Alexander Payne… a examen

Election

La llegada de Nebraska a nuestras carteleras nos ayuda a recordar uno de esos nombres que, hasta que no estrenan y llegan a los cines, no hacen excesivo ruido (ni siquiera bajo el yugo de una major y con el nombre de George Clooney a cuestas, como fue el caso de Los descendientes). Tras la figura de Alexander Payne es extraño toparse con revuelos como los que se generan ante ganadoras de Palmas de Oro, Oscars o incluso grandes éxitos de taquilla (recordemos, por poner un ejemplo, la gala Intocable). Ni cuando con su última obra despertó elogios en Cannes las miradas se centraban en él: volvía a ser uno de esos espectadores secundarios a los que el tiempo termina dando la razón, y no hay más que observar la admiración que ha despertado Nebraska tras su estreno para corroborarlo sin que quepa resquicio de duda.

De entre todos sus trabajos, no obstante, si hay una cinta que conviene reivindicar porque pese a las elogiosas nominaciones y menciones en círculos de críticos, se suele ser injusto con ella cuando se habla del cine de Payne, esa es Election. Y es que el segundo largometraje del cineasta de Omaha (precisamente donde se desarrolla el film) se podría tildar sin temor a equivocarnos como referente: sólo es necesario echar la vista al frente para comprender el influjo que ha ejercido Payne, casi soslayadamente, sobre cintas posteriores como podrían ser el Chicas malas (en la que, no únicamente tono, sino también ciertos recursos parecen estar en deuda en cierto modo con Election) de Mark S. Waters, entre tantos otros ejemplos.

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Es en el empleo de esos recursos donde precisamente Payne sale victorioso en gran parte: basta con ver los primeros quince minutos de Election para observar como su dominio del medio es capaz facilitar tareas que bien pueden resultar tan engorrosas como un buen prólogo, y de hacerlo mediante recursos que en manos de tantos otros cineastas resultarían abusivas o empleadas de un modo erróneo. Así, algo tan elemental como sería introducir una voz en off para que conozcamos a unos personajes que Payne ni siquiera ha empezado a definir, sencillamente está presentando al espectador, logra transformar la narración en algo más que sólido; además resulta amena, juguetona y divertida.

Si decía, no obstante, que esos instantes iniciales solo constituyen una mera introducción donde el cineasta no ahonda en la naturaleza de los personajes centrales, es porque Payne sigue armando una poderosa descripción entorno a ese profesor y los tres estudiantes que se presentarán a esas elecciones. De hecho, en una simple secuencia (ese speech de cada uno en el pabellón) es capaz de dilucidar tanto los carácteres de Tracy, Paul y Tammy, como de dejar entrever las consecuencias de un comportamiento acorde con el rol que desarrollan entre sus compañeros. Perfilar esos personajes no constituye un problema para el autor de Entre copas, y a cada paso queda patente: tanto en esos recursos visuales (la superposición de imágenes), como en la habitual simbología del director (esas frutas, la botella descorchada entre las piernas de Jim, etc…), aquí muy adecuada a las circunstancias, o incluso el uso del sonido tan particular.

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Uno puede entrever, pues, mucho más allá de lo que representan figuras como la de Jim, ese profesor comprometido con su trabajo que encontrará en Tracy una figura antagonista, o la propia Tracy y ese obsesivo e inquisitivo carácter, pequeños detalles que nos dirigen en realidad al conflicto central que terminará dejando un auténtico reguero de inesperadas consecuencias. La insatisfacción de Jim (reflejada en muchos aspectos, pero de modo brillante en una de las ya citadas superposiciones durante una escena “de cama”), chocará de frente con la autodeterminación de Tracy, que terminará encontrando en él la típica figura del profesor que descarga en ella toda su frustración ignorándola y prácticamente pervirtiendo cualquier opinión que se pueda tener sobre ella. Porque para Jim, esa rubia muchacha es poco más que un ente diabólico capaz de destruir cuanto se precie con el mero objetivo de avanzar.

Que un actor tan desaprovechado de la talla de Matthew Broderick, una actriz como Witherspoon capaz de desarrollar con convicción un papel que lleva más allá del prototipo y la parodia que pretendidamente es, y Chris Klein estén magníficamente escogidos en sus roles, y mejor interpretados, es solamente la añaditura perfecta para que Election funcione como lo que es, e incluso como algo más: porque más allá de la parodia que parecía estar desarrollando Payne, se encuentra una de esas efervescentes sátiras con la capacidad de hacer reir al espectador sin complejos y de conseguir que ínfimos detalles terminen adquiriendo un valor doble, casi definitivo, para entender cual es el motivo por el cual servidor está reivindicando Election, y es que si hay un prólogo coherente, bien construido y brillante sobre lo que terminaría siendo el cine de Payne, es este. No les quepa duda.

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