La pareja de directores Alain Gagnol y Jean-Loup Felicioli se han convertido en uno de los referentes principales de la animación moderna. Su colaboración artística, ligada fuertemente al estudio Folimage y que ya suma más de dos décadas, dio comienzo con la creación en 1997 del cortometraje El egoísta, una obra de poco más de tres minutos de duración sobre un hombre egoísta y su relación con una mujer.
Si bien este primer cortometraje, por su brevedad y su línea argumental sencilla, no alcanza la complejidad narrativa de obras posteriores de los autores, no hay duda de que fue un golpe de efecto nada desdeñable y que se trata de un trabajo de calidad y claridad discursiva muy notables. Lo primero que llama la atención es lo distintivo de su estilo de dibujo, de inspiración cubista y aprovechando los diseños deformados para reflejar también una animación muy elástica y surrealista, que introduce al espectador con eficacia al terreno metafórico de su narración y a la sensación de estar viendo el mundo desde la subjetividad de su protagonista. Sin embargo, es en lo que se cuenta donde está el mayor atractivo del filme. Narrado como un ‹flashback› que reproduce los recuerdos del protagonista, un hombre al que le falta medio rostro, nos presenta brevemente su enamoramiento y posterior relación con una mujer; una historia idílica que se ve truncada cuando, tras un accidente que le genera las secuelas que vimos al principio, ver cada día el rostro indemne de su esposa le resulta insoportable. De este modo, toma la decisión de igualar las circunstancias.
Debido a las exigencias del formato, normalmente en un cortometraje animado como el que nos ocupa no se pueden extender las ideas ni el desarrollo de personajes de una forma que permita contar historias de una cierta complejidad y hondura psicológica; es por ello que lo que logran Gagnol y Felicioli en apenas unos minutos es digno de aplauso. La de El egoísta es una historia narrada con los elementos esquemáticos para que se entiendan todos los pasos, pero con una profundidad a nivel de discurso y de lo que sugiere y una capacidad de perturbación que sin duda resultan sorprendentes. En ella se habla del egoísmo como un tema principal y en cierto modo abstracto, como un rasgo de personalidad inherente y definitorio del protagonista que está presente en todas sus decisiones; pero también, y esto es lo que más me asombra, a nivel de la relación que se narra y asociado a dinámicas tóxicas y de dominación en la misma, en un contexto en el que no existía todavía una concienciación plena de la gravedad de dichas dinámicas. No solamente por el momento de la mutilación, en sí muy brutal y retorcido, sino por todo lo que implica antes y después del acto: desde la actitud miserable y envidiosa del sufrido protagonista, consumiéndose no ya ante la felicidad, sino ante el hecho de que los otros no hayan pasado por lo que él pasó; a esa pequeña estampa posterior llena de crudeza, con la pareja ya envejecida, ambos mutilados, y en una expresión eterna de resignación y amargura.
Viniendo de las circunstancias de las que viene, El egoísta es una obra más que notable, como se demuestra en su muy meritoria factura técnica y su estilo único y acorde a lo que quiere contar; pero lo es más porque en lo que narra se reflejan preocupaciones y conciencias que resuenan más conforme se va adquiriendo una mayor comprensión a nivel social de lo que implican. En este sentido, tal vez no fuera siquiera la intención de Gagnol y Felicioli abrir un debate concreto sobre estas ideas, centrándose más bien en la idea metafórica del egoísmo como una fuerza que causa infelicidad y lo consume todo a su alrededor; sin embargo, que haya sido capaz de trascender de una forma más concreta y pertinente le da un valor añadido.