Que el humor es sinónimo de inteligencia se ha vuelto todo un tópico, pero la existencia de humoristas exageradamente estúpidos nos lleva a la conclusión de que no hay mayor mentira. Las generalidades siempre son inoportunas, y mejor sería decir, como en cualquier otro caso, que el humor es síntoma de inteligencia cuando es bien empleado. El humor necesita de una mente ingeniosa que ordene de manera adecuada todos los elementos que lo componen. Y es que, como en todo al fin y al cabo, en este ámbito también se terminan estableciendo jerarquías. Es así como encontramos cuatro tipos de humor:
Humor trivial o chiste ibuprofeno: Aquel que requiere de poco tiempo para su creación y que, sin embargo, llega a mucha gente. De duración muy limitada, su único objetivo es anestesiar levemente la crisis existencial del receptor. El chiste malo de toda la vida, para que nos entendamos. Es en su simpleza donde reside todo su poder de efectividad. Dani Rovira con zapatos de mujer haciendo sonrojar a Pedro Almodóvar en su homenaje Tacones cercanos en la pasada gala de los Goya o la mayoría de memes que surgen a lo loco en Internet serían ejemplos de ello.
Humor intelectual (que no inteligente): es aquel que utilizas por amor a tu disciplina. Su lugar de uso suele ser la clase y el emisor es conocido coloquialmente como friki o inadaptado. Es, en resumidas cuentas, aquel chiste que utilizas para sorprender a tus alumnos o a tus colegas pero del que finalmente nadie entiende un carajo. Su efectividad reside en que, al no poder reírse del chiste, el receptor terminará riéndose de ti durante rato largo. Totalmente inesperado.
Humor negro: Erigido sobre el odio hacia el mundo. O gusta o repele por completo, pero si alguna vez te ríes con un chiste de este tipo terminarás por querer amputarte la conciencia por haber descubierto que en el fondo eres terriblemente cruel. Su uso en formato de tweet puede terminar llevándote a prisión.
Humor inteligente: prácticamente inexistente. Su riqueza estriba, por un lado, en que tiene toda una carga simbólica y un tremendo trabajo detrás de su origen; por el otro lado, el chiste inteligente está dirigido contra un objetivo concreto al que hay que destruir, lo que lo dota de cierta carga moral y lo convierte en un arma necesaria para combatir ciertos males e injusticias. Puede encontrarse en el resto de memes que no devora el humor trivial o en discursos de grandes personajes y humoristas. Le diferencia del humor intelectual el hecho de que sus palabras suelen estar muy medidas, lo que le lleva a no caer en esa brecha.
Alberto Vázquez y Pedro Rivero hacen temblar todas las categorías arriba mencionadas. Y es que su humor permanece oculto en toda su obra. Podría decirse que reúnen características de los cuatro tipos pero sin pertenecer a uno en concreto. Y sí, son inteligentes, crueles, con una gran trayectoria en su campo y en ocasiones pueden resultar estúpidos (al menos gran parte de la crítica se portó con Pedro Rivero en 2008 como si así lo fuera, lo que resulta totalmente terrible). En otras palabras, esta pareja de animadores es atípica, su humor es diferente. Pero como ocurre con todo lo que se sale de la norma y de la convención, al menos para reforzar su identidad en su carácter único, debemos decir de ambos que su trabajo es bueno. Y es que qué podemos decir de la unión de un gallego y un vasco. Pero en fin, empecemos por su trabajo por separado.
A Pedro Rivero le conocemos, al menos yo, por La crisis carnívora, una obra que sintetiza el humor absurdo con la burda repetición de términos para causar gracia. Me explico. La propuesta de una colectividad de animales que ha decidido convertirse en vegetariana para evitar comerse unos a otros posee ese regusto de disparate que siempre nos atrae, más aún cuando ese aparente sinsentido alberga una descripción tan fiel de nuestra sociedad. Es este factor el que unido al uso reiterativo de exclamaciones y palabrotas convierte esta obra de Rivero en ese reverso tenebroso y acribillado de Rebelión en la granja (en lo que a organización de animales que refieren a comportamientos humanos se refiere). La crisis carnívora no cae en la provocación y pasa de ser una crítica ácida a transmitirnos el mensaje de que, al fin y al cabo, somos así.
El caso de Alberto Vázquez, a pesar de tener la misma raíz, termina por tomar otros caminos. Si traemos a la mente Sangre de unicornio no podemos evitar pensar en ese contraste perfecto y bien buscado entre el color rosa que domina los planos y la acidez de sus diálogos, así como en el choque que se da entre los términos tan amorosos y la violencia que se desata en este cortometraje en el que tiene lugar esa síntesis sacada a colación líneas arriba donde, por ejemplo, el humor negro y el humor inteligente se dan la mano. Pero es en Decorado, ganador del premio Goya al mejor cortometraje de animación en la pasada edición, donde esta mezcolanza llega a su clímax. Y es que eleva la conciencia del espectador, por lo sorprendente de la escena, ver el contraste entre un pato Donald alcohólico pedir pañales usados y la imagen que tenemos del personaje; o el que se da entre el habitual rechazo con tacto a un pretendiente con el anodino, frío e insensible que Vázquez desarrolla en una cita entre una osita y su maravilloso interlocutor internauta que resulta ser un monstruo en la realidad. Este es un juego que, a pesar de su aparente dificultad, el director de La Coruña desarrolla con total normalidad, dando lugar a una oposición aún mayor y que atañe a sus entrañas: la curiosa relación entre un humor surrealista pero con conciencia social.
Las obras que Pedro Rivero y Alberto Vázquez han dirigido juntos, aunque ambas surjan a partir de un cómic creado por el segundo, poseen esa esencia que caracteriza a ambos. Y es que en Birdboy ya se aprecia esa articulación basada en el contraste en escenas como la de los policías torpes; o la crudeza que les caracteriza en momentos como en el que los compañeros del protagonista huyen de él. Pero es en la reciente Psiconautas. Los niños olvidados (que toma su título del cómic originario) donde todo esto es desarrollado al máximo desembocando en una exageración que no resulta pesada, sino totalmente oportuna. Pongamos por ejemplo la secuencia en la que un perro, que resulta ser el falso hermano de Dinky (protagonista de la historia junto a Birdboy) intenta pronunciar la palabra ingeniero para demostrarle a sus padres que es un “chico bien” de la sociedad actual; o el instante que acompaña a ese momento descrito en el que el falso padre le dice a Dinky que no haga llorar al niño Jesús mientras se ceban en la imagen de un juguete que representa a la figura bíblica llorando sangre. Ahora bien, esto humor se ve disminuido en la película en comparación con el cómic, algo que no tiene que ver con la presencia de Pedro Rivero sino más bien con las posibilidades que ofrece cada formato. Así, mientras en la obra cinematográfica la pareja de cineastas se ciñe a mostrar la imagen (exagerada hasta dejarte esa mueca de: maravilloso) del niño Jesús llorando sangre, en la novela gráfica se darán unas instrucciones para que el lector rellene el muñeco con determinado tipo de sangre. El caso es que, a fin de cuentas, Pedro Rivero y Alberto Vázquez hacen una pareja que no tiene igual en la cinematografía española actual, algo que puede tener que ver con el hecho de que Psiconautas esté teniendo más popularidad en Francia o en EEUU que en su país de origen. Pero ya sabemos que en España ser inteligente hace pagar demasiados peajes, como un amigo mío dice. Habrá que seguir con la mirada vuelta hacia las vueltas de tuerca que estos dos artistas den a su genial sentido del humor, si es que se puede seguir trabajando sobre algo tan pulido y perfeccionado.