Editor de Terrence Malick en films como La delgada línea roja o El nuevo mundo, y de otros títulos como Casi famosos, la carta de presentación de Saar Klein estaba más que servida gracias a sus colaboraciones con el de Illinois. Con Things People Do, sin embargo, llegaba el gran reto de todo debutante: despegar su imagen de aquellos cineastas con los que ha trabajado anteriormente, y es que es frecuente que la imagen de quienes han sido la sombra de un autor durante años —como es el caso de Daniel Hoesl, ayudante de dirección de Ulrich Seidl en los últimos tiempos— no se puedan desprender con facilidad de una etiqueta que no pocas veces prevalece en el tiempo —otro buen ejemplo, cuando en la rueda de prensa de Antiviral salió a colación el nombre del padre de Brandon Cronenberg, del que veremos si se logra despegar—.
En ese sentido, está claro que Saar Klein sabe hacer a un lado rápidamente la figura del responsable de El árbol de la vida, y es que aunque no hay que negar que en ocasiones su estilo parece acercarnos en cierto modo al de Terrence Malick, lo cierto es que el aquí debutante pronto desentraña los cimientos de uno de esos thrillers independientes que esconde en sus pulsiones y en su construcción atmosférica uno de los secretos mejor guardados del cine de un primerizo que en realidad no parece tal cosa.
No es por ello Klein un edificador de atmósferas sin otro objetivo que el de sumergir al espectador en la obra, y es a través de la irrupción o disolución de esos ambientes donde muestra quizá el que supone su mayor talento: el magnífico modo en cómo administra los recursos dependiendo del sentido que deba cobrar en ese momento Things People Do, componiendo así una cinta que juega con distintas tonalidades que refleja con increíble pericia desde la quietud de un personaje que se sabe perdido y no cree poder encontrar la senda que le devuelva a su modelo de vida ideal, hasta momentos ciertamente tensos que no van a más probablemente porque huyen de los intereses centrales de Klein.
Esos intereses se concretan en la consecución del drama que asola al protagonista cuando, después de vivir su particular «American Dream» reflejado a través de esa casa con piscina henchida de vida debido a la presencia de una mujer y dos hijos, se verá contra las cuerdas al perder su trabajo —y único sustento familiar real, más allá de la presencia de su suegro que incluso desacredita al protagonista delante de sus propios hijos— y tener que lidiar con la incómoda situación de seguir manteniendo sus pagos al día sin ni siquiera saber cómo. La mentira se convertirá en ese instante en el día a día de Bill, quien sólo encontrará resguardo en la figura de un ex-policía, Frank McTiernan, y en una nueva forma de llenar esos tiempos muertos que ha dejado su trabajo ejerciendo las veces de justiciero impostado al mismo tiempo que palia sus problemas económicos.
Klein no plantea ese salvoconducto al que se agarra el protagonista como un modo de expiar sus culpas, y aunque si bien es cierto que prefiere no cargar las tintas sobre una situación fortuita que incluso intenta rebajar —por ejemplo, con las palabras de Frank, cuando recurre a esa coletilla de «Things People Do»—, tampoco emite un juicio directo sobre la actitud de Bill, al que retrata como un personaje desesperado, sin apenas salidas y tras una posición que no deja de empujarlo hacia la que bien podría ser su propia perdición. El cineasta acierta de este modo al intentar bordear el drama de la forma más cercana posible, sin imbuirlo en situaciones que podrían diluir un logrado tono, y encontrando siempre puntos de ruptura que reflejan el desasosiego y desesperación de ese protagonista sin necesidad de acudir a tretas.
Things People Do se podría describir como un trabajo compacto, que sorprende por la madurez de sus formas, la impecable escritura de su guión y, cómo no, la tenacidad de un montaje perfecto, al que además acompañan la presencia de dos fantásticos actores como un Wes Bentley que, por suerte, continúa al margen de la industria, y un Oscar Isaac que suma y sigue con uno de esos papeles más complicados de afrontar de lo que a priori podría parecer. Si hubiese que añadir un pero, sería quizá la falta de riesgo o el hecho de que, encontrándonos ante un buen film, Klein no consiga desmarcarse de esa sensación al final del mismo de haber asistido a un relato ya conocido, algo que gracias al brío que imbuye el cineasta a la cinta no se traduce en un «déjà vu» constante durante el visionado.
No obstante, ello no empaña lo que resulta un notable debut donde Klein sabe hilvanar a la perfección todos sus cabos, incluyendo esa conclusión que sabe ejecutar a la perfección sus decisiones sin coartar la coherencia del relato, haciendo de este modo de Things People Do, más que un film imprescindible, la carta de presentación de un autor al que habrá que seguir con cierto interés, en especial si consigue mantener ese estilo y acompañarlo de un libreto más poderoso y complejo en otra ocasión, pues reconociendo las virtudes y detalles del guión firmado por Klein junto a Joe Conway —esa simbólica piscina tapiada, el plano final…—, quizá es en esa faceta donde si se hubiesen puesto más cartas sobre la mesa, el resultado de Things People Do habría sido, además de redondo, mucho más sugestivo.
Larga vida a la nueva carne.