Pónganse en situación: un partido de regional o de preferente, uno de esos donde los 22 que se visten de corto deben lidiar con un patatal en el que la ejecución del deporte rey se antoja una odisea. Obviamente, Porumboiu difícilmente conozca esa clase de partidos, pero sobre el papel el Steaua-Dinamo que arbitró su padre a finales de los 80 era prácticamente lo mismo: un terreno de juego cubierto por la nieve poco más que impracticable en el que seguramente sobresaldrían ciertos detalles técnicos, pero cuyo resultado salvo sorpresa sería el de empate a cero. Aunque quizá susodicho “espectáculo” sea lo de menos en el momento de entablar diálogo y su presencia no vaya más allá del mero pretexto. En definitiva, eso es algo que sólo el propio Porumboiu sabe… o puede que no, que las expectativas sobrepasen en esta ocasión las intenciones e incluso el cineasta se vea sorprendido por las propias consecuencias de su “juego”.
Sea como fuere, que texto y forma en el cine del autor de 12:08 Al Este de Bucarest están divididos por una línea tan fina que en cualquier momento puede romperse y empezar a arrojar luz sobre algunos de los asuntos ya recurrentes en la filmografía del rumano, es algo que cualquiera que haya seguido de cerca sus pasos conoce. Pero esa forma presenta una particularidad en Al doilea joc (The Second Game): no está manipulada por el director en ningún sentido; y es que lo que Porumboiu nos presenta es, en esencia, el derbi de cabo a rabo, 90 minutos en los que veremos a los Hagi, Pițurcă, Mateuț y demás intentar de forma infructuosa que el balón entre entre los 3 palos de la portería rival. La imagen, pues, no condiciona en ese sentido el film, que tiene como guía en todo momento los comentarios de padre e hijo, unos más intencionados que otros —en especial, los de Corneliu—, pero al fin y al cabo no mucho más que eso.
Así, en su título, The Second Game parece aludir a esa reinterpretación realizada por ambos del partido: como si en un intento por huir de aquella época —no sin definir vagamente las implicaciones que partidos como aquel conllevaban— y lo que implicó la presencia de personajes como Nicolae Ceaușescu, hubiese que dirigir las miras hacía otro lado. Y claro, quien mejor que Porumboiu para realizar tal ejercicio en un nuevo alarde de determinación. El cineasta no deja pasar la ocasión y cierra filas en torno a una de sus obsesiones (la imagen), y lo que podrían parecer comentarios fortuitos, terminan deviniendo una nueva y acertada reflexión sobre la intencionalidad de esa herramienta y sus condicionantes: de este modo, lo que ve o deja de verse, aquello que interfiere en algo tan fugaz y efímero como puede ser en ocasiones un partido de fútbol, e incluso el propio carácter de la imagen, son algunos de los temas a los que se dirige con frecuencia, casi de modo esquivo, el rumano.
Lo efímero (según palabras del cineasta) del evento, condiciona sus posibilidades, y es a través de esa disertación cuando Porumboiu descubre la esencia de Al doilea joc, aprovechando además el marco para seguir profundizando en un subtexto donde la comunicación y los enlaces que establece cobran una importancia capital. Es de ese modo como el condicionante se antepone a la naturaleza de un producto en sí, ¿quién, sino, querría ver un peleado (y poco más) Steaua-Dinamo de finales de los 80 si no fuese por la presencia de Porumboiu tras la propuesta? Tan innecesaria resulta la respuesta como irónica pasa a ser la postura del realizador desde que se descubre. Tanto, que incluso tras comentarle a su padre en un momento dado que parece haberse fundido con el encuentro porque su arbitraje no irrumpe en el juego, hace lo propio y deja que sean los comentarios de su progenitor los que lleven el peso, sin intervenir, como fundiéndose con una creación tan única como introspectiva y mordaz.
Al doilea joc encuentra en esa apuesta realizada por el director un estimulante marco que va más allá de las exposiciones sobre el contexto y de los factores que pudiesen subordinar ese escenario. La forma de mediar que posee la imagen en nuestras manos, la naturaleza cambiante de la misma dependiendo de la fuente más que de su origen primigenio, e incluso el constante cambio de las reglas (¿no las expone y subvierte acaso Porumboiu con su Al doilea joc?), se postulan así como algunas de las cuestiones lanzadas a través de la (en parte) gran broma que urde un cineasta ya imprescindible para nuestros tiempos. De este modo, y ya sea como interesantísimo ejercicio textual en torno al deporte rey, sugestivo retorno al particular universo que parece haber tejido el autor de Policía, adjetivo, o incluso curioso documento en el que Adrian Porumboiu, el Mateu Lahoz rumano, dirime sobre su actuación, Al doilea joc merece, como mínimo, depositar en ella una fe que el cineasta todavía conserva sobre las posibilidades de un medio al que no deja de sacarle punta.
Larga vida a la nueva carne.