Dos ideas confluyen de forma inmediata durante el visionado de African Mirror. Por un lado aparece la tradición del proceso de construcción de la imagen hegemónica en el cine a través de la mirada europea/occidental sobre la Otredad que impone la perspectiva colonial que sobrevive hasta la actualidad en nuestra cultura. Sobre esto hablaba recientemente Eli Cortiñas y también lo aborda en sus obras a través de la apropiación de metraje de las películas de Tarzan producidas en Hollywood desde la época del cine mudo (Tarzan of the Apes, Scott Sidney, 1918). Por otro lado, en esta fabricación de una imagen impuesta se reflejan los propios prejuicios, las contradicciones y la manipulación de la realidad para adaptarla a las creencias previamente mediatizadas cuando no se ajustan a las expectativas ya sesgadas de antemano. El director Mischa Hedinger utiliza en este ensayo fílmico material de archivo de diversas fuentes, grabaciones y textos creados por el autor, figura pública y cineasta suizo René Gardi. A modo de diario biográfico y de viajes, relata en primera persona su extensa relación con el continente africano y su interés por comunicar su visión sobre las zonas que visitaba como ciudadano de un país sin posesiones coloniales. Algo que supuestamente le otorgaba cierta distancia y neutralidad autoconscientes sobre la actividad de las grandes potencias en África y sus habitantes.
A través del relato subjetivo de Gardi se deconstruye su discurso usando la misma elaboración de su narrativa. El director desentraña lo que hay detrás de las palabras e intenciones oponiendo imagen y narración en off, pero también interpelando al espectador de manera intencionada. Sus declaraciones por momentos resultan delirantes para el ciudadano europeo actual y alejadas completamente de este mundo conectado y multicultural, en el que se tienen mucho más presentes los desequilibrios de poder y abusos de los grandes imperios coloniales a lo largo de la historia. El siglo XX con sus dos guerras mundiales tuvo dos grandes puntos de inflexión que sirvieron para desencadenar los grandes movimientos de emancipación e independencia de los territorios ocupados en África y otras partes del mundo. Las viejas ideas de la pureza del salvaje, de su incapacidad para ser civilizado (europeizado) por limitaciones físicas, psicológicas y hasta espirituales permiten justificar la intromisión externa para guiarles por el buen camino como si fueran seres incompletos, infantiles, inútiles ante el progreso tecnológico y político. Estas intromisiones para René Gardi están legitimadas en tanto se deben conservar sus condiciones como una especie de exaltación de la posibilidad de liberación del ser humano (occidental) de lo material, del consumo y de la exigencia y estrés de nuestras ciudades y modo de vida.
Gardi impone su visión en todo momento, incluso de forma indirecta, cuando legitima acciones como la obligación del trabajo y el comercio en aldeas introduciendo dinero para que exista recaudación de impuestos por parte de los europeos. Una denuncia de la economía de explotación y extractivista que emerge de African Mirror y que sobrevive en esta era neocolonial a través de la deslocalización e industrias como la del turismo. La ironía atrapa por completo la película no sólo por las incoherencia de las ideas del escritor suizo —por su transformación tramposa del entorno para adulterarlo a su imaginario de fantasía sobre los lugares que visita—, sino también por una falta de rigurosidad que él admite pero separando sus buenas intenciones de las trágicas consecuencias de las posiciones de los demás frente a los africanos.
Los efectos del turismo y una forma diferente de colonización a través del capitalismo de libre mercado hacen acto de aparición al tratar los procesos de independencia. Algo que para él resulta inconcebible, porque presupone la imposibilidad de estos pueblos para autogobernarse y lamenta la profunda crisis que traerá para ellos una civilización forzosa. De esta manera no puede ver —aunque sean obvias— las verdaderas consecuencias de la integración de estas naciones en vías de desarrollo en la economía global de la que es testigo. Las imágenes de africanos vistiendo ropas de multinacionales le resultan “ridículas” porque no puede aceptar que son sus iguales, pero no entiende la evidencia de que la transformación de su consideración de salvajes en consumidores sirve como otro sistema de asimilación para aprovecharse igualmente de estos territorios integrando el cambio de contexto histórico. El punto de vista europeo se ve reflejado en esta imagen virtual africana de la cinta, tan distorsionada, para llegar a nuestra realidad en épocas recientes y a nosotros mismos como sociedad en la actualidad a través de la proyección de unas ambiciones, una cosmovisión y un legado vergonzoso de los que somos responsables en mayor o menor medida.
Crítico y periodista cinematográfico.
Creando el podcast Manderley. Hago cosas en Lost & Found.