Pensar en nombres propios de la comedia británica cuyo éxito en el noble arte de hacer reír les haya tenido en boga durante la última década, conduce casi automáticamente, y que Ricky Gervais y Sacha Baron Cohen nos perdonen, a hacerlo en Simon Pegg. La carrera del cómico de Bockworth, cuyas geniales colaboraciones con Edgar Wright como intérprete y guionista, iniciadas en la maravilla catódica Spaced (Edgar Wright, 1999-2001) le hicieron obtener un merecidísimo reconocimiento internacional del que aún disfruta, continúa en constante evolución, habiendo llegado a convertirse en secundario recurrente de las nuevas entregas de la franquicia Misión Imposible.
Realizar el mismo ejercicio a nivel internacional y sin acotaciones temporales, tarde o temprano desembocará en aludir a los imperecederos Monty Python y su suerte de supergrupo de comediantes ingleses, al que Terry Jones, director de clásicos indiscutibles del género como La vida de Brian (Monty Python’s Life of Brian, Terry Jones, 1979) o Los caballeros de la mesa cuadrada y sus locos seguidores (Monty Python and the Holy Grial, Terry Jones, Terry Gilliam 1975), ha vuelto a reunir en la gran pantalla en Absolutamente todo (Absolutely Anything, Terry Jones, 2015): una amable a la par que olvidable comedia de ciencia ficción protagonizada por Simon Pegg.
A simple vista, y a juzgar por la gente involucrada en el proyecto, la unión de los estandartes del humor surrealista y un actor del nivel y bagaje de Pegg podría parecer una combinación ganadora sin necesidad de aplicar mucho esfuerzo. Lamentablemente, y para sorpresa de todos, Absolutamente todo cae en los farragosos terrenos de la falta de inspiración y la gracieta puntual estirada hasta la saciedad, centrando la creación comicidad en una serie de gags que repiten el mismo esquema una y otra vez hasta terminar causando la más absoluta indiferencia.
Aun así, y pese a lo descorazonador que resulta ver a semejante equipo desaprovechando su capacidad innata para provocar carcajadas, el dúo Pegg-Beckinsale es capaz de hacer remontar el vuelo, gracias a su encanto natural y a una subtrama romántica inesperadamente acertada, a esta especie de revisión en clave sci-fi de Como Dios (Bruce Almighty, Tom Shadyac, 2003). Es precisamente en la similar premisa que comparten ambos filmes, en los que una fuerza superior da un poder ilimitado a su portador, la que dinamita Absolutamente todo, evidenciando el problema que genera dotar a tu protagonista de un don que le permita llevar a cabo cualquier acción posible, y que hace extremadamente complicado mantener la coherencia en el relato sin caer en el desastre, el sinsentido, o la trampa por omisión para poder crear conflicto e interés.
Este último trabajo de Jones hasta la fecha, parece dejar entrever una tesis para nada halagüeña con nuestra especie, que sugiere que un perro guarda más inteligencia y sentido común en su pequeña cavidad craneal que la que atesora un hombre. Personalmente no creo que se lleguen a tales extremos —aunque, en ocasiones, pueda parecer todo lo contrario—, pero si esta falta de materia gris ha sido la que me ha hecho disfrutar y saber extraer el lado más simpático y agradable de una cinta tan evidentemente imperfecta, bienvenida sea.