Más allá de la relación entre sus protagonistas, un consabido romance que transita sendas comunes, Acuarela es un film que se nos revela a partir de la voz de dos personajes que buscan encontrarse, descubrir el camino en el cual poder establecer una comunicación propia y dejar atrás esos estigmas que, en cierto modo, no les permiten avanzar. En el caso de Teo, un publicista que mantiene diversas relaciones y cuyo distanciamiento familiar se puede atisbar tras la muerte de su padre, esa deriva se puede advertir con facilidad; exitoso en la faceta laboral, lo personal parece escurrírsele de las manos hasta el punto de no sostener una estabilidad que le permita asentar vínculos. En el caso de Emma, una osteópata que padece ceguera, todo se antoja distribuido con un mayor orden, atendiendo a un periplo en el que su discapacidad no se expone como un impedimento, e incluso en el que es capaz de asesorar y enseñar a una muchacha con su misma limitación; precisamente es ese personaje el que nos llevará a intuir que no todo es tan nítido como parece percibir Emma, y aunque su forma de afrontar la vida sea decididamente optimista, no todos los estímulos que tiene ante ella así lo comprenden, por más que su modo de afrontar las situaciones nos lleve a tener una percepción distinta sobre el recorrido emprendido por ella.
El acercamiento de Soldini, además de al nexo establecido entre ambos, se expone en la distancia comprendida tras dos estilos de vida tan opuestos, centrándose especialmente en la minusvalía de Emma, cuya carga no supone lastre alguno. El cineasta italiano se aproxima a Valeria Golino, que sostiene con firmeza su papel, empleando planos cortos y cerrados que nos vinculan a su particular universo, ese donde el detalle más pequeño se atisba superior, y en el que comprender qué la rodea parece complicado, por más que no pare de sorprender a su ‹partenaire› con su modo de observar, de atisbar la realidad más allá de un sentido que no puede emplear. Acuarela se inmiscuye también en los pormenores de un universo que en muchos aspectos se siente estigmatizado por el hecho de tener que convivir con los todavía prejuicios de una sociedad que estigmatiza en cierta manera una discapacidad que encuentra en los ojos de Nadia, esa alumna adolescente y todavía menor de edad que no quiere asumir su condición, ni mucho menos, intentar convivir con ella; un hecho que crea disonancias con el personaje de Emma, y que nos muestra también la otra cara de la moneda, o cómo los miedos, inquietudes e inexperiencia pueden llevar a comprender la propia circunstancia como un escollo imbatible.
El enfoque que realiza Soldini desplaza de alguna manera a un segundo plano esa historia de amor que parece ofrecer Acuarela. Cierto, en ella se refleja una búsqueda que influirá especialmente en Teo, pero tanto como que el dibujo de sus personajes no se expone en ningún momento a las bifurcaciones que pueda escoger el relato central. Es, en consecuencia, la pormenorizada descripción de los protagonistas, aquello que termina dotando tanto al film como a la crónica que nos regala, de un sentido específico que sabe escapar de la pauta que propone el género. Descripción que, por otro lado, adquiere matices discutibles en la mirada de Teo, pues su moralidad, más allá de ser discutible o no, no termina de ser mostrada de forma tácita, por más que el cineasta intente una reconciliación del mismo y, por ende, la esperada consumación de una relación que, al menos, es tratada de forma humana. La espera no se propone, en ese sentido, como una excusa argumental, y es entendida como parte de un proceso a partir del cual purgar y llegar —o por lo menos intentarlo— a un punto en el cual terminar encontrando seguridad; un hecho, quizá, comprometido en un plano final que busca el cierre más lustroso, casi de cara a la galería, pero que no empaña el esmerado estudio de personajes de un film a las puertas de algo mayor.
Larga vida a la nueva carne.