Si bien esta historia transcurre en Marruecos, sus características son extrapolables a muchas sociedades de hoy en día, pues aquí la protagonista, Samia, transitará por la incertidumbre, el desasosiego y la apatía de un mundo en el cual no hay lugar para las madres solteras; y no es que Samia considere a la pequeña criatura que lleva en su vientre como un estorbo, como un limitante para sus metas, o en general como algo no deseado, sino que es la misma sociedad la cual ha perdido la capacidad de valorar y apoyar a las que afrontan esta lucha. Para los demás a veces Samia pareciera una apestada que carga una plaga en su interior de la cual hay que huir. En su camino nuestra protagonista conocerá a Abla, otra madre que a pesar de su pose hostil se compadecerá de ella y le dará posada. De la convivencia entre ambas nacerá una entrañable amistad en la que las dos mujeres sabrán darse apoyo y bríos para salir adelante.
Resalta el papel de las dos actrices principales, por un lado, Nisrin Erradi quien interpreta a Samia y sabe acompasar su calvario con dulzura y candidez, y por el otro el de la ya reconocida Lubna Azabal (quien fuera la trágica Nawal en Incendies de Denis Villeneuve) que interpreta a Abla y logra dotar a la dureza de su mirada de un misterioso dolor que envuelve al personaje a lo largo del metraje. La amistad de estas dos mujeres es una que no se queda en la mera compasión o empatía, sino que es una amistad que trasgrede, que obliga a ambas a confrontarse, a mirarse de manera crítica, y a luchar en contra (y por la otra) en la medida que sea necesario con tal de no permitirse el agachar la cabeza ni ser derrotadas.
Además, también está Warda, la hija de Abla, que se puede identificar a la vez como una expectativa para Samia, ya que Warda es una niña tierna, juguetona y bondadosa que reúne todos los buenos atributos que puede poseer un hijo deseado. En este sentido la cinta claramente sostiene un mensaje en pro de la maternidad, la cual a pesar de sus retos y complicaciones se ensalza gracias a la riqueza de las vivencias que comparten las madres con sus hijos.
A lo largo de la cinta hay otras cuantas subtramas, en especial alrededor de Abla, como la pérdida funesta de su marido que a la vez sirve para hacer un pequeño comentario sobre la posición de la mujer en las naciones islámicas, o la promesa de un nuevo romance entre Abla y un amable caballero llamado Slimani que de vez en cuando la corteja, y al que a ella se le hace difícil aceptar ya sea por el recuerdo de su marido o por lo complicado que le resulta el volver a aceptar de nuevo al amor en su corazón.
Ya con la llegada del hijo de Samia la cinta cambia su tono hacia uno bastante lúgubre y por momentos desesperanzador, puesto que el futuro traicionero que no promete nada a la nueva madre compite en contra de su deseo de amar a su pequeño, y todo esto desemboca en una escena especialmente dolorosa y angustiante a la par que reflexiva capaz de congelarnos por un momento y poner en tela de juicio la validez y el peso de las decisiones u opciones que Samia deberá tomar o abandonar.
Adam termina siendo un debut bastante interesante por parte de Maryam Touzani, una cinta que vale la pena analizar en los tiempos que corren, donde en muchas sociedades se ha empezado a despreciar el papel de las madres (ya sea por el auge del individualismo, por la sobrepoblación, el sinsentido de la vida nueva o cualquier otra crisis contemporánea) ya que es importarte recuperar y reivindicar dicha labor que es en tantos aspectos un componente esencial para la vida.