No son frecuentes en nuestro cine las películas de episodios firmadas por varios directores, de ahí que una propuesta como Al final todos mueren resulte de entrada tan atractiva. El interés aumenta si echamos un vistazo a los firmantes, cuatro de los guionistas/directores más prometedores del reciente cine español (todos básicamente curtidos en el cortometraje), y al núcleo temático alrededor del cual orbitarán todas las historias: nada menos que el fin del mundo por la clásica vía del impacto de un meteorito. Curiosamente, lo ambicioso de este apocalíptico punto de partida no implica un exceso ni de pretensiones ni de presupuesto, más bien al contrario: se apuesta por un formato portátil que no excluye una factura técnica enormemente cuidada.
El otro factor que habitualmente perjudica a este tipo de producciones es el de la inevitable irregularidad, pero también este escollo se salva con relativa facilidad. Siendo una obra lógicamente heterogénea (la diversidad estilística y genérica era tan necesaria como ineludible), lo cierto es que el nivel medio de los distintos episodios es bastante parejo y, aunque las conexiones entre ellos no sean lo suficientemente sólidas como para hablar de un único cuerpo narrativo (todos podrían funcionar de forma autónoma sin problemas), la premisa del fin del mundo tiene la potencia suficiente como para permitir diferentes aproximaciones al tema sin que se pierda esa sensación de coherencia o de unidad que domina toda la cinta, haciendo de ella un conjunto equilibrado y no un collage inconexo de varios cortometrajes.
Por otra parte, lo positivo que saco de la película es, básicamente, la posibilidad de ver cómo se mueven algunas de estas jóvenes promesas de nuestro cine en un proyecto que les exige ceñirse a un único patrón argumental pero les permite, a su vez y partiendo de él, dar rienda suelta a su creatividad y a sus obsesiones particulares. En Javier Botet (recordemos: el tipo que interpretó a la inquietante niña de Medeiros en REC) esto se traduce en un fragmento de horror visceral protagonizado por un asesino en serie (él mismo) al que el advenimiento del apocalipsis ha frustrado sus planes de gloria y leyenda dentro del universo de los ‹pyschokillers›. Minúscula en su argumento, pero rica en atmósferas sucias y opresivas, nos revela a un curtido observador de lo macabro (mediante detalles sórdidos como las bragas manchadas, por ejemplo) y a un director de género de pura raza, que sabe cómo encuadrar, filmar y montar para inquietar al espectador, y al que será un gusto seguir en futuras incursiones dentro del género (a poder ser, con un material de base algo más original o elaborado).
Roberto Pérez Toledo, tras su muy estimable Seis puntos sobre Emma, sigue perfilando su peculiar discurso sobre las relaciones humanas con un fragmento lleno de ironía, lucidez y melancolía, en el que las dinámicas sociales se expresan de forma sintética y precisa, como pinceladas aisladas dentro de un cuadro más general, ofreciendo una acertada panorámica de la desorientación y el desamparo del ser humano contemporáneo. Puede sonar pretencioso, pero es todo lo contrario. Por su parte, Pablo Vara aprovecha su momento para reflexionar, en clave de drama psicológico y thriller, sobre la culpa y el sentido moral. Es, probablemente, el menos interesante y logrado de todos los fragmentos, pero deja entrever a un director con posibilidades al que sólo le falta algo más de sutileza a la hora de plantear y desarrollar los conflictos dramáticos.
Finalmente, David Galán Galindo cierra el filme con la tierna y desternillante odisea de un nerd (impagable Ismael Fritschi) impelido a ayudar a dar a luz a una joven que se ha refugiado en su tienda de cómics. Todo esto a tres horas del impacto del meteorito. Ingeniosa e inteligente, destaca por plasmar un vastísimo conocimiento del mundo freak en gags brillantes donde la sátira se mezcla con la autoparodia. Un broche de ligereza que cierra un conjunto grato y equilibrado, quizás algo magro en sus aspiraciones finales (la propia naturaleza del invento conduce inevitablemente a una cierta modestia de planteamiento), pero definitivamente simpático y bien hecho que, para colmo, se redondea aún más con los geniales prólogo y epílogo firmados por Javier Fesser (e inspirados en el cortometraje I love you Miss Collins, de Eduardo García Eyo y Miguel Esteban), toda una gozada de humor absurdo y extraterrestre.