Se podría trazar una línea paralela entre uno de los últimos trabajos de Marc Recha, Un día perfecto para volar, y el nuevo largometraje de Stéphane Demoustier, Allons enfants, y es que resulta curiosa la determinación, ante un panorama que no deja de explorar ese terreno, de hablar acerca de la infancia y sus connotaciones indagando en la propia ascendencia. Así, y si en el trabajo de Recha era su hijo Roc el que ejercía de epicentro del mismo, Demoustier nos sitúa en Allons enfants ante Cléo y Paul Demoustier, sus dos hijos. Una decisión, la de aproximarse a ese estado hallando respuesta en una parcela limítrofe a través de la cercanía y, en cierto modo, intimidad del espacio familiar, que se comprende desde una visión traslúcida, por más que nos encontremos ante ejercicios de ficción donde incluso participan reconocidos actores —Sergi López en el caso del film de Recha, y tanto Vimala Pons como Anders Danielsen Lie si a la obra de Demoustier nos referimos—.
Allons enfants es abordada, en ese sentido, a partir del naturalismo —sólo roto por esa banda sonora electrónica personada en interludios que anuncian el peregrinaje entre lugares— que se comprende en la esencia de una propuesta cuya transparencia se interpreta tanto en su planteamiento como en la mirada que Demoustier busca y encuentra en Cléo y Paul. La disposición de un mundo sin confines para los dos protagonistas, que corretean y juegan mientras se descubren, sirve como elemento esencial para afrontar un periplo que la cámara del cineasta despoja de todo artificio. No hay en ese vaivén de ambos infantes una consigna precisa, una interpretación medida: son el resto de personajes aquellos que se aclimatan a un contexto concreto para terminar huyendo del universo propio y formar parte —desde una u otra perspectiva— de un entorno sin ataduras. Es así como se pierde de vista una percepción adulta, un modo calculado de afrontar cada acontecimiento, y la mera espontaneidad contribuye a desjerarquizar aquello que parece controlado por agendas y móviles.
Demoustier crea de tal modo un contraste entre el microcosmos presentado en ese parque —donde se agolpan más y más personas pendientes únicamente de su teléfono—, la introducción del personaje de Vimala Pons, cuyas ataduras y compromisos nos ponen ante un escenario adulto que viene y va, pero no parece querer detenerse ni ante la inocente mirada de un niño, y la forma en como ese personaje termina acatando la voluntad de la pequeña Cléo de ser su sombra y que la lleve a casa. Los problemas de los adultos no se resuelven pues como ellos desearían, sino apelando a la confusión suscitada por una menuda figura que incluso se persona como el conductor ideal para apaciguar conflictos que no deberían ser tal ante una situación como la del reencuentro.
Allons enfants propone una visión que se reproduce precisamente en la ingenuidad de un universo que no entiende otra respuesta que no sea la suya. A partir de ese matiz, el cineasta francés presenta una dualidad entre paisajes y situaciones distintas —de la entrada de Cléo a un mundo adulto, envuelto de contrariedades y simplificado incluso en las expresiones más sencillas, al recorrido realizado por Paul en el parque, rodeado de un lugar puro y desprovisto de toda autoridad— que terminan descubriendo su sino a través del reencuentro. La negra noche, neones y la mímesis en una suerte de princesa llegada de otro reino se proponen así como una serie de elementos subversores que hallan en el color intenso una nueva e ilusoria forma; un paraje imaginario suspendido que aborda el universo infantil como una dimensión límpida capaz de descubrir en cualquier espacio —incluso los más contradictorios— la representación idónea.
Larga vida a la nueva carne.