El debut en el cine de ficción de Andrew Jarecki está inspirado en la historia real de Robert Durst, un heredero de los bienes raíces, principal sospechoso de la desaparición de su esposa en 1982, y de la muerte de 2 personas más, pero que nunca fue acusado por ninguno de los crímenes. Los nombres han sido cambiados para proteger a los interesados, y hay algunos elementos que se han modificado para intentar otorgar un perfil más cinematográfico.
La película arranca con David, que lleva una vida sin demasiada ilusión, con el trauma del suicidio de su madre todavía presente, hasta que conoce a Katie. La suya es una historia de amor a primera vista, y pronto la chica será presentada a la familia poderosa. David decide desechar su vida privilegiada para casarse con ella y formar un matrimonio aparentemente perfecto hasta que su padre le convence que vuelva a su negocio, donde comienza a comportarse como un auténtico perturbado y se empieza a resquebrajar la relación (la chica tenía alguna ligera sospecha sobre su comportamiento psicológico tiempo atrás, cuando le había encontrado en una habitación hablando solo, pero no le había dado demasiada trascendencia). A partir de ese momento, la nueva vida de privilegio asfixiará a Katie, casi al mismo nivel que los incompresibles cambios de humor en el estado de ánimo de su marido.
La narración se extiende por un período de aproximadamente unos 30 años, a partir de la década de 1970 hasta los inicios del presente siglo, presentando los acontecimientos con un enfoque no lineal, con la mayor parte de la historia contada mediante flashbacks. Jarecki le otorga un enfoque documental mediante la transcripción de lo acontecido durante las declaraciones del sospechoso ante la corte que lo juzgaba, y rellena el resto en base a la deducción, pero no pone demasiado de su parte en el plano ficticio en la recreación de su vida y sus supuestos delitos, mostrando una sucesión de hechos con muy poca enjundia.
La película, técnicamente no tiene inconvenientes: está bien fotografiada y filmada, aunque sin demasiados alardes. Durante los primeros minutos da la sensación de que nos encontremos ante una historia atractiva, amparada en una atmósfera opresiva muy lograda que se desvanece muy rápidamente, y va perdiendo fuelle minuto a minuto, hasta tal extremo que la desaparición del personaje de Dunst provoca una desidia y un vacío total en el espectador. La cinta se tambalea sin demasiado éxito entre el melodrama y el thriller, pero tampoco funciona como manido estudio psicológico de una personalidad perturbada, ni como exploración de los efectos de la riqueza y su consiguiente moraleja contra los más pudientes y los abusos de sus privilegios. El desarrollo de los personajes se antoja muy confuso y chapucero, con unos cambios de actitud repentinos en ellos, y sin ningún espacio para la transición, mediante fríos y rutinarios estereotipos que deambulan en pantalla, especialmente en su segunda mitad.
Si hay algo en lo que destaca All Good Things es en el plano interpretativo: Ryan Gosling otorga a su personaje en la parte inicial una ambigüedad muy lograda tras su fachada de hombre de bien dominado por la angustia, aunque el director no sepa sacar demasiado partido más adelante, cuando le da el protagonismo absoluto. Kirsten Dunst brilla a un gran nivel como una chica inocente y encantadora que irá mutando su carácter a partir de los desencuentros con su marido, haciendo gala de un fuerte carácter y determinación, en la que seguramente sea su segunda mejor actuación tras su contundente personaje en Melancolía a las órdenes de Lars Von Trier. El tercero en discordia es Frank Langella, que también está excelente como siniestro padre de familia con una particular y despiadada visión del mundo.
El pasado como director de documentales de Jarecki parecía propicio para tratar un argumento inspirado en una historia real, como sucedió en Capturing the Friedmans, el documental que le dio a conocer internacionalmente, donde analizaba brillantemente la idiosincrasia de una familia disfuncional a través de uno de los casos criminales más peculiares de la historia reciente americana. Sin embargo, su segundo trabajo cinematográfico resulta una película mediocre a merced de una estructura narrativa anodina, carente de cualquier vínculo emocional, que se deshace de la lograda ambientación inicial y se limita a mostrar unos crímenes episódicos sobre un presunto asesino sin el menor atisbo de carisma, en un infructuoso intento por lograr que lo contado tenga carácter cinematográfico, que acaba dejando un incómodo aire a telefilme de sobremesa. Da la sensación de que si el director se hubiese decantado por el documental el resultado hubiese sido mucho más atractivo y satisfactorio. Otra vez será, Jarecki.