Chile continúa siendo una de las ventanas más prolíficas en cuanto a producción cinematográfica en el continente americano. Después de Argentina, México o Brasil, sus largometrajes llegan en contadas ocasiones a muestras pantallas, aunque lo hacen en casos como la reciente Matar a Pinochet, dirigida por Juan Ignacio Sabatini. O El estreno / Hra de Alejandro Fernández Almendras, estrenada esta misma semana. Mientras que la primera es una muestra del cine más volcado en sucesos políticos de la dictadura chilena, efectuado con hechuras similares al thriller de acción, la otra es una comedia dramática acerca de la crisis de los cuarenta, la creatividad y las relaciones de pareja. En este caso está ambientada en una población de la República Checa y mimetizada con el carácter personal y social de aquel país europeo. Esta producción de 2019 ya da pistas de los rasgos de su realizador, capaz de convertir en obra propia de autor, un trabajo derivado del presupuesto recibido por un premio proveniente de un certamen cinematográfico foráneo.
En el caso de Matar a un hombre, su tercer largometraje, también parte de una coproducción chileno-francesa en la que se hace cargo del guión y colabora en el montaje. La película narra las desventuras de una familia de clase media en un barrio dominado por una banda de camellos, con el jefe Kalele a la cabeza. Debido a una deuda con el delincuente, por parte del hijo mayor de Jorge y Marta, un matrimonio de mediana edad, se desencadena el intento de asesinato del vástago. Los padres intentan resolver el crimen por la vía judicial, pero la falta de testigos que corroboren los hechos los dejan desamparados tras un año y medio escaso en el que el criminal vuelve a la calle impune. Comienza entonces una serie de amenazas hasta la violación fallida de la hija pequeña. cuando Jorge y su ex-mujer tratan de volver a condenar al vengativo delincuente. Sin embargo, la lentitud burocrática y la cobardía del vecindario los dejan desprotegidos.
Fernández Almendras escoge un tono neutro en efectismo para contarnos una historia propia del polar francés o de la vertiente de justicieros callejeros del cine norteamericano. La neutralidad viene impuesta por una plasmación audiovisual en planos fijos, el uso del formato panorámico y la constricción del encuadre mediante abundantes líneas verticales paralelas.
Con la complicidad de su director de fotografía habitual, Inti Briones, ambos planifican una sucesión de encuadres amplios en los que comprimen a su protagonista, siempre encajado por el marco de puertas, ventanas o árboles que lo encajan en su soledad e indefensión. Al mismo tiempo que los planos son generales, dotando de majestuosidad al entorno del bosque en el que Jorge, el protagonista, trabaja como técnico forestal. O la zona de pareados en los que reside con su familia, frente a los bloques en los que campan a sus anchas los narcotraficantes. La iluminación es natural, escasa y expresionista en las secuencias nocturnas. Fría y metálica en las diurnas. Un apéndice anímico en la psicología del antihéroe.
Gracias a una estructura lineal que no recurre a la música ni a subrayados visuales para enfatizar la evolución dramática del protagonista, un personaje que pasa de la bondad, cobardía y pasividad, a la función de justiciero resolutivo a su pesar. Una progresión desde un drama costumbrista hasta el relato criminal, casi terrorífico. El matiz en esta transformación se halla en las dos primeras ocasiones que recurre a la cámara en mano o sobre arnés, para seguir al personaje principal en sus andanzas. En la primera para demostrar el abuso de la banda que abusa, le roba y humilla. En el ecuador del metraje para mostrar su enfrentamiento con un transeúnte que hace una fogata junto al bosque, escena que cataliza su cambio de víctima a verdugo.
El cineasta demuestra un uso ejemplar de la progresión hacia un clímax, al igual que sucede en obras con alguna conexión como Perros de paja de Sam Peckinpah o algunos guiones de Paul Schrader dirigidos por él mismo o Scorsese. Sin la plasmación de la violencia tan gráfica y frontal como la de aquellos, pero con la capacidad de inquietar en el público, recurriendo al fuera de campo o a un largo plano secuencia de siete minutos en una camioneta.
Modesta en presupuesto económico, pero efectiva en el uso de todos sus elementos, Matar a un hombre puede ser por ahora el film más prestigioso de un autor que ha escrito el guión de sus seis largos salvo Mi amigo Alexis, el último. Por aquí solo se han podido ver sus dos obras citadas y Aquí no ha pasado nada, que se encuentra entre las nominadas a los premios Forqué de 2017. Son muestras de un cineasta que maneja con soltura el encuadre y los elementos audiovisuales, sacando partido a presupuestos exiguos y con algún defecto debido a esta carencia económica, en cuanto a la toma del sonido directo en el caso de Matar a un hombre, una buena muestra de cómo deconstruir el subgénero de vengadores, tomar partido por un personaje que tal vez no merece sus miserias y lograr pasión desde un material en apariencia frío.