Con la muerte de Rafael Romero Marchent se va uno de los últimos estertores de la época dorada del cinemabis español. Nacido en Madrid en 1926, fue uno de los miembros más artísticamente efusivos de la saga Romero Marchent, junto a sus hermanos Joaquín Luis, también director, o Carlos, quien solía aparecer como intérprete en las numerosas películas del clan familiar, sin olvidar a su hermana Ana María, destacada docente en la Escuela Oficial de Cinematografía. Pero la faceta cinematográfica es algo que desde muy pronto acompañó a esta ilustre estirpe ya que su padre Joaquín fue el propietario de una importante productora de su tiempo, Intercontinental Films, por lo que no extraña que Rafael estuviese siempre unido al séptimo arte desde unos inicios como intérprete que hicieron aparecer en películas de Edgar Neville, Rafael Gil, José López Rubio o Juan de Orduña ya desde los años 40, consiguiendo ser una respetada presencia en la escena; esto le permitió incluso abordar el mundo teatral o el del doblaje, obligándole a aparcar sus entonces iniciados estudios de medicina. Su salto a la dirección, en la que quedaría ya asignada su futura labor en el medio, se produce en una época determinante para la cinematografía nacional de géneros: esa reversión mediterránea del western americano, saturada y no ajena al extremismo tonal, que ofreció junto a su hermano Joaquín Luis una vigorosa perturbación de los códigos del género, abriendo el camino para que Sergio Leone disparara la primera bala en el énfasis comercial del llamado eurowestern; aunque la huella histórica a este respecto se la llevasen dos importantes obras de su hermano, Antes llega la muerte y El sabor de la venganza, Rafael ayudó de manera colateral a dar entereza a esta lectura tan pulp y formalmente despiadada de la corriente con una serie de destacables piezas encabezadas por su debut, Ocaso de un pistolero, a la que luego seguirían Dos cruces en Danger Pass, Dos hombres van a morir, Uno a uno sin piedad o ¿Quién grita venganza?, entre otras.
Pero como artesano del cinemabis, su carrera seguiría el devenir de esta industria, donde evolucionaría una carrera cuya heterogeneidad vendría fomentada por la variedad de géneros. Así, llegaron obras tan dispares como el thriller criminal Disco Rojo, una de sus películas más revisitadas gracias a su colaboración con Paul Naschy, Santo contra el Doctor Muerte, importación española a modo de co-producción del popular enmascarado mexicano o Un par de zapatos del ’32, como una pieza de ínfulas italianas para el suspense amén de un guion escrito en parte por Luciano Ercoli. Además la comedia supondría otro género al que solía acudir con asiduidad, como demuestran Yo fui el rey o más especialmente Un día con Sergio, protagonizada por Lina Morgan y Juan Luis Galiardo. El final de la década de los 70 estuvo marcado para Rafael por su casi exclusiva participación en ese serial que supondría una extensión televisiva a parte del star system de la época dorada de los subgéneros en España, Curro Jiménez (así como Avisa a Curro Jiménez, su ampliación a modo de largometraje de un universo que tan bien conocía por sus pasadas emulsiones hacia el western), que le derivaría en su otra gran colaboración televisiva para como Cañas y Barro.
Ya entrada la década de los 80, decenio que confirmaba el ocaso a la cultura de los subgéneros y por extensión la carrera de Rafael como la de la gran mayoría de sus coetáneos, fue cuando nuestro protagonista propuso, a contracorriente del momento, un par de películas de aventuras con un personaje enmascarado interpretado por el mexicano Fernando Allende, en una dupla formada por El lobo negro y Duelo a muerte. Poco después llegaría la comedia musical Todo es posible en Granada, para mayor gloria de aquí un protagónico Manolo Escobar, o Violines y Trompetas, con la pareja cómica formada por José Luis López Vázquez y Jesús Puente en un insustancial título que abría la puerta a su retiro, sólo interrumpido por una colaboración televisiva a mediados de los 90 en la serie ¡Ay Señor, Señor! protagonizada por Andrés Pajares. Como otro ejemplo más de cineasta injustamente olvidado (quizá ensombrecido por la mayor popularidad de las aportaciones al eurowestern de su hermano Joaquín Luis), Rafael parece haber vivido un ostracismo provocado por la ausencia de impacto de algunas de sus películas más destacables, pero que no debería borrar su huella de cineasta infatigable y pasional en la cultura de los subgéneros de España. Tanto por los colaterales fundamentos hacia el western mediterráneo que fomentó de manera paralela a su hermano, como por la huella artesanal dejada en cada uno de los géneros en los que se inmiscuyó, conviene ahora lamentar la pérdida de una figura que siempre será parte de ese a veces denostado cinemabis hispánico.