El otro día participé en una conversación casual de un grupo de colegas centrada en un tema muy concreto: situaciones extrañas vividas tras rupturas o discusiones de pareja de cierta gravedad. No voy a mencionar todas porque entonces no acabamos, pero algunas de las más ridículas incluían la espera de un hombre en el portal de la ex con un cartel anunciando su amor a todos los vecinos y a la madre de la susodicha, que no apareció hasta bien entrada la noche (el tipo al final le dio el cartel a la exsuegra porque no fue capaz de esperar, eso sí). Otra anécdota implicaba un oso de peluche gigante que sacó del maletero de su coche y el anuncio por parte del todavía enamorado de una mayor exposición a rayos uva porque ella le dijo alguna vez que estaba más guapo moreno. Pero hay una que recuerdo por insuperable, o eso pensaba hasta saber de la historia de amor/pasión entre Alma Mahler y Oskar Kokoschka. Tras la ruptura de los dos anónimos, y ya habiendo pasado un tiempo prolongado desde la separación, el protagonista masculino le mandó a su ex una recopilación de todos sus mensajes por WhatsApp con ella, encuadernados como un libro y dedicado. 100 páginas impresas con el coste asociado que debió de suponer.
En Alma Mahler, la pasión, se nos cuenta la historia de amor que existió entre la compositora austriaca Alma Mahler, viuda del también compositor Gustav Mahler —recordado sobre todo por su Sinfonía n.º 5—, y el pintor expresionista Oskar Kokoschka durante los años previos a la Primera Guerra Mundial y hasta poco después de terminada. Como se puede extraer del título de la película dirigida por Dieter Berner y también de la introducción de esta reseña, la pareja formada por ambos vive sus encuentros con tanta pasión como vehemencia, generando una serie de conflictos que van desde lo personal a lo profesional, todos bien mezclados, entre los deseos sexuales y profesionales de ambos, la búsqueda de la genialidad y la equiparación con otros genios en un contexto que implica mantener el papel de viuda de Mahler y los deseos de su marido fallecido. Con estos mimbres, el amor pronto deriva en locura (al menos, por una parte) y somos testigos de lo que debió de ser la relación de amor real que mantuvieron con sus idas y venidas.
Y he ahí quizás lo más interesante de la película: el hecho de saber, aunque sea a posteriori, que hasta lo más ridículo o perturbador que hayamos visto durante sus cortos 90 minutos de metraje fueron de verdad así, revisitar los cuadros que Kokoschka dedicó a su amada y la posibilidad de degustar el ambiente de cine que te ofrece recrear los años 10, así como un aumento del interés por investigar más sobre la propia protagonista y su obra, de la que se habla poco (una composición y ya). Es en esto donde Alma Mahler, la pasión destaca, pues no deja de ser una película europea que se sabe capaz, elegante y que ofrece cierta vitalidad a la hora de representar el amor a través de los movimientos de cámara, dejando siempre claros los virajes sentimentales de los protagonistas. Sin embargo, uno echa de menos un poco más de valentía en el contexto porque, detrás de toda la pulcritud de la escenificación (incluso en las escenas más artísticas), incluso en los momentos más dramáticos, a veces se echa en falta una aproximación mayor y menos clasicismo. Después de todo, la personalidad de ambos protagonistas, y la del segundo todavía más, invita a llevar la neurosis y la excentricidad de ambos a salir de la pantalla, lo cual no termina nunca de ocurrir, llevándonos de nuevo a lo que comentaba al empezar el párrafo: investigar sobre la propia veracidad de lo contado y descubrir que al menos uno de los dos estaba bien majara.
Por último, y aunque solo sea por ayudar al lector a entender por qué he empezado a escribir esta reseña contando anécdotas de personas teniendo detalles extraños con sus exparejas, sí que recomendaría ver Alma Mahler, la pasión.