Definir el coming of age como temática tiene una gran virtud, su capacidad de ser transgenérica. Puede usarse, como John Hughes en los 80, como comedia, como terror a lo David Robert Mitchell en It Follows o, como es el caso de All for my mother de Malgorzata Imielska, hacer una inmersión en el drama puro y duro.
No cabe duda que en cuanto a planteamiento directo el film adopta una posición clara al situarnos sin contexto previo en la vida de una adolescente en un orfanato. El juego pues consiste en situar el drama en primerísimo plano dejando que las piezas del pasado vayan surgiendo, primero en fueras de campo verbalizados y, posteriormente, plasmando los traumas a través de una búsqueda de respuestas visual.
Así, el film se divide prácticamente en dos. No tanto por su tonalidad, siempre fría y de abundantes grises, sino por cómo se traslada el trauma visualmente. De este modo, en su primera parte no deja de tirar de arquetipos tanto personales como situacionales, pero tiene, al menos, una vocación de distancia y un punto de misterio. Cierto es que las rivalidades, los conflictos, abusos y vías de escape son archiconocidas, pero son capaces de generar un cierto interés, ni que sea por su corrección formal y por ciertas incógnitas bien lanzadas hacia el espectador.
El problema fundamental con All for my mother aparece en su segundo tramo. De repente, y sin saber muy bien los motivos, Imielska decide autodinamitarse dejando de lado todo esfuerzo de contención para pasar a un ‹crescendo› de imágenes y situaciones explícitas que bordean el ‹exploit› del abuso. Por si fuera poco, mucho de lo acaecido se antoja caprichoso, no solo visualmente sino temáticamente. Cambios sin explicar en el rol de los personajes, subtramas que aparecen de la nada, situaciones violentas prescindibles. Todo un marasmo apologético del porqué sí, cuya única función parece ser intentar levantar, sensacionalismo mediante, una historia que podía parecer demasiado rutinaria.
Con ello no solo tenemos la sensación de estar ante una película sumamente desequilibrada, sino de estar ante un producto autoconsciente hasta el punto de convencerse de que, ni en fondo ni en forma, está consiguiendo generar una historia verdaderamente interesante y por ello necesita hacer un enmienda a la totalidad de sí misma. Y lo peor es que no solo lo consigue sino que empeora claramente el conjunto por cómo lo hace y por lo evidente y burdo del truco empleado por su directora.
Así pues, All for my mother no es, como su título pudiera indicar, una historia sobre la búsqueda de una maternidad perdida y los traumas que ello conlleva. Esto, que probablemente, era la intención inicial de la directora, acaba transformado en una suerte de correcalles traumático (a veces literal) que pierde el foco de lo que quiere y debe narrar. Idas y venidas, vaivenes narrativos y mucha pornomiseria para, igualmente, no llegar siquiera a sorprender con algún giro argumental. Bien al contrario acabamos igualmente ante el cliché, y además sin entender muy bien cuál era el objetivo real del film.