalmente ciego, se trenza un relato oscuro y hermético, con escaso espacio para el respiro. La puesta en escena que escoge la cineasta intenta mantener una distancia media con lo filmado, entre la comprensión y la crítica. Algunas decisiones de montaje y la utilización de los espejos como objetos liminales entre lo racional y lo espiritual son, incuestionablemente, grandes hallazgos estéticos. Porque Alma viva es muy interesante y curiosa, y no malgasta sus minutos pretendiendo ir más allá de lo que propone en un primer término. La endogamia que exudan sus imágenes está embadurnada en una pátina de terror que concuerda con el mensaje ambiguo que se intenta enhebrar. Esta vertiente atmosférica eclipsa una posible mirada documental, a desarrollarse quizás en futuros proyectos. Los habitantes del pueblo, reticentes a cualquier práctica que se desentienda de lo racional, protagonizan escenas mayoritariamente hostiles, porque lo esencial de la película se basa en encontrarle un fundamento colectivo al fallecimiento de la matriarca. En ese sentido, si en sus ulteriores años tras la cámara, la cineasta va puliendo poco a poco el ritmo narrativo y reajusta la fotografía de acuerdo con los cuerpos que filma, tiene potencial para convertirse en una gran voz del panorama europeo.
Según aducía Robert Bresson, el cine hace visible lo invisible. En concordancia con este aspecto, vinculado a la ascesis del cinematógrafo, los personajes femeninos de Alma viva poseen poderes sobrenaturales, delegados en la figura de la niña. Ya desde las escenas de apertura, que marcan el tono de forma honesta, se detecta un aliento folclórico que flota sobre las imágenes, y que hace confluir la inocencia de Salomé con la mentalidad cerrada de sus familiares. Sus energías se condensan en el cadáver de la anciana, más marmóreo y rígido conforme avanzan las horas.
En una esfera más general, la filmación de la región de Trás-os-montes, que no es la primera vez que se ve en pantalla, implica una vinculación con la tierra que arrastra una sabiduría ancestral. Esta cuestión queda patente con la secuencia de cierre, donde el ritualismo se solapa a la muerte como la cámara al paisaje. A través de la lluvia y el fango, Salomé, desde su pureza prístina, consigue conciliar a sus allegado, en un hermoso acto de redención.