Fabricando recuerdos en la Turquía contemporánea.
Tal vez una de las vertientes menos conocida del Festival de Cine de Sarajevo sean sus encuentros dentro de la industria, su dedicación a sacar futuros proyectos y los lazos fraternales y cinematográficos que unen a los distintos participantes.
Pero es así y desde hace ya varios años la capital bosnia es una parada obligada para casi cualquier cineasta en la búsqueda de lograr hacer su primer largo dentro de esa difusa idea que es Europa del sureste, donde a su vez hay una gran cantidad de coproducciones de toda índole.
Dicho lo cual, Albüm es una cinta turca con coproducción francesa y rumana, donde destacan la ayuda que los cineastas Danis Tanovic (ganador del oscar en 2002 por En tierra de nadie) y Calin Peter Netzer (La mirada del hijo, 2011). Esta a priori extraña alianza entre Bosnia y Rumanía adquiere toda la normalidad del mundo en la capital bosnia, donde sus cineastas sobreviven como pueden contando siempre con ayuda financiera y artística del exterior, como se puede comprobar en los títulos de crédito de cualquier cinta bosnia.
Entrando ya en materia, Albüm abre con una secuencia que sirve como resumen de las ideas del cineasta Mehmet Can Mertoğlu. Así pues, asistimos impasibles y distantes al proceso de fecundación de dos animales orquestado por los seres humanos. La secuencia no tendría mayor relevancia sino fuera por todo lo que acontece una vez que finaliza y comienza propiamente la historia; una pareja de clase media turca está inventándose un pasado para su futuro hijo, que próximamente, en un futuro inmediato indeterminado, conseguirán en adopción. Y ante el deshonor que eso supone, no queda más remedio, siguiendo una lógica absurda, que construir un pasado.
Así que conocemos a nuestra pareja protagonista viajando con una cámara de fotos para fabricar esos felices recuerdos, como el hospital donde nació el niño (o la niña, quien sabe) o el antiguo hogar familiar; ya que en un plan maestro perfectamente planificado, los padres se mudarán a la otra punta de Turquía para que nadie pueda sospechar de tan terrible desgracia: no pueden tener niños y el pequeño es adoptado.
Albüm tiene sus mejores momentos en esa comedia amable que por momentos se transforma en una mordaz crítica a todo lo que pille por delante de la actual sociedad turca, como cuando los progenitores, desesperados por conseguir un bebé y sabiendo que sólo tienen 3 oportunidades, desprecian al posible candidato que tienen entre brazos. Comentan, con horror, que la criatura parece kurda, que su tez morena no les gusta y que nadie en su sano juicio podría querer un niño tan feo, en una escena que recuerda inevitablemente a un ‹skecht› de Los Simpson donde sólo falta que uno de ellos cometen a la enfermera si lo tienen en rubio.
Pero hay más. Empezando por una burocracia infernal que aniquila a cualquier persona que pertenece a ella y donde sólo tiene cabida una especie de clientelismo paternalita o pasar el rato como mejor buenamente se pueda. De hecho hay varios momentos que si no estamos ante una peli de zombies poco le queda, o donde directamente observamos a los personajes en estado inmóvil, desconociendo si se trata de una escena de ensoñación, de realismo mágico o qué. Pero este cambio de tono funciona.
Albüm se resume en dos viajes que emprenden los protagonistas. El primero trata de la road movie que realizan buscando un niño mientras a su vez hacen otro viaje para documentar las fases del embarazo, con hospital incluido como comentaba unas líneas más atrás.
Luego tenemos un pequeño acontecimiento que, sin cambiar nada, hace que nuestra entrañable pareja, cuya única descripción posible sería la de dos aburridos funcionarios que buscan un hijo como paso natural a su estado sentimental, reinicien uno de sus viajes.
Albüm queda en la memoria como una simpática comedia, de esas que se agradece en cualquier festival lleno de dramas donde el tremendismo campa a sus anchas, con unas ideas que acaban siendo por momentos mejores que el conjunto de la película. Todo funciona y fluye a la perfección, pero me queda la sensación que llevarse el máximo galardón del Festival de Sarajevo resulta excesivo. Poco importan en realidad los premios en un certamen de cine más allá de la ayuda a la difusión del proyecto y no pienso poner la voz en el cielo por ello.
Al fin y al cabo, la cinta turca de Mehmet Can Mertoğlu resulta toda una moneria con momentos de auténtica mala leche.