El recientemente fallecido Juan Padrón, dibujante, ilustrador y director de animación, dejó una huella imborrable en la cultura popular cubana con sus creaciones tanto en la historieta como en la televisión y el cine. Su creación más célebre en su país y sin duda la más definitoria de su carrera vio la luz en formato de cómic en 1970. Las aventuras de Elpidio Valdés, coronel mambí del Ejército Libertador que lucha por la independencia de Cuba a finales del siglo XIX, alcanzaron tal popularidad que, de 1974 hasta 2015 fueron adaptadas en varias series de cortometrajes y hasta tres largometrajes, con el propio Padrón como director.
Elpidio Valdés, el primero de estos tres largometrajes, fue estrenado en 1981 y narra los inicios de su carismático protagonista, con su ascenso en la responsabilidad militar y el compromiso revolucionario. Siguiendo el ejemplo de su padre fallecido, mambí como él, se enfrenta por primera vez a sus enemigos españoles a principios de la Guerra de Independencia, conoce a su mano derecha y futura esposa María Silvia, y toma el mando de un ejército para sublevarse contra la corona española. Se trata de una película ágil, de personajes memorables e intrigas muy bien narradas que mantiene un tono infantil pese a la crudeza de sus batallas, con una animación sencilla pero decente y un estilo de comedia caricaturesco como en sus cortometrajes. En 1983 vio la luz Elpidio Valdés contra Dólar y Cañón, secuela centrada en una compleja misión para llevar un cargamento de armas al Ejército Libertador desde Miami, que les enfrenta no solamente a los españoles sino a los contrabandistas y las autoridades estadounidenses, todos ellos en busca del dinero del trato y de la cabeza de Elpidio. Ésta, a la altura de la anterior y probablemente la mejor de las tres, es una cinta más sencilla y disparatada, en la que la acción está más presente y también el humor. Por último, tenemos en 1999 el estreno de Más se perdió en Cuba, también conocida como Elpidio Valdés contra el águila y el león, ambientada en el final de la guerra y presentando a los estadounidenses como el último enemigo a batir tras la derrota y rendición de los españoles. Más tosca y realista, más trágica y adulta y sin duda rodeada de un tono crepuscular, esta es una película en la que prevalece la acción directa de guerra, con largas escenas de tiroteos y la muerte de multitud de personajes, algunos de ellos emblemáticos de la serie. Los personajes sin embargo aparecen deslavazados y su peso emocional es anecdótico, el ritmo se acerca al tedio en su intento de recrear eventos de forma casi documental, la imaginería propia del personaje de Elpidio aparece aquí en un rol que casi podría catalogarse de secundario, y la coproducción con España probablemente tuvo algo que ver con el retrato más benévolo de los personajes españoles. Con todo, las tres películas reflejan tres estadios diferenciados del conflicto armado y esta tercera tiene, como las anteriores, valor como retrato de una época histórica y de un ideal de libertad que resuena con fuerza en una guerra que terminó siendo un enfrentamiento directo entre dos potencias colonizadoras.
Con todo y más allá de su personaje emblema, la obra cinematográfica de Juan Padrón es amplia y contiene desde cortometrajes educativos para niños hasta obras de un humor más adulto y desinhibido, como sus Filminutos. Y en este último aspecto hay que destacar la popularísima ¡Vampiros en La Habana! de 1985, su cinta de mayor proyección internacional y con mucho su mejor película, que relata las aventuras de Pepito, un trompetista y revolucionario cubano a principios de los años 30, que descubre que es un vampiro y que ha crecido bajo el sol como humano gracias a una poción secreta creada por su tío. Esta fórmula será causante de una despiadada guerra de mafias por hacerse con ella, en la que Pepito se verá envuelto tratando de cumplir la última voluntad de su tío de hacer accesible la receta a todos los vampiros del mundo. Con personajes en su estilo tan característico, altamente caricaturizados y estereotipados en su aspecto físico y su acento, y un humor muy subido de tono, presenta una comedia sorprendentemente fresca y carismática, con el apoyo de una banda sonora excepcional y una historia que satiriza la represión de la dictadura de Machado, el ascenso del crimen organizado y las pretensiones imperialistas del capitalismo, presentando en los vampiros una sociedad paralela cuyos líderes se mueven por las mismas ansias de poder y dinero que los humanos. La secuela estrenada en 2003, Más vampiros en La Habana, aumenta todavía más el tono del humor y resulta algo rancia por momentos, además de mucho menos interesante a nivel narrativo, pero es una correcta y digna aventura ambientada en la Segunda Guerra Mundial, en la que los nazis son ahora el enemigo a derrotar, y que supone un decente último largometraje de un Padrón ya alejado de sus hitos pasados.
No se puede terminar el repaso por la obra más emblemática de Juan Padrón sin mencionar sus colaboraciones con su socio y amigo Quino, el célebre historietista argentino creador de Mafalda. Entre 1986 y 1988 sus seis Quinoscopios recopilan cortometrajes basados en 52 tiras cómicas variadas de Quino, y ya en los 90 crea una serie de 104 cortometrajes de menos de un minuto de duración sobre el personaje estrella del creador. Esta es una adaptación bastante atípica de las historietas de Mafalda, pues prescinde completamente de los diálogos, tan agudos y relevantes en la obra original, y hace expresarse a sus personajes con gestos y sonidos guturales, enfatizando más en el lenguaje visual que en las palabras. Lamentablemente, esta estrategia no termina de cuajar, y más allá de su estilo simpático y desenfadado, y de lo logrado de algunos chistes puntuales, se trata de una producción muy mediocre que no logra captar las cualidades del original y apenas logra retener su espíritu crítico y su sátira social.
Con sus más y sus menos, los más de 40 años de carrera como director de Juan Padrón conforman un aporte esencial al desarrollo y la proyección internacional del medio animado en Cuba, con obras y personajes muy carismáticos que logran captar y presentar con agilidad multitud de idiosincrasias de la sociedad cubana, así como servir de retratos más o menos fieles, aunque siempre con licencias ficcionadas y por supuesto con un fuerte componente ideológico, de la historia de su país y el ideal revolucionario que surge de su turbulento pasado. Capaz de dirigirse tanto a niños como adultos, su cine conforma un espectro sorprendentemente amplio, con un sentido del humor a veces ingenuo y a veces altamente sexualizado, adaptado en todo caso a la situación y con gran peso del lenguaje visual y una caricaturización repleta de estereotipos raciales y culturales. Y pese a lo cuestionable de ciertos puntos de su carrera, la gran relevancia artística y sociocultural de su obra, llena de proyectos y personajes emblemáticos, le colocan como una de las figuras más prominentes de la animación latinoamericana.