El protagonista del film (una vez más un director de cine con problemas de autoestima) mira a la chica a la que acaba de conocer. La chica mira el cuadro que acaba de pintar. La cámara de Hong Sang-soo les mira a los dos. Es un momento silencioso, desnudo a pesar de los elementos que sobrecargan el plano. Una imagen que es exactamente lo contrario a romper la cuarta pared; es poner un muro de intimidad entre el espectador y la intimidad de lo que ocurre en pantalla.
Este es un momento remarcable de Right Now, Wrong Then esencialmente por su capacidad de sentar por un lado el tono general del film y de, por otro, mostrar que Sang-soo busca un nuevo enfoque en su película. Si habitualmente el director coreano busca hacer partícipe a la audiencia de los sinsabores de sus protagonistas vía corriente de empatía en esta su última película decide crear un juego más autorreflexivo que nunca, por momentos casi se diría autobiográfico.
A pesar de volver una vez a los temas habituales en su filmografía da la sensación que estamos en un momento de impasse en la filmografía de Sang-soo. Efectivamente vuelve sobre sus obsesiones, sí. Efectivamente vuelve a sus variaciones sobre un mismo suceso como se vio en, por ejemplo, In Another Country. Sin embargo estamos ante una película más aposentada sobre los cimientos de una realidad palpable. A diferencia de sus últimos trabajos el tono onírico, el desfase irreal de lo cronológico desaparece. Todo es más lineal, más depurado en matices, más “realista” por usar un término cercano a lo que sucede en pantalla.
La sensación es, a pesar de sus momentos divertidos, que Sang-soo intenta explorar de forma más dramática los confines de la autoestima de sus protagonistas. El díptico se construye sobre dos realidades que no se funden sino que se separan por corte claro. Estamos ante dos películas que funcionan como espejo una de otra y solo se separan por aparentes mínimas variaciones de diálogo que hacen cambiar los sucesos. El término aparente no es baladí, porque en realidad esas mínimas variaciones marcan la diferencia entre lo impostado y lo auténtico.
El protagonista del film se esfuerza en una de las partes en ser lo que no es sacando a la luz todas las inseguridades y su baja autoestima, lo que conduce a la soledad inevitable trufada además por el desprecio ajeno. Es en la segunda parte del díptico cuando se nos muestran las ventajas de los silencios, de la reflexión y de ser uno mismo. No se trata de resolver entonces con un final feliz que mostrara el contraste de forma grosera sino más bien de una suerte de paz interior para cada uno de sus protagonistas al resolver sus encuentros de forma honesta con ellos mismos.
Esta es pues una (dos) película(s) donde lo que se enfrenta es la apariencia contra el ser, la pose contra la asunción personal. Hay menos verborrea que habitualmente, más silencios y sobre todo más miradas exploratorias. Y sobre todo intimidad reflexiva. Aventurarse a hablar de film bergmaniano puede ser arriesgado, pero desde luego Sang-soo rompe con la habitual idea (superficial) de Rohmer coreano para ofrecer una exploración compacta sobre el alma humana, sus tormentos y frustraciones y por encima de todo como superarlos sin necesidad de imposturas almidonadas. Sin trampa ni cartón.